martes, 23 de abril del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Plaza de almas
2017-02-21 | 09:20:49
Don Augurio Malsinado, hombre a quien adversa fortuna persigue con encono, supo que aquel día no iba a ser su día. ¿Por qué lo supo? Porque al salir de su casa pisó una caca de perro.

El ominoso vaticinio se cumplió, en efecto. ¿Cómo no iba a cumplirse si hasta en su nombre lleva el infeliz la mala suerte? “Nomen, omen”, decían los latinos. En el nombre está el destino. Y el de don Augurio era aciago.

Llegó a la oficina, y a su entrada todos arriscaron la nariz, pues le había quedado en los zapatos el tufo ingrato de la deyección canina. Luego el jefe lo reprendió, severo.

Le dijo que estaba desechando los lápices cuando a fuerza de sacarles punta llegaban a medir pulgada y media. Debía hacerlos durar hasta que midieran una pulgada. Le repitió por enésima vez con tono de magister: “Cuida los centavos, que los pesos se cuidarán solos”.

Finalmente el empleado Capronio, que gustaba de las bromas prácticas, fingió darle un abrazo de felicitación por el reciente Día del Amor y la Amistad, pero eso fue un ardid para pegarle con resistol en la espalda un letrero que decía: “Soy hijo de Trump”, cosa que divirtió bastante al personal. Eso no sólo le echó a perder el día a don Augurio: también le arruinó el saco. No acabaron ahí sus desventuras.

Al ir a su casa pasó frente al templo de la Santa Luz, y una paloma le zurró la cabeza. Las señoras que salían del rosario se rieron también de él a su sabor. El desdichado se preguntó si la paloma que le había jugado esa mala pasada lo conocía, si estaba ejerciendo alguna oscura venganza contra él.

No recordó haber hecho nunca ningún daño a una paloma. Al contrario, los domingos les llevaba migas de pan a la plaza principal y les impresionaba placas con el tomavistas. (Así decía don Augurio por decir que les tomaba fotos).

En la casa su mujer puso el grito en el cielo cuando supo lo del saco -”Era el único decentito que tenías”-, y se burló de él con acritud por lo del perro y la paloma. “Debí casarme con Afelio -le dijo una vez más-. Él nunca pisó una caca, ni permitió que le cayera alguna”.

El señor Malsinado hizo entonces lo que hacía siempre que su esposa se ponía así: fue al parque Alfonso XIII. También a la estatua del monarca la zurraban las palomas, pese a su realeza.

Ahí se sentó en una banca a meditar en la triste vida que llevaba. Pasó por ahí un vendedor de lotería, y don Augurio le compró un entero. Lo hizo por masoquismo, para confirmar su mala suerte. Y sucedió algo increíble: ganó el premio mayor.

De la noche a la mañana se vio convertido en millonario. Renunció a su empleo -¡adiós jefe; adiós lápices; adiós empleado Capronio!-, y se compró una docena de sacos en variados estilos y colores. Con eso se sintió compensado por los años de infelicidad que había vivido. Pero no hay dicha duradera.

Muy bien lo dice el tango: contra el destino nadie la talla. Después de vivir como rico un par de meses el pobre Malsinado salió un día de la mansión que habitaba y pisó otra caca de perro. Con eso le llegó la desgracia.

Su mujer se divorció de él y se fue a vivir con sus hijas a Miami, pues todo el dinero y las propiedades estaban a su nombre. Don Augurio es ahora más infeliz que antes. Apenas tiene para malcomer, y ocupa un cuartucho alquilado. Lo único que su esposa le dejó fueron los sacos.

Los ofreció en venta a sus antiguos compañeros, pero nadie los quiso comprar: el empleado Capronio dijo que podían contagiarles la mala suerte. Don Augurio se pasa los días, triste y deprimido, en su banca del parque, junto a la estatua del rey Alfonso XIII. Y llegan las palomas y los perros y. FIN.






mirador

armando fuentes aguirre


San Virila llevó la imagen de la Virgen Peregrina al castillo del poderoso señor de la comarca. Esa misma noche la imagen desapareció, y al día siguiente amaneció en su nicho de la iglesia.

Luego San Virila llevó la Virgen a la mansión del rico de la aldea. También de ahí escapó la Peregrina y retornó a su altar.

En seguida Virila le pidió al prior del convento que recibiera a la imagen. Ni media hora duró ahí: al punto regresó a la iglesia.

Lo mismo sucedió cuando San Virila llevó a la Virgen a la casa de la marquesa Mencía; y a la de doña Pura, la rezandera; y a la del jefe de la brigada de lanceros, y a la del escribano real. Escapaba la Peregrina cada noche, y volvía a aparecer en su capilla.

Entonces San Virila llevó a la Virgen a casa de la Rufa, la ramera. Vivía en el arrabal, sola, despreciada. De ahí no huyó la Peregrina. Se quedó los nueve días de la visita. La Rufa le rezaba su rosario por las tardes, y cada mañana le cambiaba sus flores y le encendía su vela. En el pueblo todos están enojados con San Virila. Y con Rufa. Y con la Virgen.

¡Hasta mañana!...


manganitas

por afa


“...Le bajan 2 centavos al precio de la gasolina...”.

Comentó cierto compadre:

“Eso no es gran concesión.

Es más bien, con su perdón,

una mentada de madre”.




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2017-02-15 | Cualquiera de los dos de política y cosas peores por catón Dulciflor, doncella núbil, estaba en vías de tomar estado. Quiero decir que se iba a casar. Importante institución es el matrimonio. Constituye el cimiento de la sociedad. Eso explica por qué actualmente la sociedad se mira tembleque y agrietada, como casa ruinosa con los cimientos quebrantados. Dice un antiguo dicho que el hombre se casa cuando quiere, y la mujer cuando puede. La historia de Dulciflor confirma ese apotegma. Inútilmente había buscado un hombre que aceptara el compromiso del casorio. Desesperaba ya de hallarlo cuando un buen día le salió un galán dispuesto a dejarse conducir al ara, si no del sacrificio sí del esponsalicio. Dulciflor, con la listeza propia de su sexo, le echó el lazo en menos tiempo del que tarda en persignarse un cura loco. La verdad es que el hombre no seduce, es seducido; no conquista, es conquistado. El matrimonio es un combate en el cual las batallas se libran después de que uno de los combatientes ya ganó la guerra. El hombre se resigna al matrimonio con tal de tener sexo, en tanto que la mujer se resigna al sexo con tal de tener matrimonio. Pero advierto que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Dulciflor, que contaba ya 25 años de edad, era virgen. Ni se lo alabo ni se lo reprocho: me limito a consignar el dato. Sabía, sin embargo, las cosas de la vida, tanto por sus lecturas como por sus conversaciones con amigas solteras y casadas -sobre todo solteras- de mayor experiencia que la suya. Además iba con frecuencia al cine, y las películas, que antes eran proyectadas en una sábana, suceden ahora casi todas entre sábanas. Por eso ya estaba preparada para la ocasión. Aun así le pidió consejo a su abuelita, señora que por haberse casado cuatro veces y enviudado otras tantas sabía mucho acerca de la condición matrimonial. Le dijo: “Abue: no sé qué ropa ponerme en mi noche de bodas. Tengo en mi trousseau un negligé tenue, vaporoso, que no deja nada a la imaginación; un brassiére mínimo que descubre en el realzado busto la insinuación de las areolas; un brevísimo pantie audazmente crotchless, de encaje transparente que no alcanza a velar la incitante sombra del llamado mons veneris; un liguero francés de seda negra, ymedias de igual color con raya, como aquéllas que se quitó Sophia Loren ante Marcello Mastroianni en la inmortal escena de striptease de la película “Ayer, hoy y mañana”. Pero tengo también un ajuar totalmente contrario a ése. Lo conforman una vieja bata de popelina beige que por arriba me tapa hasta las orejas y por abajo me cubre hasta las uñas de los pies; un anticuado corpiño de color salmón; unos calzones bombachos de los tiempos de Maricastaña capaces de abatirle el ánimo al más enhiesto amante, y unas medias de popotillo café de ésas a las que se les hace un nudo arriba para que no se bajen. Estoy en un dilema, abuela. No sé si ponerme aquella ropa sensual, provocativa, como diciéndole a mi novio: “Aquí me tienes, toda para ti. Que no quede comarca de mi cuerpo que no visites con tus manos, tus labios o tu lengua”, o vestir aquel atuendo púdico para decirle: “Soy casta. Soy honesta. Me son ajenas las cosas del amor”. ¿Cuál de los dos atavíos crees que debo ponerme en mi noche nupcial?”. “Mira, hija -le contestó al punto la abuela-. Ponte lo que te dé la gana. Al cabo de cualquier manera vas a marchar”. En la elección presidencial del próximo año el PAN postulará a Margarita Zavala o a Ricardo Anaya. El PRD, posiblemente, a Miguel Mancera. Y Morena, claro, a López Obrador. ¿A quién postulará el PRI? ¿A Videgaray? ¿A Osorio Chong? ¿A Nuño? ¿A Narro Robles? ¿A algún tapado? Que el PRI postule al que le dé la gana. Al cabo de cualquier modo va a marchar. FIN. mirador armando fuentes aguirre John Dee era respetado por su sabiduría, tanto que el rey le permitió negarse a participar en el debate a que convocó para dilucidar si el purgatorio era líquido, sólido o gaseoso. Cuando el filósofo iba por la calle los hombres se descubrían y las mujeres le hacían una profunda reverencia. Sin embargo apartaba la mano si un niño se la quería besar. Le decía: “Jamás beses otra mano que la de tu madre, que te dio la vida, o la de tu padre, que trabaja para darte el pan”. Aun así, objeto de la admiración de todos, John Dee tenía la sencillez de un campesino. Solía declarar: “Hay muchos que saben más que yo, y muy pocos que saben menos que yo”. Reconocía el saber de su esposa, pese a que era mujer de humilde condición, hija de un molinero y una lavandera. De ella decía: “Yo sé de los libros; ella sabe de la vida”. Quizá por eso John Dee era respetado. Tenía la suprema virtud de la humildad, que salva del supremo pecado, la soberbia. ¡Hasta mañana!... manganitas por afa “...Cachivache...”. Esa voz con doble hache tiene un sentido certero: es un pequeño agujero a punto de hacerse bache.








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