domingo, 28 de abril del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Apuestas
2014-10-20 | 09:45:32
Himenia Camafría, madura señorita soltera,
contestó el teléfono. Una voz de hombre,
ronca y acezante, empezó a decirle:
“Te arrancaré la ropa, zorra, y luego.”. Se
trataba de una llamada obscena. “¡Espera
un poco! -pidió alegremente la señorita
Himenia-. ¡Voy a traer una copita y un
cigarro para oírte a gusto!”.
Uglicia, mujer más fea que el pecado
-que un pecado feo, se entiende, porque
hay pecados muy bonitos-, pasaba todos los
días frente a una tienda de mascotas. En
la puerta estaba un perico lenguaraz que
le gritaba con su voz rasposa: “¡Oye, oye!”.
Volteaba ella y el loro le decía: “¡Qué fea
estás, araña!”. Harta ya de aquel bullying
periquero Uglicia se apersonó con el dueño
de la tienda y lo amenazó: si dejaba que el
cotorro la siguiera insultando en esa forma
pondría una denuncia ante la policía
para que le decomisaran al pajarraco y lo
llevaran a donde no pudiera ya insultar a
las personas decentes.
El tendero habló con el perico en presencia
de Uglilia. Le advirtió que si seguía
ofendiendo en modo tan incivil a esa amable
dama le cortaría las plumas de la cabeza
hasta dejarle el cráneo mondo y lirondo, y
luego lo echaría a la jaula de los gallos para
que éstos, que sin gallina estaban desde
hacía varias semanas, hicieran con él lo que
su instinto les dictara. Eso del rapamiento
no inquietó mucho al perico -la calvicie
confiere cierta dignidad a quien la tiene-,
pero lo de los gallos le preocupó bastante.
Así, prometió muy seriamente que no
volvería a decirle “fea” ni “araña” a la mujer.
Al día siguiente pasó otra vez Uglicia.
Pese a lo prometido el loro le gritó igual que
siempre: “¡Oye, oye!”. Uglicia se acercó y le
preguntó, desafiante: “¿Qué?”. Le contestó
el perico: “Ya sabes”.
El país se ensombrece cada día más. El
optimismo de los primeros tiempos del
sexenio ha dado paso a la indignación y la
desesperanza. Ahora la exigencia mayor de
la sociedad es que los crímenes de Tlatlaya
y Ayotzinapa sean aclarados, y castigados
los culpables. Mientras tanto, la violencia
en que ha tenido parte gente con autoridad
seguirá justificando -o explicando al
menos- los desmanes que cometan quienes
protestan contra las desapariciones y
masacres, pues la falta de aplicación recta
de la ley da origen a la instauración de la
anarquía.
Asunto de interés nacional es ahora la
aprehensión del alcalde de Iguala y de su
esposa, lo mismo que de su jefe de seguridad.
(¡Vaya ironía! ¡De seguridad!). No es
posible que sigan prófugos quienes tienen
la clave para llegar al fondo de este caso
que ha sacudido la conciencia nacional y
ha llegado al mundo. Bien puede el Presidente
Peña Nieto seguir con su rutina
diaria. Pero mientras estos crímenes no
sean aclarados y castigados su Gobierno
estará en entredicho, y un peligroso germen
de agitación social seguirá vivo. Es
triste decirlo, pero hoy por hoy el principal
problema de México es uno de orden policíaco.
A eso hemos llegado.
Anunció en el autobús el guía de turistas:
“Acabamos de dejar atrás el mejor
burdel de la ciudad”. Preguntó, pesaroso,
un individuo: “¿Por qué?”.
Viene ahora un cuento de color subido
que nadie con un mínimo de pudicicia
debería leer. Un individuo fue a la playa,
porque al día siguiente tendría una cita
erótica con una atractiva extranjera, y quería
presentarse ante ella con cuerpo de latin
lover. Ya mostraba la piel dorada por el sol,
pero le había quedado sin dorar la parte que
le cubría el traje de baño, de modo que en
un paraje solitario se despojó de la prenda,
se tendió en la arena y se cubrió el cuerpo
con dos toallas que llevaba, dejando sólo
al descubierto el bajo vientre. Sucedió, sin
embargo, que se quedó dormido, y los rayos
del intenso sol le provocaron una quemadura
en la parte que más iba a necesitar en
la anhelada cita. Recurrió a toda suerte de
pomadas y lociones; no obtuvo resultado.
La noche del amoroso encuentro, y ya en
presencia de la chica, el ardor de la región
protagonista fue tal que el galán sintió la
necesidad urgente de aliviarla. Se disculpó
con su pareja y fue a la cocina. Ahí llenó un
vaso con leche que sacó del refrigerador y
puso en ella la susodicha parte, pues había
oído decir que el líquido lácteo ayuda a
aliviar inflamaciones y quemaduras leves.
En eso entró en la cocina la muchacha y vio
aquello. “¡Caramba! -exclamó con asombro-.
¡Por fin sé dónde las cargan!”. FIN.


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