sábado, 04 de mayo del 2024
 
Por Alejandro Mier Uribe
Columna: Andares
Gemelas II Parte
2014-09-28 | 10:09:15
Caroline caminaba por la habitación de su madre cuando oyó voces.

-Si hija, sigue mi consejo, -decía la Sra. Jennifer -debes provocar a Henry para que dé el siguiente paso, que se comprometa de una manera más seria contigo.

-…Pero, ¿acaso crees que alguien podría arrebatármelo? ¿Quizá… Caroline?

-No, princesa. Que Dios me perdone, pero tu hermana es muy poca cosa como para eso… es solo que Henry es muy apuesto y debes amarrarlo por tu propia seguridad…

Caroline no quiso oír más. Furiosa se fue directa al cajón donde escondía las pastillas con las que meses atrás había comenzado a drogarse, extrajo dos y se las tomó ayudada por un trago de whisky.

A la semana siguiente, al enterarse de Henry visitaría a su hermana, se puso un provocador vestido y se llenó de cremas y perfume. Estaba dispuesta a todo, lo tomaría, lo besaría y se entregaría a él, así que, en cierto momento, bajó muy silenciosa las escaleras esperando poder tener el añorado encuentro a solas con él, pero para su mala fortuna lo que vio terminó de hacerla pedazos.

Jenny y Henry hacían el amor recostados en la alfombra de la sala. Por primera vez en la vida, a Caroline le temblaron las piernas y sintió resquebrajarse por lo que se puso en cuclillas y sujetada del barandal de las escaleras lloró y lloró sin dejar de ver ni por un segundo cada detalle del punzante acto en la que la dorada piel de Henry se extraviaba entre los lechosos muslos de su hermana.

Para cuando Jenny se fue a dormir a su habitación, Caroline tenía rato deambulando alcoholizada de bar en bar. Había tasajeado con un enorme cuchillo de cacería la cama de su hermana y jamás regresaría a casa, aunque se lo pidieran, hecho que por cierto jamás nadie realizó.

Los años siguieron su curso. Jenny y Henry por fin habían contraído matrimonio y esperaban a su primer bebé. Jenny descansaba plácidamente en la mecedora del jardín cuando el teléfono sonó:

-Hola…

-¡Jenny! ¡Jenny! ¿Eres tú? ¡Soy yo hermanita!

-¿Caroline? No lo puedo creer…

-Sí Jenny soy yo y estoy muy arrepentida de lo sucedido ¡tienes que perdonarme! ¡Te lo ruego! …Estaba tan confundida.

-Oh Caroline, tranquilízate, no tengo nada que perdonarte, pero ¿dónde has estado todo este tiempo? ¿Cómo estás? Mis padres te echan de menos… -mintió.

-Tengo tanto que contarte y estoy tan feliz de que por fin podamos hablar.

-¿Por qué no vienes a casa?

-Eso quisiera, créeme que nada me gustaría más, pero tienes que ayudarme, no puedo presentarme nada más así…

-¿Y yo qué puedo hacer?

-¡Ya sé! ¿Qué te parece si nos reunimos, solo tú y yo como cuando éramos niñas, en la vieja cabaña del bosque. Así podrías aconsejarme qué hacer para enfrentarme a mamá y papá y darles la sorpresa de mi regreso.

-Pero Caroline, eso es imposible debes saber que estoy a una semana de dar a luz…

-¡Por favor! ¡Por favor! Será solo una tarde y volveremos juntas a casa, ¡no me niegues eso!

-Está bien, está bien… mañana nos veremos.

En cuanto Jenny llegó a la vieja cabaña, Caroline la sorprendió dándole un fuerte golpe en la nuca con un trozo de la madera que ocupaban para la leña. Después, la amordazó para que sus gritos no fueran a ser escuchados por algún excursionista despistado que merodeara la zona. Le ató las manos por la espalda y halándola de la rubia cabellera, la arrastró al interior.

Al llegar a la sala, la tumbó sobre un camastro que tenía previamente preparado y colocó su maletín sobre la mesa. Todo estaba listo, el día tan deseado había llegado. Aunque contaba con todo el tiempo del mundo, estaba ávida por culminar la tarea que con tanta paciencia esperó.

Harta de cachetear a su hermana para que dejara de implorar con esos exagerados gestos que amenazaban con expulsar sus ojos, las manos le temblaban y comenzaban a hinchársele y eso no era bueno para su labor, tenía que conservar un pulso, como decían cotidianamente (pensó que el término jamás estuvo mejor empleado) de cirujano.

Preparó su jeringa y clavó la aguja en el cuerpo de Jenny. En lo que la anestesia comenzaba hacer efecto, le quitó la mordaza y entonces suplicó con voz muy débil:

-No lo hagas, por favor. Te lo ruego.

-Cállate idiota, solo tomo lo que me pertenece.

Después cogió el bisturí, trozó la blusa de su hermana y sobó su abultado vientre. Recargó la navaja y comenzó a aplicar, con sumo cuidado, el primer corte. Sonrió complacida al constatarse de que tantas y tantas horas de práctica, primero sobre diversos frutos y luego en animales, habían dado resultado, la fisura era perfecta.

Jenny estaba semi inconciente pero en cuanto Caroline penetró un poco más su piel, se desmayó del dolor. Caroline continuó capa tras capa de piel hasta llegar por fin a la tan anhelada telilla delgada, esa fina pielecilla que había que rasgar con mucha mayor delicadeza y tras al cual se encontraba su botín. Así lo hizo, tenuemente como tantas veces lo practicó en pollos, y sin dejar de secar la sangre con cientos de gasas. De pronto, todo se abrió y un río de viscosos líquidos, morados, rosas y violáceos, se desbordaron.

Caroline colocó una toalla y removiendo las entrañas de Jenny introdujo su mano hasta capturar al bebé, luego, lo extrajo de un brusco jalón. En cuanto el bebé vio la luz, o casi se podría decir que a Caroline, soltó un agudo llanto. Caroline no se disgustó, simplemente tomó el bisturí y cortó el cordón umbilical.

Sin mayores contratiempos envolvió a la blanca nena en una cobijita y salió de la cabaña sin siquiera voltear a ver a su hermana que se desangraba moviéndose dolorosamente por falta de la dosis correcta de anestesia. Abrió la puerta y se fue sin tomarse la molestia de cerrarla ¿a quién le importaba?

Breves instantes después, unas insistentes patadas volvieron en sí a Jenny por unos brevísimos segundos, lo suficiente para llamar por ayuda.

Cuando los paramédicos llegaron a la cabaña, tenía escasos minutos de haber muerto.

-No hay nada que hacer, -dijo la doctora al descubrir que no tenía pulso.

-¡Espera! -Respondió su compañera incrédula de lo que sus ojos estaban presenciando, -¿qué es eso? ¿Su vientre se movió?

Así era, allí muy bien escondido estaba un segundo bebé. Se trataba de un varoncito moreno claro que, furioso, no cesaba de patear. La historia lo conocería como Henry, el vengador sanguinario.


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