lunes, 06 de mayo del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
‘Frío, húmedo y airoso’
2014-09-14 | 09:02:18
Al terminar el trance erótico el avezado galán le dijo a la inexperta chica: “Quiero darte las gracias, Dulciflor, por las dos veces que hicimos el amor”. “¿Dos veces? -se sorprendió ella-. Fue una nada más”. “No -la corrigió el tipo-. Fueron dos: la primera y la última”...

El conserje del teatro fue con el gerente. “Señor -le dijo-. Me puse a limpiar el sótano, y encontré una tuba vieja que ya no sirve. ¿Me la puedo llevar a mi casa?”. “¿Para qué la quieres? -se extrañó el gerente-. Dices que ya no toca”. “No la quiero para tocarla -dijo el tipo-. Se me ocurrió que puede servirle a mi mujer para sus baños de asiento”...

El señor llamó por teléfono al doctor de la familia. “Mi esposa amaneció enferma -le dijo-. Por favor venga a verla”. “Iré en el curso de la tarde” -le contestó el médico. (Esto que narro sucedió hace muchos años, cuando los médicos aún hacían visitas a domicilio). Preguntó el marido: “¿Debo hacer algo mientras tanto?”. “Sí -le indicó el doctor-. Tómele la temperatura con un termómetro rectal”.

Por la tarde, en efecto, llegó el facultativo. Le preguntó al hombre: “¿Le tomó la temperatura a su señora con el termómetro rectal?”. “Sí, doctor -respondió él-. Hice lo que usted me indicó”. Quiso saber el galeno: “¿Qué marcó el termómetro?”. Respondió el tipo: “Marcó: ‘Frío, húmedo y airoso’”. “No entiendo -dijo perplejo el doctor-. A ver, muéstreme el termómetro”. El tipo se lo trajo. Dijo el médico: “Éste es un barómetro, no un termómetro rectal”...

Llegó la señora a la tlapalería y le preguntó al dependiente: “¿Tienes bolitas de naftalina?”. “No sé qué sea eso, señora -respondió el muchacho-, pero en todo caso puedo asegurarle que soy igual que todos los demás”...

Babalucas les contó a sus amigos que había conocido una linda muchacha. “Se llama Legia -les dijo-. Tiene las dos mejores piernas del mundo”. Uno de los amigos le preguntó, dubitativo: “¿Cómo puedes decir eso?”. Respondió Babalucas: “Se las conté”...

La chica que se iba a casar le pidió a su amiga: “El día de la boda te pones tu mejor vestido, porque quiero que seas mi dama de honor”. “No tengo” -dijo la amiga-. Preguntó la futura novia: “¿Vestido?”. “No -contestó la amiga-. Honor”...

Doña Holofernes y don Poseidón sostenían su enésima riña conyugal. Preguntó ella, desafiante: “¿Conoces a Leovigildo Roncesval?”. “Sí, lo conozco” -replicó don Poseidón. “Pues para que te lo sepas -le dijo doña Holofernes-, quiso casarse conmigo”. “¡Mira! -exclamó don Poseidón-. Ahora me explico por qué cada vez que nos encontramos en la calle se ríe de mí el caborón!”...

“Doctor -le dijo una señora al psiquiatra-, a mi marido le ha dado por beber en cantinas de la calle. Estoy desesperada: van varias veces que lo encuentro abrazado a una farola”. “Señora -contestó el analista-, es perfectamente normal que un hombre beba hasta embriagarse. La que necesita tratamiento es usted: es la primera vez que veo a una mujer que tiene celos de una farola”...

Llegó una bondadosa y dulce ancianita a una granja avícola y le preguntó al dueño: “Perdone, señor: ¿tiene usted de los que ponen las gallinas?”. El tipo, divertido por el eufemismo de la viejecita, le contestó sonriendo: “Sí tengo, señora”. “Entonces -dijo la ancianita- venga conmigo y péguele al individuo que me acaba de chocar mi coche”...

El señor y su esposa estaban haciendo el amor. Preguntó él: “¿No crees que la pasión se ha alejado de nuestro matrimonio?”. Respondió ella: “Te daré la respuesta en los próximos comerciales”...

A la compañía de seguros el incendio de la tienda de don Pirelio le pareció más que sospechoso, de modo que se negó a pagar la póliza. Don Pirelio, entonces, contrató a un abogado. Después de un año de litigio el abogado llamó a su cliente para decirle que había ganado el pleito.

Podía ir a su despacho a cobrar el dinero del seguro. Cuando llegó don Pirelio se indignó al ver el porcentaje que el abogado había deducido por concepto de sus honorarios. “¡Carajo! -protestó vehementemente-. ¡Cualquiera diría que el que provocó el incendio fue usted, no yo!”...

El joven teniente de artillería acudió ante el general y le pidió tres días de permiso a fin de ir a su pueblo. “¿Para qué necesitas el permiso?” -preguntó el superior. “Mi esposa va a dar a luz” -explicó el artillero. “Muchacho -le dijo el general-. Tú ya cargaste el cañón. Para que ahora dispare no es necesaria tu presencia”... FIN.


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