lunes, 06 de mayo del 2024
 
Por Alfonso Villalva P.
Columna: Polvo estelar
Polvo estelar
2014-10-10 | 10:00:17
A Carmita, donde quiera que esté
La verdad, estoy seguro que tú si la puedes ver.
Casi todas las noches, al menos cuando te lo
propones y cuando los nubarrones cargados de
agua así lo permiten, cuando no se encapricha
el firmamento, oscureciéndose de tal manera,
que pocas cosas se pueden vislumbrar, sin importar
el empeño que ponga uno. O cuando la
luna enrojece y eclipsa, que es un espectáculo
aparte, pero impide ver lo que hay aparente en
esa puerta inmensa hacia el infinito.
Sí, la puedes ver, porque para tí, de ser una
estrella luminosa que cuando contabas con
pocos años te arrullaba, te besaba, te abrazaba;
te guisaba y te mimaba, se transformó
en polvo estelar que de una manera menos
tangible, pero acaso más entrañable, te sigue
acompañando muy cerca de tu mano, muy
dentro del corazón. Eso es una abuela, colega,
polvo estelar que brilla, que guía, que no cesa
de generar emoción.
Sí, la puedes ver, pero sobre todo sentir. No
solamente en esas mañanas en las que de vez
en cuando y sin la frecuencia que mereciera, le
visitas en esa última y definitiva morada en la
que quedó unida para siempre con su pareja de
toda la vida, que también ofició de tu abuelo.
En esas mañanas de sol abrasador que, sin
importar la época del año, parecen especialmente
cálidas al hacer patente, mediante una
piedra blanca de granito que arde bajo el sol,
ese ultimo adiós que todavía hace dudar al sístole
comunicarse con el diástole para permitir
que siga fluyendo un torrente de normalidad,
sin sobresaltos.
La ves seguramente en tus hijos, y en los
hijos de tus hijos que, informados por otras
abuelitas –las suyas propias-, asumen frases,
dichos alegres y pintorescos, lecciones de vida
que muchos años después, vuelven a estar
presentes para formar seres humanos de bien,
para cohesionar la fibra que liga la solidaridad
humana, la consideración hacia los demás,
las siguientes familias que, de conformarse,
constituirán la red virtuosa que haga de la
sociedad un episodio menos trágico para vivir.
La ves en tus hijos que se enorgullecen de
su tradición regional vinculándose profundamente
con sus primos, sus costumbres
familiares. La ves en tus hijos, sí, pero particularmente,
la ves en tu madre que con tanto
esmero y amor la ha mantenido muy cerca
de ti, muy presente en tu vida. La ves en tus
hermanos y hermanas que, guiados por su
madre -la de ellos-, son mujeres y hombres
entrañables que con el corazón puesto en el
sitio justo entre pecho y espalda, hacen de este
planeta un mejor sitio para vivir.
Pero la ves en tu madre –ella, sí, la que puso
la vida en suerte justo cuando descendiste de
sus entrañas-, especialmente ahora que los
años te hacen comprender que la vida se vive
con el corazón por delante, con el cauce de la
razón y de una cultura creciente; cuando ves
en tu propia persona el desenlace tangible de
tantas palabras amorosas, abrazos y besos
que surcan generaciones; tantas lágrimas
derramadas, tantos desvelos, tantas cavilaciones
para elegir bien, tantas cosas que tenían
un propósito claro y preciso, prístinamente
concebido, para hacer de ti una persona de
bien, un hombre de verdad, de esos que saben
asumir responsabilidades, batirse con la vida
con valentía, pero derramar una lágrima viril
a tiempo por los suyos, los que están y los que
se fueron.
La ves en esa madre que seguramente inspirada
por otra abuela, sacrificó sin egoísmos,
sin dudar nunca entre dar primero y recibir
después. Esa madre que en el primer gesto
doloroso de amor descrito en la plancha de
parir, selló su compromiso inquebrantable
con su descendencia. La madre que te enseñó
–aprendido de su propia madre- a disentir, a
cuestionar todo para crecer. La que te enseñó
a amar la vida, a una mujer, a un destino. La
que te enseñó a creer.
La gente pervive en la medida en que puede
dejar un legado, una obra o un recuerdo sobresaliente.
Es así de claro. Solo alguien que toca
el corazón de otro tiene derecho a ser inmortal.
Ella fue así, tu abuela que pervive hasta hoy y
lo hará por siempre.
Todo eso venía a tu cabeza sin siquiera advertir
el delirio que generaban crecientemente
las palabras que entonaba Sergio Esquivel en
algún puesto de comida de esos que hacían una
especie de valla en tu andar por las calles del
centro histórico de Mérida capital.
Esquivel generaba una conexión insospechada
entre guisos yucatecos, trova y poesía
peninsular; historias emocionantes, cavilaciones
gramaticales y cívicas, fe en un Dios, y
ese amor indescriptible que solamente puede
provenir de una abuela auténtica, de esas de
vocación.
Ese polvo estelar al que puedes asomar
todas las noches, te da la certeza de que las
abuelas no se van completamente, que no
mueren en vano, que siguen presentes precisamente
en la forma de ese polvo estelar que
cuando se vincula con la luna nueva, te agita
la respiración, te endurece el diafragma y te
recuerda que, efectivamente, nadie se va del
todo… Ya lo viste.
Twitter: @avp_a
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