2014-01-25 | 10:27:40

Licenciado Juan Maldonado Pereda
Querido maestro y amigo.
Hoy se cumplió un año de tu partida. El tiempo como tantas veces lo dijiste es inexorable y los ciclos de la vida y la muerte no admiten demora, sin embargo aun tratándose de leyes inmutables, la tristeza ronda siempre la memoria. No contar ya con el consejo amigo, la crítica sana o el elogio, escaso pero sincero, crea un vacio difícil de llenar.
Atribuido a Lao Tsé, filósofo taoísta sostengo hoy que El agradecimiento es la memoria del corazón y por lo tanto a nombre propio y de muchos algunos conocidos y otros no, te recordamos con esa sonrisa franca, el comentario ameno, chusco a veces pero bien intencionado y el consejo sabio, culto y oportuno.
Hiciste de la amistad una religión, recordaste siempre a tus maestros, tus raíces y proclamaste abiertamente el cariño por la tierra que te vio nacer.
Siempre recordaré aquel mensaje en el Cine Variedades en ocasión de protestar como candidato del partido de tus amores a la presidencia municipal de tu querido puerto. Al hablar de tu patria chica, palabras más palabras menos dijiste…..aquí mis primeros pasos, aquí mis primeras letras, aquí mi primer amor, aquí la potestad de mis muertos… la ovación al término de tu mensaje hizo cimbrar los cimientos y los corazones de todos los presentes.
Recuerdo como si fuera ayer la última vez que nos vimos, una semana antes de tu partida. Compartíamos un lechero con el maestro Robles y le comentabas que en tu primera intervención en la Tribuna de la Cámara de Diputados, los nervios te habían traicionado y yo salté a la palestra y dirigiéndome al maestro Robles le dije: nuestro amigo Juan se pasa de modesto porque no le ha comentado que en la década de los cincuenta fue campeón nacional de oratoria y que en aquella ocasión, hubo de improvisar sobre un tema que le asignaban 15 minutos antes de su intervención. Sostuve que nuestro amigo había sido orador oficial de por lo menos dos candidatos a la Presidencia de la República en sus campañas y que su versión de los nervios era solo producto de su modestia.
Solo me miraste y con esa sonrisa que cautivó a muchos me dijiste, Bezalito, tú siempre tan oportuno.
Tengo guardados algunos de tus mensajes muchas de tus misivas y algunas grabaciones de tus palabras, sin embargo no he tenido el valor de escucharlos. Pienso que aun no estoy preparado para ello, quizá el tiempo que todo lo cura me permita algún día escucharte nuevamente. Por lo pronto, sigamos haciendo memoria.
Guardo conmigo una misiva datada el 19 de febrero del 2004 donde citas a Eclesiastés IX, 15: El que encuentra un amigo en la vida, encuentra un tesoro porque un amigo fiel, es la medicina de la vida. En ella me dices: “independientemente de que las cosas no se hayan dado tengo contigo una perenne deuda de gratitud, que confiado en la esperanza, espero que el tiempo y la vida me den la oportunidad de corresponder”.
Tu modestia te impidió darte cuenta de que los sentimientos que despertabas no eran únicamente de amistad y cariño que el tiempo había forjado y si mucho de admiración y respeto. Yo soy quien tiene la deuda de gratitud contigo por tantas y tantas ocasiones en que me permitiste compartir un tramo de la vida.
Fuiste siempre un hombre leal a tus principios y a tu propia filosofía, recuerdo haberte escuchado en alguna ocasión un pensamiento donde expresabas Aquel que recibe un beneficio, nunca debe olvidarlo; aquel que lo otorga, nunca debe recordarlo. Siempre acataste este principio.
Hiciste el bien sin pregonarlo. Perdonaste sin rencores. Ayudaste a muchos regalándoles tu sabiduría y tu tiempo porque como tantas veces me recordaste, cuando no tengas nada que dar, da cuando menos tu tiempo.
Hoy, a un año de tu ausencia el que esto escribe te da las gracias
Por tu bondad. Por tu sencillez. Por tu bonhomía. Por las oportunidades que me brindaste. Por hacer de mí un hombre mejor y en una palabra gracias de nuevo por haber sido mi maestro, pero esencialmente mi amigo.