domingo, 28 de abril del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Mala imagen
2014-10-16 | 09:41:16
Don Frustracio sentía siempre el urente apetito de la carne. Doña Frigidia su mujer, en cambio, se mostraba en ese aspecto muy inapetente. Cuando él le solicitaba la realización del acto prescrito por las leyes humanas y divinas a fin de perpetuar la especie, ella aducía toda suerte de excusas y pretextos para incumplir esa demanda.

No sólo las tradicionales evasivas -”Me duele la cabeza”, “Estoy en mis días” o “Me siento muy cansada”-, sino otros regates inéditos de su invención: “Hoy se celebra el aniversario luctuoso de doña Josefa Ortiz de Domínguez, y sería impropio faltar en esa forma al decoro de la fecha”, o: “Es día de San Pudente, patrono de la castidad, y desde joven le hice la promesa de no realizar nunca en su fiesta un acto impúdico”.

Así el pobre de don Frustracio veía siempre insatisfechos sus naturales rijos de varón, y si no los aliviaba por sí mismo era sólo porque pensaba que con eso hacía agravio a la Legión Civil, agrupación de la cual era portaestandarte, que prescribía en su reglamento: “Los socios deberán observar a todas horas del día y de la noche una conducta moral irreprochable”.

Sucedió cierta noche, sin embargo, después de largo tiempo de abstención, que don Frustracio se atrevió a pedirle a su consorte el cumplimiento del débito conyugal. “¿Otra vez?” -preguntó con acrimonia doña Frigidia. “Pero, mujer -repuso el infeliz marido-, la última ocasión en que lo hicimos fue cuando nació el habitante número seis billones de la Tierra, y eso fue el 12 de octubre de 1999”. “¿Y ya quieres de nuevo? -se escandalizó ella-. ¡Eres un erotómano, un enfermo de satiriasis, un maniático sexual!”.

Don Frustracio insistió en su justificada petición, hasta que por fin ella accedió a hacer “eso” -así dijo- a cambio de la promesa de su esposo de llevarla de compras a Laredo. Puso, eso sí, una condición: lo harían con la luz apagada, por la devoción que ella le guardaba al arriba citado San Pudente. Así, a oscuras, se llevó a cabo el inusual suceso.

A la mitad de la acción don Frustracio empezó a oír que su esposa profería ciertos sonidos que daban a entender que estaba disfrutando el trance. Intentaré poner en letras esos ruidos: “¡Fzzzz! “Shhhishhh! ¡Izzzzz! “Shhhlurp!”. Se sorprendió gratamente el esposo al escuchar esas emisiones, y encendió la luz a fin de contemplar a su mujer en el deliquio del arrebato lúbrico. Lo que vio fue algo bien distinto: doña Frigidia se estaba comiendo una rebanada de sandía; de ahí los ruidos que estaba produciendo...

¡Ah mundo! ¡Cuán deceptorio eres, y cuántas desilusiones guardas! Por estos días, oscuros días, los mexicanos sentimos pena por nuestro país, tan lastimado por la violencia de unos y por la corrupción de otros.

La imagen de México en el exterior se va oscureciendo cada día más, y eso se traduce en pérdidas económicas muy graves. Vemos con inquietud el porvenir; nos preocupa el futuro de nuestros hijos y de nuestros nietos. ¿En qué clase de país van a vivir? No renunciemos, sin embargo, a la esperanza.

Peores días ha vivido México, y siempre ha seguido adelante. Los hombres perversos son muy pocos comparados con el inmenso número de buenos mexicanos que cada día se esfuerzan por dar lo mejor de sí mismos a los suyos y a su comunidad.

Aunque parezca ingenuidad decirlo, el bien prevalece siempre sobre el mal. Llegará el día en que los criminales y los políticos corruptos no podrán imponerse ya sobre nosotros. Terminará esta pesadilla, y México volverá a ser una casa digna, justa y ordenada donde todos los mexicanos podremos vivir y trabajar en paz. (¿Debo poner aquí las palabras: “Así sea”?).

Pepito y Juanilito estaban jugando en el parque cuando pasó ante ellos una lindísima chiquilla que parecía una muñequita andando. Le dijo Pepito a su amigo: “¿Sabes qué? Cuando deje de odiar a las niñas creo que ésa será la primera a la que dejaré de odiar”...

Al empezar la noche de bodas él le preguntó a ella: “¿Soy yo el primero?”. Ella se impacientó. “¿Por qué todos preguntan lo mismo?”...

Afrodisio Pitongo, hombre concupiscente, le pidió a Dulcilí, muchacha ingenua, la donación de su más íntimo tesoro. “Si hago eso -opuso la doncella- no me respetarás por la mañana”. “Que eso no te preocupe -replicó el truhán-. Nos levantaremos tarde”. FIN.


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