lunes, 06 de mayo del 2024
 
Por Catón
Columna: De politica y cosas peores
Maestros, no enseñen, ¡entusiasmen!
2014-09-12 | 09:37:17
“Necesitaré una muestra de su orina -le indicó
el médico a Babalucas-. Por favor llene aquel
frasquito que está sobre el estante del rincón”.
Respondió, cauteloso, Babalucas: “Pos a ver si
la llego, doctor”...
Comentó cierto playboy: “Me gusta jugar
con el peligro. Tengo una cama de agua y una
amiguita con uñas largas en las manos y en
los pies”...
La señora salió corriendo atrás del camión
de la basura. Lucía su acostumbrado aspecto
mañanero: bata rota y arrugada; viejas pantuflas
de peluche; gastados calcetones; rizadores
en la cabeza; el rostro untado con una crema de
color morado; ojeras hasta la cintura. Alcanzó
la mujer al camión y le preguntó a uno de los
encargados: “¿Llego tarde para la basura?”.
“No, señora -respondió el individuo-. Súbase”...
Rosibel, pizpireta secretaria, conoció a la
esposa de su jefe, don Algón. “Señora -le dijo-,
debe usted batallar mucho con su marido, tan
olvidadizo”. “¿Olvidadizo? -se extrañó ella-.
“Sí -confirmó Rosibel-. En la oficina todas las
secretarias tenemos que estarle recordando
constantemente que es un hombre casado”...
El joven pretendiente fue a pedirle la mano
de su novia al papá de la muchacha. Objetó
el severo genitor: “-No creo que Susiflor esté
madura para el matrimonio”. “Ya está madura”
-afirmó con certeza el galancete. “¿Cómo lo
sabe usted?” -se atufó el padre. Explicó el muchacho:
“Hice lo mismo que con las sandías,
señor. Le di una caladita”...
El policía que cuidaba el parque escuchó un
grito de mujer, y acudió a todo correr a ver qué
sucedía. Tras unos arbustos vio a una pareja
entregada al sempiterno rito de la naturaleza.
“Todo está bien, oficial -le dijo entre acezos,
agitaciones y vaivenes la que había gritado-.
Grité porque al principio creí que lo que el
señor quería era robarme el bolso”...
La inconsolable viuda se presentó a cobrar
el seguro de su esposo. “Perdone usted, señora
-le informó el agente-. Su difunto marido no
tenía seguro de vida. Lo tenía de incendio”.
“Ya lo sé -respondió ella entre sus lágrimas-.
Por eso lo hice incinerar”...
Rosilí cedió por fin a las instancias amorosas
de Afrodisio, galán concupiscente que por
meses la había asediado con solicitaciones de
pasional amor. “Está bien -le dijo sin fuerzas
ya para aguantar el sitio-. Te ofrendaré la gala
de mi preciada doncellez.
Debo advertirte, sin embargo, que lo haremos
en el último piso de un rascacielos, sobre
el angosto pretil que dé al vacío, en una noche
de tormenta, en posición vertical, y apoyando
nada más un pie cada uno sobre el piso”. “¿Por
qué quieres que lo hagamos así?” -preguntó
con espanto el lascivo amador, que sintió
vértigo con sólo imaginar la escena. Explicó
Rosilí: “Es que no quiero que pienses que soy
una mujer fácil”...
Ahora que las clases han empezado ya en
todas partes, excepción hecha de Oaxaca, me
gustaría hacer algunas ref lexiones sobre el
tema de la educación, a fuer de viejo profesor.
Cuando hablo ante maestros suelo proponer
una idea que al principio escandaliza a no
pocos directores.
Les digo: “Maestros: no enseñen”. Al decir
eso me hago eco de Juan Jacobo, quien escribió
en su “Emilio”: “Maestros: perded el tiempo”.
Él decía que el educador debe dejar que la naturaleza
actúe; yo digo que más que trasmitir
conocimiento el maestro debe trasmitir entusiasmos,
hacer que sus alumnos se enamoren
de la materia que imparte, de modo que sigan
aprendiendo sobre ella aun cuando no sean ya
sus estudiantes.
Yo tuve tres maravillosos maestros de
literatura: doña Amelia Vitela de García en
la escuela secundaria; Guillermo Meléndez
Mata y Julia Martínez en la preparatoria. De
ellos adquirí, después de mis padres, el amor
a los libros y el gusto por la lectura.
No me hicieron aprender nombres ni fechas
que de seguro habría olvidado ya: me hicieron
ver los prodigios que guardan en sus páginas
esos maravillosos amigos que son los libros,
y me incitaron sabiamente -y suavemente- a
emprender la bella aventura de leer.
Voy por ese camino todavía, el camino en
que ellos me pusieron, y sigo aprendiendo de
su magisterio igual que si estuviera aún en su
salón de clases. Ser maestro es enseñar a amar.
Lo demás es estéril ejercicio que no sobrevive
al obligado examen.
La señora le dijo al obispo: “¡Qué bonito anillo,
Su Excelencia!”. Respondió en voz baja el
dignatario: “Y también tengo los aretes”. FIN.


NOSOTROS

Periódico digital en tiempo real con información preferentemente del Estado de Veracruz México


NOSOTROS

Periódico digital en tiempo real con información preferentemente del Estado de Veracruz México