domingo, 28 de abril del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
El amor es el tema
2014-10-17 | 09:37:26
Dos maduras señoritas solteras, Himenia
Camafría y Celiberia Sinvarón, fueron a
pasar sus vacaciones en un hotel de playa.
Sentado al lado de la alberca vieron a un
caballero muy interesante. Peinaba canas,
y ya se sabe que las canas confieren a los
hombres un aspecto irresistible.
A pesar de eso el individuo estaba solo.
Himenia, después de conferenciar con su
amiguita, fue hacia el susodicho y le preguntó
con un mohín de coquetería: “¿Por
qué tan solo?”. “¿Cómo no voy a estar solo?
-respondió, hosco, el sujeto-. Acabo de salir
de una prisión donde pasé 20 años”. Inquirió
la señorita Himenia: “¿Por qué estuvo en la
cárcel?”.
Dijo el otro: “Asesiné a mis tres esposas.
A la primera la estrangulé, a la segunda le
di un hachazo en la cabeza y a la tercera le
asesté 40 puñaladas”. Al oír eso la señorita
Himenia llamó a su amiguita Celiberia:
“¡Yuju, Celi! -le gritó alegremente-. ¡Buenas
noticias! ¡Es soltero!”...
El menor de mis hijos se llama Plaza de
almas. Es el más reciente de mis libros, quizá
el último. Cada libro es para su autor igual
que un hijo. Yo estoy de cuerpo y espíritu
en sus páginas. En ellas puse todo lo que he
podido aprender acerca de los tres grandes
temas de todas las literaturas: la vida, la
muerte y el amor.
Ahí están los artículos que en esta sección
he publicado con el mismo nombre:
Plaza de almas, pero la gran mayoría de
los textos no han aparecido en forma de
libro. En ellos hablo de la gente común, la
que no tiene nombre, cuya vida es más apasionante
que la de muchos personajes que
han alcanzado fama y que no tienen sin
embargo la hondura de la gente que pasa
por esa Plaza de almas, llena de humanidad,
llena de historias.
Algunos de esos textos son dramáticos,
incluso trágicos; otros son hilarantes, cómicos.
En todos, sin embargo, está el amor
como tema principal. Si uno llega al final
de los años sin haber aprendido esa lección
suprema, la del amor, su vida habrá sido
desperdicio. Y este libro, Plaza de almas,
está lleno de amor.
Mis editores de Diana, de Planeta,
me dijeron que se habían sorprendido al
encontrar en mi escritura una faceta que no
conocían: la del cuentista. En efecto, narro
cosas que nunca antes había relatado, “con
un sentido profundo de la vida -también así
me lo dijeron-, pero sin perder nunca ese
matiz de humor, y aun de ternura, que es
parte inseparable del estilo del autor”.
resentaré este hijo, Plaza de Almas, el
próximo domingo -o sea pasado mañana- en
la Feria Internacional del Libro en Monterrey.
La presentación será a las 12 horas, en
la sala C de Cintermex.
Ahí diré cómo escribí Plaza de almas;
contaré sus historias; narraré anécdotas de
mi vida y de otras vidas que han estado en
la mía y que estarán por siempre. Espero
verte a ti, que eres uno de mis cuatro lectores.
Si así lo quieres firmaré tu libro, nos
retrataremos juntos, y coincidiremos en el
común amor que sentimos por los libros,
donde está nuestra vida, y por la vida, que no
sería plena si no estuvieran en ella nuestros
libros.
El patrullero vio un automóvil que iba
por la carretera con una lentitud extraordinaria,
a no más de 20 kilómetros por hora.
Un vehículo que va así, tan despacio, es
igualmente peligroso que otro que va con
exceso de velocidad. Así, el oficial hizo que
el coche se detuviera. La conductora era
una ancianita a quien acompañaban otras
cuatro viejecitas.
Las cuatro se veían pálidas y temblorosas,
no así la que iba al volante. Ésta le preguntó
al agente: “¿Iba yo manejando muy
aprisa, oficial?”. Respondió el hombre: “Al
contrario. Va usted muy despacio, y eso es
un peligro para los demás conductores”.
Replicó la ancianita: “Iba a la velocidad
que marcan las señales: 20 kilómetros por
hora”. El patrullero, sonriendo, le hizo saber
que las señales no indicaban la velocidad:
eran el número de la carretera por donde
iban.
“Y dígame -le preguntó a la ancianita-.
¿Por qué sus compañeras se ven tan asustadas,
tan nerviosas?”. “No lo sé -respondió la
viejecita-. Así se pusieron desde que entramos
en la carretera 240”...
En la estufa dos huevitos de gallina se
estaban cocinando dentro de una olla con
agua. Le dijo uno al otro: “Mira: tengo una
rajadita”. “Ni me la enseñes -replicó el otro-.
Todavía no estoy duro”. (No le entendí).
FIN.


MIRADOR
››armando
fuentes aguirre
Liberata se llamaba la madre de mi madre.
Hermoso nombre es ése, ya en desuso.
Mamá Lata era una señora de grande genio
e ingenio. Daba buenos consejos a sus hijos
en trance de buscar esposa. Les decía: “La
mujer por lo que valga, no por la nalga”. Una
de sus nietas, bajita de cuerpo, menudita,
iba a casarse con un muchacho de casi dos
metros de estatura. La mamá de la novia se
mostraba inquieta por esa diferencia. “No te
preocupes -la tranquilizó mamá Lata-. Con
que los centros se junten, aunque los holanes
cuelguen”.
A los matrimonios jóvenes les hacía una
recomendación. “Tú -le decía a ella- fíngete
un poco ciega”. “Y tú -le decía a él- fíngete
un poco sordo”.
Cierto día -tendría yo 4 años- mamá Lata
me leyó el catecismo de Ripalda: “Dios está
en los cielos, en la tierra y en todo lugar”. Le
pregunté: “¿También en el excusado?”. Se
volvió hacia mi madre y le dijo: “Ten cuidado
con este niño, Carmen. Piensa demasiado”.
Tenía razón: pensar demasiado no lleva
nunca a nada bueno.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››por afa
“...Cunde la violencia...”.
Asunto es bastante duro
vivir una realidad
donde lo único seguro
es ya la inseguridad.


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