martes, 16 de abril del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Dios es amor
2014-04-17 | 21:47:57
Simon y Reuben, dos judíos, estaban trabajando en el kibbutz de Ginossar, un páramo cerca del Tiberíades. Era el mediodía, caía un sol de plomo y ellos se afanaban inútilmente en abrir un surco en aquel árido y duro roquedal. Se detuvo Simón un momento, se enjugó el sudor y dijo con voz hosca: “En Rusia de vez en cuando nos molestaban los cosacos, pero nadie nos hacía trabajar tan duro como aquí”. “¡Qué estás diciendo! -clamó Reuben con enojo-. ¡Estamos en nuestra patria! ¡Esta es la Tierra Prometida! ¡ Moisés caminó 40 años para llegar aquí!”. “Él tiene la culpa de todo -masculló Simon-. ¡Si hubiera caminado otros 10 años en la dirección correcta ahora estaríamos en la Riviera Francesa!”...
Le preguntó el Padre Arsilio a Capronio: “¿Has cumplido los Diez Mandamientos?”. ¿Cuáles son?’’ preguntó él. Procedió el buen sacerdote a recitarle el Decálogo: “Amar a Dios sobre todas las cosas. No tomar el nombre de Dios en vano. Santificar las fiestas. Honrar padre y madre. No matar. No fornicar. No hurtar. No levantar falso testimonio ni mentir. No desear la mujer de tu prójimo, y no codiciar los bienes ajenos’’. “¡Caramba! -exclamó Capronio muy contento-. ¡Después de todo no andaba yo tan mal como creía! ¡Siempre he amado a Dios sobre todas las cosas!’’...
Babalucas viajaba en un crucero, y quiso conocer al capitán del navío. Llamó a un marino de la tripulación. “Dígame dónde está el capitán del barco”. “Por babor” -le dijo el marinero. “Perdón -se disculpó Babalucas-. Por babor dígame dónde está el capitán del barco”...
El raterillo fue llevado ante el juez acusado de haberse robado una bicicleta. “¿Por qué lo hiciste?” -le preguntó el juzgador-. “Todo se debió a una lamentable confusión, señor juez -se justificó el ratero-. Vi la bicicleta recargada en la barda del panteón, y pensé que sería de algún muertito”...
Yo no creo que todo tiempo pasado fue mejor. Pienso que si se hacen a un lado algunas diferencias de superficie, todo tiempo pasado fue igual. La naturaleza humana es la misma ayer y hoy, y la misma será también mañana. Hay quienes lamentan que la cuaresma no sea ya lo que era antes, con sus ayunos y rituales propios de esa luctuosa temporada. A mí me alegra, en cambio, que ciertas nociones religiosas hayan desaparecido. En algunos países de tradición católica -España, sobre todo- hubo un tiempo en que el padre y la madre no podían besar ni acariciar a su hijo recién nacido hasta no llevarlo a bautizar, pues antes del bautismo era un pequeño pagano en cuyo cuerpo y alma residía el diablo, una especie de hereje que no merecía esa demostración de cariño. Dios es amor. En esas tres palabras se resumen todas las teologías. Su muerte en la cruz es la mayor prueba de esa amorosa entrega. Recordar tal sacrificio es importante, pero sin olvidar el júbilo de la resurrección. A los días de la cuaresma sigue la inmensa alegría de la Pascua, esa pascua “florida” que en otras partes se celebra con el mismo gozo que el de la Navidad. Este día debe prevalecer la triunfal pregunta del hombre de fe: “¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?”...
Se celebraba en el hipódromo la carrera más importante del año. El dueño de un caballo quería ganarla a toda costa, de modo que consiguió que un químico le sintetizara una potente dosis de esteroides en unos cubitos que parecían de azúcar. Momentos antes de la carrera se los empezó a administrar al animal. Sucedió que un inspector que andaba por ahí vio aquello, y se acercó con prontitud. “¿Qué le está dando al caballo?” -le preguntó con severidad al hombre. “Cuadritos de azúcar -respondió éste-. Le encanta el azúcar”. El inspector, desconfiado, le ordenó: “-A ver, deme uno”. El dueño del caballo le da un cubito y el inspector se lo llevó a la boca. “Pues sí -reconoció-. En verdad parece azúcar. A ver, deme otro”. El del caballo le dio otro cubito y el inspector lo comió. “Está bien -se dio por vencido-. Ya no me cabe duda de que es azúcar. Disculpe las molestias”. Y diciendo eso se fue. El dueño del caballo le dio al animal los cubitos que quedaban y luego, dándole una palmada en la cabeza, le dice muy contento: “¡Ahora sí a correr, amigo! ¡El único que te puede ganar es el inspector!”...
FIN.


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