domingo, 05 de mayo del 2024
 
Por Aurelio Contreras Moreno
Columna: Rúbrica
Renuncias forzosas
2014-07-03 | 10:18:26
En la era del régimen priista
faraónico más autoritario,
era una práctica común de
los presidentes en funciones
remover gobernadores para
hacer sentir a toda la clase
política lo que podía pasar
cuando se caía de la gracia
del todopoderoso titular del
Ejecutivo.
Era también una ominosa
manera de burlarse de la
población y de la inexistente
democracia, ya que esos actos
de totalitarismo aplastaban
lo que se suponía era
la “voluntad popular” para
elegir gobernantes, que
aunque era una farsa, pues
no había elecciones realmente
libres, sí representaba
un marco de mínima
estabilidad y gobernabilidad
para el régimen en esos
años.
De este modo, en 1975
Luis Echeverría “destituyó”
al gobernador de Sonora,
Carlos Armando Biebrich,
y en 1977 al de Oaxaca,
Manuel Zárate Aquino. El
primero, por una matanza
de campesinos; al segundo,
por los conflictos magisteriales
que terminaron con
el surgimiento de la Coordinadora
Nacional de Trabajadores
de la Educación
(CNTE).
El presidente que más
gobernadores movió de sus
puestos fue Carlos Salinas
de Gortari, con 16 durante
su sexenio. Algunos para
promoverlos en su gabinete,
como fue el caso de Fernando
Gutiérrez Barrios,
que dejó la gubernatura de
Veracruz para convertirse
en secretario de Gobernación.
A muchos otros, para
calmar a la oposición por
lo cuestionado de las elecciones
de las que surgieron,
caso de Ramón Aguirre en
Guanajuato y de Fausto
Zapata en San Luis Potosí,
dando inicio a las “concertacesiones”
entre el gobierno
y el PAN.
Ernesto Zedillo no se
quedó muy atrás. En su
sexenio salieron diez gobernadores
de sus estados,
la mayoría “por las circunstancias
políticas del
momento”. El único que
resistió la embestida presidencial
fue el tabasqueño
Roberto Madrazo Pintado,
quien no aceptó ser relevado
y prácticamente se acuarteló
en su entidad hasta el
final de la administración
zedillista.
Los presidentes panistas
Vicente Fox y Felipe Calderón,
hay que reconocerlo,
terminaron con la práctica
del garrote político a los
gobernadores y no “derrocaron”
a ninguno. Los que
salieron antes de concluir
sus periodos lo hicieron para
“brincar” a cargos dentro
del Gobierno Federal o en la
dirigencia de sus partidos.
Tan ancha fue la manga
que les dieron Fox y Calderón
a los gobernadores, que
muchos de éstos, en especial
los priistas, abusaron del
poder y convirtieron sus
estados en auténticos feudos
donde sus deseos eran
órdenes de carácter imperial.
Veracruz, en tiempos
de Fidel Herrera, fue uno
de ellos.
El retorno del PRI a Los
Pinos ha supuesto también
el regreso de viejas prácticas
de la política al estilo tricolor.
La más tangible es la
de mano dura, de control y
autoritarismo que recuerda
las formas de la “presidencia
imperial” descrita por
Enrique Krauze. La detención
del exvocero de las
autodefensas michoacanas,
José Manuel Mireles, es un
ejemplo clarísimo de esto.
Pero a pesar de la monumental
ineptitud de muchos
de ellos, el presidente
Enrique Peña Nieto había
evitado remover gobernadores.
¿La razón? Que
él mismo fue mandatario
estatal. Hasta que la situación
de ingobernabilidad
y descomposición política
en Michoacán obligó a que
Fausto Vallejo presentara
su “renuncia” por “motivos
de salud”.
Como sucede cuando se
comete algún acto criminal,
como un asesinato, lo
difícil es la primera vez. Las
demás, vienen solas. Y ése
parece ser el nuevo mensaje
de Peña Nieto a los gobernadores
del PRI, con los
que se ha estado reuniendo
bastante seguido: o dan
resultados y atienden las
instrucciones dadas desde
el Altiplano, o se atienen a
las consecuencias.
Más de uno debería poner
sus barbas a remojar.
Email: aureliocontreras@
gmail.com
Twitter: @
yeyocontreras


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