domingo, 05 de mayo del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
‘¡Que hable Pérez!’
2014-08-18 | 08:52:26
¿Recuerdan mis cuatro lectores el famosísimo cuento intitulado “Que hable Pérez”? A continuación lo voy a relatar, pues por un grato motivo vino a mi memoria. Monclova, en mi natal Coahuila, es ciudad hospitalaria y laboriosa.
Tengo con ella deuda de afecto y agradecimiento: en tiempo de luchas universitarias que me enorgullecen recibí siempre el apoyo de los monclovenses. Estuve en Monclova este pasado jueves. Fui invitado por un grupo de personas de buena voluntad que aman a los animales y se preocupan por evitarles sufrimientos.
Se han propuesto construir un santuario para perros; me conmovió la admirable y tesonera obra que realizan. Ojalá todas las ciudades de México tuvieran gente así. En mi presentación me sentí envuelto por el cariño de un público generoso y cordial.
Soy un bendito de Dios: ni viviendo de rodillas los años que me quedan alcanzaría a agradecer tantos inmerecidos dones de la vida. A donde voy recibo muestras de afecto como éstas que en Monclova recibí y que me hicieron regresar a mi ciudad, Saltillo, fortalecido y lleno de gratitud.
Ese día evoqué a un monclovense inolvidable, don Ruperto Viveros, hombre bonísimo, dueño de un gran ingenio y una enorme simpatía que tuvieron continuación en Cintra, su bella hija, compañera mía de afanes teatrales juveniles, y en Víctor, querido amigo que en Colima ha llevado a cabo la misma sonriente obra de bien que en Monclova realizó su padre. Aquí le envío un abrazo, y otro a Carmen Primera, su tan amable esposa.
Don Ruperto narraba con gracia y donosura aquella linda historia: “Que hable Pérez”. Sucedió que en un pequeño pueblo se conoció la noticia del deceso de su diputado. El suplente del desaparecido fue llamado a ocupar su curul, y la gente fue a despedirlo a la estación del tren.
Se hallaba ahí un señor apellidado Pérez a quien se atribuían grandes dotes oratorias, cosa entonces de mucha consideración, pues en aquellos tiempos no había ocasión alguna sin brindis o discurso. De entre la multitud surgió un grito espontáneo: “¡Que hable Pérez!”.
Sin hacerse del rogar subió el convocado a la escalerilla del vagón, y después de toser solemnemente para aclararse la garganta apostrofó con sonorosa voz al nuevo diputado: “Aquí estás ya, querido y noble amigo: firme, derecho, macizo, como deben estar los hombres en estas circunstancias.
El hueco que vas a llenar es enorme, lo sabemos todos. Arrójate a él y llénalo como debe ser, pues si no lo haces aquí estamos también nosotros para uno por uno, o todos juntos, empujarte hasta que estés donde debes estar. ¡Salud!”.
Una ovación unánime rubricó la elocuente tirada lírica del orador, con lo cual quedó sellada la fama de gran orador de Pérez. Poco tiempo después hubo otro deceso muy sentido, el de un notable del pueblo. En el cementerio, al tiempo que iban a darle al señor cristiana sepultura, volvió a oírse la voz: “¡Que hable Pérez!”.
El orador, en vista del notable éxito de su anterior discurso, volvió a decir las mismas palabras, ahora ante el féretro del desaparecido: “Aquí estás ya, querido y noble amigo: firme, derecho, macizo, como deben estar los hombres en estas circunstancias. El hueco que vas a llenar es enorme, lo sabemos todos. Arrójate a él y llénalo como debe ser, pues si no lo haces aquí estamos también nosotros para uno por uno, o todos juntos, empujarte hasta que estés donde debes estar. ¡Salud!”.
Esta vez la intervención del orador no fue tan bien recibida como en la ocasión pasada. Faltaba, sin embargo, lo mejor. O lo peor, según se vea. Hubo una boda. En el banquete nupcial surgió otra vez la voz: “¡Que hable Pérez!”.
Se puso en pie el demóstenes del pueblo y se dirigió al novio con las mismas palabras de su usual discurso: “Aquí estás ya, querido y noble amigo: firme, derecho, macizo, como deben estar los hombres en estas circunstancias.
El hueco que vas a llenar es enorme, lo sabemos todos. Arrójate a él y llénalo como debe ser, pues si no lo haces aquí estamos también nosotros para uno por uno, o todos juntos, empujarte hasta que estés donde debes estar”...
Decía don Ruperto que después de eso jamás en el pueblo volvió a oírse aquel grito: “¡Que hable Pérez!”. Y se entiende... FIN.



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