domingo, 05 de mayo del 2024
 
Por Catón
Columna: De politica y cosas peores
Yo pecador
2014-08-13 | 09:48:47
No lo digo por hacerme propaganda, pero
soy un pecador. Mea culpa. Y ni siquiera un
gran pecador -mea máxima culpa-: soy sólo
un modesto, moderado, módico, morigerado
pecador. Digamos que soy un pequeño
burgués pecador.
Ninguno de mis pecados sería suficiente
para sobresaltar al buen Padre Jáuregui,
de mi ciudad, Saltillo, quien un día, al
escuchar la confesión de una mujer, salió
escandalizado del confesionario al tiempo
que exclamaba con estentórea voz que llenó
el templo: “¡Ah bárbara! ¡Déjame ver quién
eres!”.
Por eso, porque tengo mis propios pecados
-algunos muy impropios-, no me siento
con derecho a hablar de los pecados de mi
prójimo. Lo hago sólo cuando la culpa ajena
trasciende los límites de lo privado y se hace
pública.
Una de las peores faltas que hay es la
soberbia. Madre de todos los pecados, por
soberbia cayó el ángel maligno, Lucifer, y
por soberbia también cayeron nuestros primeros
padres, con cuya caída caímos todos
los humanos, excepción hecha de algunos
como Francisco de Asís, Cervantes, Mozart,
Van Gogh, la Madre Teresa, Harpo Marx
y otros en quienes ha residido la esencial
inocencia de la criatura humana.
La soberbia, pienso, es el pecado de los
tontos, exasperante siempre y risible muchas
veces. La soberbia es el ropaje con que
se viste el cuerpo para ocultar la desnudez de
la mente y el espíritu. Causa pena ver cómo
algunos profesionales de la religión, esos
que se sienten compadres de Dios y concesionarios
únicos de su palabra, actúan con
arrogancia detestable.
Tal el caso de Juan Sandoval Íñiguez, cuya
actitud contrasta con la de su superior el
Papa, hombre bueno, ejemplo de humildad
y sencillez. Hace unos días, en Guadalajara,
durante la misa de exequias de una dama,
los músicos del coro empezaron a interpretar
“Dios nunca muere”.
Hermosa música es la de ese vals, y su
letra profundamente religiosa. No tienen
esa belleza y esa hondura algunos ñoños
cánticos que se escuchan en los templos
desde que la Iglesia postconciliar hizo a un
lado el canto gregoriano, una de sus más
preciadas joyas.
Con eso las diversas denominaciones
evangélicas, dueñas de un riquísimo y antiguo
himnario, ganaron la primacía en la
música cultual. Pues bien: Sandoval Íñiguez,
oficiante en aquella misa, interrumpió con
aspereza el bello vals, cuya interpretación
había pedido la familia de la desaparecida,
porque era su pieza predilecta.
“Ésa no es música de iglesia”, dijo el altivo
dignatario. No respetó el sentimiento de
sus fieles. Impuso su criterio, a mi entender
equivocado: he oído una pieza devocional
en la cual se le puso letra a una melodía
-Blowin’ in the wind- de Bob Dylan, quien
no es precisamente un músico de iglesia.
Pero aquel señor que dije es altanero, y
gusta de imponer siempre su mal entendida
autoridad. Jerarcas como él, y otros
igualmente autoritarios, egocéntricos y
vanidosos, le quitan con su mal ejemplo
más fieles a la iglesia católica que todas las
nuevas sectas juntas. No sé si al decir esto
caigo yo mismo en culpa de soberbia. Si así
es, yo pecador.
Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la
concupiscencia de la carne, contrató los servicios
de una sexoservidora bastante cara,
aunque no tan cara como las que amenizan
los convivios de algunos diputados panistas:
ésta cobraba sólo 3 mil pesos por el rato.
La llevó a su departamento. En el momento
mismo en que estaban entregados
al consabido in-and-out, Afrodisio le dijo
a la muchacha: “No debería estar haciendo
esto, con lo que tengo”. Ella, alarmada, le
preguntó: “¿Qué tienes?”. Respondió Pitongo,
apesadumbrado: “30 pesos”...
Al empezar la noche de bodas el maduro
desposado le pidió a su flamante mujercita:
“Quítate el.”. “¿El qué?” -preguntó ella.
Respondió, desconcertado, el añoso galán:
“Ya se me olvidó”...
Babalucas le reclamó a un amigo: “¿Por
qué no me has llamado?”. Replicó el otro:
“¿Cómo puedo llamarte, si no tienes teléfono?”...
Protestó Babalucas con enojo: “¡Pero tú
sí tienes, caón!”. En el departamento de la
chica el ardiente galán le hizo a su dulcinea
algunos tocamientos encendidos. Ella se
molestó bastante. “¡Sal inmediatamente!”
-le pidió irritada. “No puedo” -dijo él. “¿Tanto
me amas?” -se conmovió la muchacha.
“No -precisó él-. No puedo salir mientras no
me sueltes la parte que me tienes agarrada”.
FIN.

mirador
››armando fuentes
aguirre
Me entristeció la muerte de Robin
Williams.
Fue dueño del difícil arte que consiste
en hacer reír y hacer llorar. Actor
extraordinario, nos dio el regalo de
la emoción y de la risa.
Muchos de los que son como él
llevan en sí, oculta, la tragedia. Tal
fue el caso de este gran artista. Sufría
el penoso mal llamado depresión,
que af lige lo mismo al cuerpo que
al espíritu, y eso quizá condujo a su
temprana muerte.
Quedará para siempre en la pantalla
del cine -y en la de la memoria- su
rostro levemente atribulado, dudoso
y vacilante frente al mundo, con esa
frágil sonrisa que no se decidía del
todo a ser sonrisa. Sus personajes
quedarán también, casi todos a
medio camino entre la lágrima que
se quiere ocultar y la sonrisa que se
quiere compartir.
Los artistas como Robin Williams
no deberían morir.
Los artistas como él no mueren
nunca.
¡Hasta mañana!...
man ganitas
››por afa
“...Diputados del PAN participaron
en una fiesta con muchachas...”.
Los críticos, con encono,
seguro preguntarán
si ese festejo del PAN
era parte de algún bono.


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