jueves, 28 de marzo del 2024
 
Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
Quién tuviera su dicha
2016-10-22 | 10:14:54
“¡Ay, quién tuviera la dicha del gallo, que nomás se le antoja y se monta a caballo!”. Ese expresivo dicho mexicano muestra la admiración -y envidia- que el varón siente ante ese “. lascivo esposo vigilante, / doméstico del Sol, nuncio canoro / que, de coral barbado, no de oro / ciñe, sino de púrpura turbante”, o sea el gallo, en la culterana definición de Góngora. Don Poseidón, labriego acomodado, tenía un gallo por el cual sentía dilección particular. Siempre andaba engallado el gallo tal. Sultán del gallinero, tenía a las gallinas en permanente agobio, pues una y otra vez las hacía objeto de su amoroso rijo. Las pobres gallinitas andaban todas derrengadas, ojerosas y escuchimizadas, pues a mañana y tarde, y aun de noche, el cachondo gallo las solicitaba para sedar en ellas su concupiscencia aviar. Un amigo de don Poseidón que visitó su granja no pudo menos que notar la singular potencia genésica del gallo, que si se bajaba de una gallina era sólo para subirse a otra. “¡Qué calenturiento es tu gallo! -le dijo a su anfitrión-. No deja en paz a las gallinas”. Replicó don Poseidón: “Y eso no es nada. El méndigo aprendió a nadar, y ahora les está llegando también a las gansas del estanque”. Doña Gorgolota estaba en el lecho de su última agonía. A su lado se hallaban su hija y su yerno. La muchacha lloraba desconsoladamente: “¡No te vayas, mamita!”. De pronto la agonizante abrió los ojos. Volvió la vista a la ventana, por la que entraban los primeros rayos de sol del nuevo día, y dijo con voz feble: “¡Qué hermoso amanecer!”. Al ver que la agonizante volvía a la vida el yerno exclamó lleno de apuro: “¡No se me distraiga, suegrita! ¡No se me distraiga!”. Don Crésido era un hombre muy rico: tenía mucho dinero. Don Crésido era un hombre muy pobre: lo único que tenía era dinero. Cierto día una reportera le hizo una entrevista. Le preguntó: “¿Cuál es el origen de su fortuna?”. Contestó el magnate: “La debo a mi esposa”. “¡Qué emocionante! -se conmovió la periodista. “Era frígida -prosiguió don Crésido-. No me dejaba ni que le acercara. Un día me dije: ‘Ya que no puedo joderme a mi mujer saldré a joderme al mundo’. Fue así como me hice rico”. Mientras el PRI se muestra activo en la tarea de llevar a la justicia a Javier Duarte, ex gobernador de Veracruz, el PAN no parece muy interesado en buscar a Guillermo Padrés, quien cometió en Sonora actos de corrupción de igual magnitud que aquellos en que incurrió el veracruzano. Acción Nacional ha hecho de la denuncia de la corrupción de los gobernadores priistas una de sus principales banderas políticas. No puede entonces mostrarse omiso en los casos de quienes en sus propias filas han probado ser corruptos. Doña Jodoncia fue a un desfile de modas, y arrastró con ella a su abnegado esposo don Martiriano. Salió una modelo cubierta sólo por un mínimo vestido que por arriba dejaba ver hasta abajo, y por abajo dejaba ver hasta arriba. “¡Qué barbaridad! -se escandalizó doña Jodoncia-. ¡Si yo vistiera así no saldría de mi cuarto!”.
Suspiró don Martiriano: “Si tú vistieras así yo tampoco saldría de tu cuarto”. La señorita Peripalda les preguntó a los niños: “¿Quién fue la madre de Moisés?”. Pepito respondió: “La hija del faraón”. “No -lo corrigió la catequista-. La hija del faraón lo encontró en el Nilo flotando dentro de una canastilla”. Dice Pepito: “Eso fue lo que la hija del faraón le contó a su papá”. Don Chinguetas le comentó a su esposa Macalota: “Leo aquí que el cuerpo humano está en su mayoría compuesto por agua. ¡Cómo me gustaría beberme a Kim Kardashian!”. “¿Con qué? -le dijo secamente doña Macalota-. ¡Ya ni popote tienes!”.



MIRADOR ›Armando Fuentes Aguirre
Me dice don Abundio el del Potrero: Le voy a contar una historia, licenciado. Vamos a ver -respondo cauteloso. Y es que las historias que cuenta don Abundio terminan con frecuencia en chasco para el que las escucha. Me advierte él: La historia que le voy a contar parece increíble, pero sucedió. De nuevo me pongo a la defensiva: -Vamos a ver. Don Abundio comienza su relato: -Había en la sierra del Coahuilón un pino de 150 metros de alto. -¿Cuánto? -150 metros. Don Abundio: no puede haber un pino de esa altura. Y él: -¿Ya ve? Si no me cree lo del pino tampoco me va a creer el resto de la historia. No tiene caso entonces que se la cuente. Toma su sombrero y se va. Otra vez la historia de don Abundio ha terminado en chasco. Y otra vez, como otras tantas veces, el chasco ha sido para mí. ¡Hasta mañana!...
MANGANITAS. ›Por AFA
“Aumenta en la ciudad el número de moteles de paso”. Ese dato es oficial; yo nada más lo traduje como prueba del empuje de la población local.


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