jueves, 18 de abril del 2024
 
Por Alfonso Villalva P.
Columna: Renuncia irrevocable
Renuncia irrevocable
2016-07-29 | 09:17:34
Antes de comenzar mi intervención quiero usar este espacio para condenar categóricamente los lamentables hechos de violencia ocurridos el fin de semana en Chiapas y en los limites de Guerrero y Michoacán –¡ah! y en la moderna CDMX también-. Perdonen ustedes que beba aún más agua entre frase y frase de mi discurso, pero es que los límites, en realidad, son a los que yo mismo he llegado, los que he sobrepasado. Debo confesar con honestidad y valentía que ya no puedo continuar con esta farsa. Hemos sido totalmente rebasados. Perdón, compatriotas -yo también tengo derecho a pedir perdón, aunque para merecerlo deba comenzar con lo que más me duela como político: renunciando a la más alta investidura con la que un presidente me distinguió jamás-. Mientras leía las tarjetas de mi discurso me di cuenta que no sabía, a pesar de ocupar la segunda magistratura política más importante de la Nación, que existía un lugar cuyo nombre casi impronunciable es Pungarabato; otro, Chamula, francamente extraño en donde los chamanes ofician dentro del vestigio de una catedral católica colonial. Me di cuenta también que no tengo –lo confieso- ni como sostener la mirada a los deudos de sus alcaldes, de todas las víctimas que este fin de semana dejó en tres estados de la República. Hemos escamoteado nuestra responsabilidad bajo la falsa premisa de coadyuvar ante la infamia, el vil disfraz de la lucha conjunta, que sustituya nuestra obligación. Quizá ya no me crean nada, y merezca que no lo hagan. No obstante, me avergüenza hasta el tuétano que ni grandes titulares hubo, ni mucho menos colores de Pungarabato ni de San Juan Chamula en el opulento edificio del Senado o en la Columna de la Independencia ni en el perfil de las redes sociales de nadie. Ni como gobernador, ni como legislador, había sentido un golpe en las entrañas tan violento que me dejara en claro nuestra incapacidad ante la magnitud de esta espiral de decadencia que prometimos detener -y hasta desaparecer- hace cuatro años. Sí, compatriotas, confundimos resultados con slogans, justicia con hashtags. Hemos fracasado en todas las audaces iniciativas que anunciamos con lujo de marketing moderno. Con nuestro pacto transpartidista al inicio de la administración, nuestras reformas estructurales, nuestra negación a la ineptitud y la corrupción, nuestra afrentosa repartición de culpas a los otros niveles de gobierno –y entre el oligopolio del poder que en realidad constituye un “nosotros multicolor”-. ¡Por Belcebú! Mi responsabilidad era tan grande que hasta la misma Constitución me designa como sustituto en caso de ausencia total de mi jefe, sí, el representante del Estado Mexicano, el comandante supremo de las fuerzas armadas, ni más ni menos. ¿Dónde nos perdimos? No lo sé. La única verdad es que nuestros compatriotas siguen cayendo uno a uno como fichas de dominó: mujeres, hombres, adolescentes, niños. Las cifras se aglutinan a puños y se multiplican por las balas de la estulticia,
la metralla de la impunidad; la ausencia total de oficio político y el extravió absoluto en el que nos encontramos los depositarios del sufragio a todos los niveles, con todos los colores. No se hagan bolas, como dijo aquel que alardeaba de engañar con la verdad. No se hagan bolas, si el efecto Donald Trump lo hemos prohijado quienes a través de los lustros nos hemos convertido en paladines del fracaso colectivo, en príncipes de una corte Filípica de opulencia, hipocresía y corrupción. La gente ahora ya votará por alguien que, con un manojo de locura en una mano y un par en la otra, vocifere que va a desterrar a quienes hemos construido una forma exquisita de vivir alrededor del presupuesto. No es que sean ahora, estos Trump contemporáneos, buenos políticos u hombres de Estado, son simples buitres del hartazgo, la miseria, la orfandad y la victimización con olvido de la sociedad civil. Hemos hecho del desprecio sistemático a los derechos humanos un estilo colectivo de gobernar. La ambición ha roto irremediablemente el saco. Esperen aquí al 2018 y recordarán lo que les digo… La gente quiere ya una verdadera revolución, el sistema político se ha extinguido, la impunidad y el abuso ha insultado al ciudadano común hasta profundidades jamás sospechadas. Se requiere un cambio político radical. Sobre mis hombros recae la gobernabilidad de este País, señores, y alcaldes siguen cayendo abatidos a balazos, madres de familia y hombres que engrosan la vergonzante cifra de decenas de miles de muertos que arrastramos ya por una década, con el oprobio de los huérfanos y los desaparecidos a quienes ni siquiera seremos capaces de darles cívica sepultura. En este País llevamos más muertos en diez años que en cuarenta de dictadura y guerra civil de Muamar El Gadafi; más, pero muchos más, que las victimas, televisadas o no, del Estado Islámico alrededor del planeta. Este fin de semana fueron nueve muertos, sin contar los que ya ni reportamos; sin contar policías o militares heridos, torturados, desaparecidos. He decidido hacer pública mi decisión irrevocable de renunciar ante ustedes, antes de darle el curso privado que le corresponde conforme a la ley y el protocolo, pues renunciar también es de valientes, especialmente cuando se apela desesperadamente a recibir el perdón de una historia mexicana justiciera, convenenciera y olvidadiza hacia quienes como yo, decidieron dedicarse a ser siervos de la Revolución. No. Prefiero renunciar por la salvación de mi honor, pidiendo como colofón este perdón a pesar de saber que ya es demasiado tarde. Renuncio, compatriotas, antes de ser señalado con índice de fuego por los huérfanos que dejó la displicencia. Lo sé, condenar categóricamente es ya una burla trillada para quienes son privados de madre, padre o hijos. ¡Ya no más! Ustedes esperaban de mi acción, no piezas de oratoria. Perdón. Mil veces perdón…
Twitter: @avillalva_


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