jueves, 25 de abril del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
‘La chorra’
2015-01-31 | 21:26:49

Meñico Maldotado, infeliz joven con quien la naturaleza se mostró avara en la parte correspondiente a la entrepierna, estaba haciendo de la chorra en el pipisrúm de un restorán. Eso de “hacer de la chorra” es una expresión que ya no se usa. Ni siquiera en el tiempo en que se empleaba era bien entendido ese eufemismo.

La palabra “chorra” no aludía al chorro, sino a la parte de donde el chorro sale. En su Diccionario del erotismo Camilo José Cela -Premio Nobel de Literatura- recoge una copla pícara que escuchó en Requena acerca de un amor no cumplido: “Mientras tú estás en tu cama / con las teticas calientes / yo estoy bajo tu ventana / con la chorra hasta los dientes”.

Habla también ese escritor de un loquito que siempre traía la bragueta o portañuela abierta, motivo por el cual la gente de su pueblo lo llamaba con un mote que sonaba a apellido forastero: Chorralaire.

Narra igualmente Cela el cuentecillo de una muchacha que se fue a confesar y dijo: “Acúsome, padre, de haberle tocado la pipí a mi novio”. Preguntó el sacerdote: “¿Qué edad tiene tu novio?”. “30 años”. “¿Y cuántos tienes tú?”. “28”. “Entonces ya no digas ‘pipí’, mujer. Di ‘chorra’”.

Pero advierto que me aparto del relato. Vuelvo a él. Estaba Meñico Maldotato haciendo aguas menores en el baño de un restaurante cuando llegó apresuradamente un hombre de color a hacer lo mismo.

Venía tan apremiado por la necesidad que al empezar a desahogarla exclamó con alivio: “¡Uf! ¡Apenas la hice!”. Al oír eso, y viendo la generosa proporción de la -digamos- chorra del sujeto, Meñico le pidió ansiosamente: “¿Podría hacerme una igual en color blanco?”...

La señora se percató de que su esposo la miraba fijamente. Le preguntó, molesta: “¿Qué estás pensando?”. Respondió él: “Pienso en la mujer con la que tuve la dicha de casarme: virtuosa, leal, honesta, casta, fiel”. “¡Desgraciado! -profirió ella hecha una furia-. ¿Por qué nunca me dijiste que ya habías estado casado antes!”...

La conciencia es esa vocecita interior que te dice que alguien puede enterarse. Ulpiana Justiniánez, abogada de profesión, fue a la consulta del doctor Wetnose, reconocido ginecólogo, pues sentía ciertas molestias. El médico le pidió que se desvistiera, se pusiera una bata y se tendiera en la mesa de exámenes en posición de decúbito supino, vale decir de espaldas.

Seguidamente Wetnose se calzó los guantes que usaba para revisar a sus pacientes y procedió a hacerle un detenido examen interior. Al sentir eso preguntó la abogada con severidad: “¿Trae usted una orden de cateo?”...

Tres bebés recién nacidos estaban en sus cuneros de la sala de maternidad. Dijo uno: “Mis zapatitos de estambre son azules, de modo que debo ser niño”. Dijo otro: “Los míos son color de rosa, de modo que debo ser niña”. El tercero no decía nada. Le preguntaron: “Y tú ¿eres niño o niña?”. “No lo sé -respondió desconcertado-. Traigo zapatitos amarillos”...

Dijo un tipo: “Mi esposa y yo fuimos felices durante 30 años. Luego alguien nos presentó y...”...

La enfermera le tomó la temperatura al enfermo. Preguntó éste con inquietud: “¿Tengo mucha fiebre?”. Respondió la enfermera al tiempo que consultaba la columna del termómetro: “Seguramente sí. Aquí dice: ‘Continúa en el próximo termómetro’”...

Un hombre fue a despedir a su amigo en el aeropuerto. El que se iba le dijo al otro: “Te agradezco haberme recibido en tu casa este fin de semana. La pasé maravillosamente bien. Tu esposa es la mejor anfitriona que he conocido, la mejor cocinera, la mejor conversadora y la mejor compañera sexual que he tenido. ¡Es formidable en la cama!”.

Se despidieron los dos con un cálido abrazo, y el sujeto se dirigió a la sala de última espera. Ahí le dijo otro viajero: “Perdone usted la intromisión. No pude menos que escuchar las palabras que le dirigió usted a su amigo al despedirse de él.

¿Cómo tuvo el descaro de decirle que su esposa es muy buena en la cama? ¿Así paga la hospitalidad que su amigo le brindó? ¡Debería usted sentirse avergonzado!”. Replicó el otro: “Y ¿qué podía yo hacer? La verdad es que la mujer es una pésima amante, fría y aburrida. Pero ¿cómo decirle eso a mi mejor amigo después de lo bien que me atendió?”... FIN.


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