2014-08-15 | 09:49:20

Se fue Robin Williams, que como pocos
actores de la meca del cine Hollywoodense,
deja profunda huella en miles
de personas por la enorme capacidad
que tienen sus películas para transmitir
emociones y sentimientos.
De comunicar en un lenguaje muy
humano, a pesar de idiosincrasias culturales
hasta antagónicas, los símbolos
que unen tanto al espectador, como al
emisor, tanto en la imagen, como en
la expresión. Sembrar en el corazón la
semilla de la reflexión, de la carcajada,
o la satisfacción de haber asistido a una
película, que aunque lindaba en lo comercial,
siempre había un segmento que
rescatar; el guion, la fotografía, el actor
de reparto, la trama, los efectos.
De Popeye, a Aladino en la Lámpara
Maravillosa, a la Señora Doubtfire; al
magnífico Patch Adams, Doctor de
corazones tristes, que hacia reír a sus
pacientes en las enfermerías; al ingenioso
locutor de actuación única en Buenos
Días Vietnam, o la inconmensurable Sociedad
de los Poetas Muertos, pasando
por Yumanyi.
Fue un genio, y como siempre, pocos
genios en diferentes giros de la vida, al no
encontrar su asidero, se marchan antes
de tiempo, porque solo dios y ellos sabían
de la profundidad de su orfandad.
El conflicto no solo es por la sociedad
a la que pertenecieron, donde casi todo
lo tuvieron, la pregunta es, que fue aquello
que no alcanzaron a tener y retener.
Terrible contradicción que nos lleva a lo
ontológico, a los insondables epígrafes
del ser y su devenir.
Devenir que Robin Williams labraba
con cada obra nueva, con cada película
que terminaba, pero que por lo visto,
nunca fue suficiente. Y justo como
parte del estudio del ser, la Ontología
contempla a la Metafísica, que según la
definición griega, está mas allá de de la
Física, o “lo que sigue de la Física”, que
tiene que ver con las cosas del espíritu.
Un espíritu de búsqueda, de innovación,
un espíritu contestatario, que se
dirigía a la persona, al ser humano, cuya
esencia se encuentra en lo intrínseco de
la carcajada, del humor no vulgar, de
la preocupación sobre el mundo cotidiano
del estudiante en su proceso de
interiorización de textos sediciosos, o
la circunstancia única del enfermo con
diagnóstico irreversible.
Imágenes cargadas con diálogos ligeros,
pero en un contexto que le dan una
gran profundidad. Enseñanza perenne
cuando las obras y las cosas se abordan
con sencillez, pero con fundamento.
Aun cuando al principio las películas
de Williams se presentan en abstracto,
al final de la trama acabas complacido,
y aunque sin regatearle un ápice a Armand
Mattelart en su innegable hipótesis
sobre nuestra sujeción al imperio
de la cultura trasnacional, también es
de reconocer que no todas las manzanas
de la canasta hollywoodense están
podridas.
Pero Mattelart, será objeto de otras
reflexiones, en otros momentos, hoy
es Robin Williams quien nos convoca,
porque un trastorno de salud se lo llevó.
Depresión, alcoholismo, drogas, que en
síntesis son enfermedades de la vida citadina,
en las sociedades urbanizadas,
que implican desequilibrios emociónales
y mentales, y que precisamente los
fundamentos de esa sociedad, como la
promoción del bienestar, acaban paradójicamente
por revertir tal aseveración.
Lo he escrito en otras ocasiones, estos
trastornos tienen que ver con la salud
mental, que se atrofian si no hay armonía
entre los rubros biológicos y sociales de
las personas, y que la acción combinada
de profusos agentes psicológicos,
ambientales, biológicos y económicos,
acaban por ser decisivos en la determinación
de la vida de un individuo.
¿Cuales fueron las causas que se
llevaron a Patch Adams, a Robin Williams?,
solo él y su extraordinario
espíritu fraterno y generoso lo saben.
Más donde este hoy (que se que esta llevándonos
a una estruendosa carcajada),
he de rendirle fiel tributo por su profusa
obra, y especial capacidad para transmitirnos
ternura, emoción y reflexión,
y justo para provocar a Mattelart, no
es panfletaria.