domingo, 05 de mayo del 2024
 
Por Alfonso Villalva P.
Columna: Falta de rigor
2014-08-21 | 22:00:09
“Es nuclear, Jacobo. Es nucleaaaaar”. Y los indefensos y atónitos telespectadores guardamos un silencio sepulcral en ese momento escalofriante mientras ella, la singular Ericka Vextler, repetía la frase con su timbre de voz característico, en una especie de berrido, chillido o bramido, al tiempo que contemplábamos en nuestros televisores –todavía de cinescopio- la expresión circunspecta del legendario personaje que por décadas fue el rostro de la comunicación oficial en México.

Quizá solamente es una fijación mía, propia de las manías que de pronto se adquieren con hábitos diversos, pero recuerdo la escena del año 1991 perfectamente, como si hubiese sido ayer. No es que las imagines dieran algo más allá de lo cotidiano –especialmente comparadas con las que ahora están disponibles en línea-, pero el alarido anunciaba implícitamente la llegada a galope tendido de los cuatro jinetes del apocalipsis.

Era el noticiero 24 horas que conducía Jacobo Zabludovsky, quien para mayores señas de las generaciones del milenio, era el anchorman por antonomasia de una República que durante años lo relacionaba con la única forma de saber lo que sucedía en el País y fuera de él -o lo que algunos decidían debiéramos saber-. Tan mediáticamente influyente que llegó el punto que hasta las devaluaciones dejaron de anunciarse, primero por el Presidente, luego por el Secretario de Hacienda, hasta llegar al anuncio lacónico y nasal de Don Jacobo.

Y así, esa noche, sin fundamento técnico ni científico, y con una temeridad apabullante, la colega Vextler despertaba el pánico entre todos los colegas y nos helaba la espina dorsal haciéndonos imaginar –sin redes sociales que nos ampararan- el desenlace ominoso de la guerra fría, solo imaginado por los autores de guiones cinematográficos y comics diversos.

Por algunos minutos, en lo que Don Jacobo le pedía a Lupita -su secretaria que también salía a cuadro ocasionalmente- que hiciera las llamadas pertinentes para descartar el terrible anuncio nuclear, los de estas tierras aztecas nos preparábamos para lo peor.

Esa era la escena, y si nos detenemos unos minutos a reflexionar, veintitantos años después, esencialmente la irresponsabilidad al comunicar de muchos sigue igual o peor. Personajes que se hacen pasar por líderes indiscutibles, individuos que se auto proclaman censores de la moralidad, de lo correcto y el deber ser, todólogos que de lo único que no son expertos es de sus propias carencias, vicios y negocios inconfesables.

Ellos se regocijan artera e impunemente lanzando, ahora al ciberespacio y a los cuatro puntos cardinales, aseveraciones temerarias, sin fundamento a las que llegan por conjeturas, por una mala pasada de su propia ignorancia o por la malsana intención de profundizar en la incertidumbre, en el caos y la división. Factores que cuando no son una consecuencia fortuita a su torpeza, son un terreno deliberadamente propicio a la consolidación de la encomienda post moderna que siguen ejerciendo muchos por estas latitudes.

Sembrar el odio y descubrirse populares en el apetito de los espectadores por el éxtasis del morbo. Sin utilidad práctica. Mentir hasta que la repetición haga del embustero un paladín de la verdad popular. Destruir reputaciones sin prueba, como deporte nacional de revancha ante el éxito ajeno, ante la incapacidad propia de crear.

Regresando a las memorias del noticiero 24 horas, así como el anuncio nuclear, también hubo alguna vez un enlace en que daban un testigo de una reunión o cumbre de intelectuales, seguramente en el marco de algún conflicto entre Palestina e Israel, o cualquier otro. Una corresponsal de Jacobo, no recuerdo si era la propia Vextler o probablemente Valentina Alazraki, lograba abordar a Octavio Paz precisamente a la salida de una sesión maratónica.

Por estas tierras, las de acá, se celebraba algún aniversario de la primera edición del Laberinto de la soledad. Ella se acercó a Paz y le pregunto con mucha autoridad y actitud retadora: -Don Octavio, en dos palabras ¿cual es el problema de los mexicanos? Paz la miro brevemente pero con profundidad y respondió fulminante: “En tres, falta de rigor”. Pues eso.

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