sábado, 27 de abril del 2024
 
Por Leo Zuckermann
Columna: Juegos de Poder
Ponerse en los zapatos de padres con hijos desaparecidos
2014-10-15 | 10:21:27
Entre más se desentierra, más mierda aparece en Iguala. Perdón, estimado lector, por la palabra altisonante. Pero hay veces que los columnistas tenemos que sacar el coraje de alguna manera. Yo me pongo en los zapatos de los 43 padres de familia que hoy siguen buscando a sus hijos desaparecidos. Me imagino, por una parte, su angustia entre más tiempo pasa: la sospecha de que sus seres queridos están muertos. Que los asesinaron, torturaron y tiraron en una fosa común como perros callejeros. Pero, también, la esperanza que abrigan de que, por un milagro, los encuentren vivos. Y el peor escenarios de todos: el de la duda eterna: que nunca aparezcan y se sepa la verdad. ¿Se imagina usted?
Me pongo en sus zapatos y siento rabia por saber que fue la policía municipal la que, sin previo aviso, les disparó ese 26 de septiembre a los alumnos de la Normal de Ayotzinapa. Estaban boteando, pidiendo dinero, para venirse al DF a conmemorar un dos de octubre que no se olvida. Ese día, seis personas terminaron muertas. Al normalista Julio César Fuentes Mondragón lo encontrarían torturado, asesinado, sin ojos y con el rostro desollado.
Imagine a esos padres cuando se enteraron de esta historia. El miedo que a sus hijos les haya pasado lo mismo. O el coraje con el Ejército. Porque, de acuerdo a Yaiza Santos, corresponsal en México del periódico ABC de España, existe un testimonio que involucraría en el caso a las Fuerzas Armadas. Ese día, cuando comenzó la balacera, “los muchachos se dispersan e intentan esconderse en distintas casas. Hay un herido grave, hoy con muerte cerebral en el hospital. Omar refiere entonces un episodio sin aclarar: en un momento determinado, se acercan militares del batallón del Ejército que se encuentra en Iguala y los retienen, acusándolos de allanamiento de morada y quitándoles los celulares. Se produce entonces el segundo ataque de la policía, acompañados esta vez de otros individuos, que las autoridades federales identificarán días más tarde como miembros del cártel Guerreros Unidos”. ¿Por qué los soldados no protegieron a los muchachos perseguidos? ¿Por qué les quitaron sus celulares de tal forma que ya no pudieron comunicarse con nadie? ¿Por qué habrían permitido que se los llevaran los policías coludidos con el crimen organizado? “Será verdad—pensarán los padres—que los militares también están involucrados en esto”. La maldita duda rondará en su cabeza.
Imagine el enojo por saber que el presidente municipal se encontraba bailando en lo que todo esto sucedía. Que luego, junto con su jefe de la policía, se fugó y sigue a salto de mata para eludir a la justicia. Que ahora sabemos que en realidad era un pillo que había asesinado a un activista de un grupo político adversario.
Pongámonos en los zapatos de un padre de familia que se entera, con el supuesto testimonio de policías y criminales arrestados, que se encontraron fosas clandestinas donde hay 28 cuerpos calcinados. “¿Serán ellos?” Las autoridades les pedirán productos que podrían contener material genético para realizar las pruebas de ADN: un peine con algún cabello suelto, el cepillo de dientes con su saliva, un diente de leche que la madre conserva en el fondo de un cajón. ¿Cómo dormirán sabiendo que a lo mejor alguno de esos cadáveres es el de su hijo? Las pruebas tardarán varios días. El gobernador filtrará a la prensa que no son de los estudiantes desaparecidos. El procurador de la República lo desmentirá. “¿Quién chingados está diciendo la verdad?” A la postre el procurador confirmará lo que había adelantado el gobernador. “No son ellos, gracias a Dios”. Porque la esperanza siempre perdura.
Qué decir de la irritación de ver cómo el gobernador Ángel Aguirre hace todo lo posible por sacarse el bulto de encima. O de Carlos Navarrete pidiendo perdón porque el PRD nominó al infame José Luis Abarca como presidente municipal de Iguala. O de todos los políticos, de todos los partidos, incluyendo al presidente Peña, condenando lo sucedido. “Muy bien señores—dirán los padres—pero, ¿dónde carajos están nuestros hijos?”
El hecho es que hoy, a 19 días de la balacera de Iguala, todavía no se sabe nada de ellos. Nada. Absolutamente nada. Mientras tanto hay 28 cuerpos sin vida descubiertos en fosas clandestinas que hay que identificar. ¿Quiénes son, qué pasó con ellos, cómo los asesinaron? Más mierda que investigar. Porque esa es la realidad que se va desenterrando cada día en Iguala, Guerrero, ciudad que se encuentra a 200 kilómetros de la capital de la República.

Twitter: @leozuckermann
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