domingo, 05 de mayo del 2024
 
Por Francisco J. Ávila Camberos
Columna: Que no suelten al tigre
Que no suelten al tigre
2014-11-08 | 09:56:58
Hay una frase atribuida a don Porfirio Díaz cuando iniciaba la revolución mexicana. Él dijo: Ya soltaron al tigre, ¿quién podrá nuevamente amarrarlo?
Y es que él, que conocía a la perfección las vicisitudes y sufrimientos que trae consigo cualquier lucha armada, sabía que la violencia, una vez iniciada, cuesta mucho detenerla.
Parecía que don Porfirio adivinaba lo que se le venía encima a México. Su renuncia a la presidencia y la llegada de Madero al poder no apaciguaron los ánimos caldeados, ni las ambiciones desbocadas de los llamados revolucionarios.
El conflicto que lo hizo renunciar, no culminó con la llegada de Madero a la presidencia, sino que se prolongó 20 años más.
En esa contienda el país se arruinó. Las pérdidas materiales fueron enormes. La lucha armada le costó a la nación cientos de miles de vidas humanas y una cifra mayor de heridos.
El número de habitantes que entonces tenía México disminuyó de 15 a 14 millones por la muerte de unos y la huida de otros al extranjero, escapando de la guerra.
Lo poco que habíamos avanzado en infraestructura, crédito y buena imagen para atraer inversiones y generar empleos, se perdió en su mayor parte. La economía nacional no solo se estancó, sino que retrocedió.
El campo dejó de producir. La población padeció zozobra, saqueo, escasez, inseguridad, desempleo, injusticias y hasta hambruna. Los revolucionarios acabaron divididos en facciones y terminaron peleando todos contra todos.
Los ideales que en teoría originaron el movimiento fueron rápidamente arrumbados y sustituidos por los intereses personales, las ambiciones desbocadas, las traiciones y las venganzas de los que se decían salvadores de la patria.
Corrió mucha sangre antes de que el país se pacificara.
Recordemos siempre la lección: la violencia solo genera más violencia.
Hablando ahora del México actual, reconocemos que hay cambios urgentes que deben hacerse para avanzar, pero éstos para que rindan frutos abundantes y perdurables, deben conseguirse de manera pacífica.
Es cierto que los mexicanos necesitamos una verdadera democracia. Requerimos también autoridades que realmente nos representen, que tengan capacidad para el cargo que ocupan, que manejen con eficiencia nuestros recursos, que no los dilapiden en tonterías ni en ocurrencias. Que tampoco se los roben.
Necesitamos un sistema educativo eficaz que prepare mejor a las futuras generaciones para que enfrenten con éxito los retos de la globalización y de la competencia.
Demandamos un sistema educativo moderno y eficaz que ya no sea una fábrica de desempleados, ni que fomente la holgazanería, la mediocridad, el desánimo y el conformismo. Que no suspenda clases por cualquier tontería, sino que por el contrario inculque a los jóvenes los valores cívicos, el estudio y el amor a la patria. Que los oriente para convertirlos en gente de bien, responsable, formal y trabajadora.
Todo esto que anhelamos se puede conseguir con participación ciudadana, con respeto a los demás, con justicia social, con ahorro, con trabajo, con educación pública eficaz y desde luego con nuestro voto.
He mencionado estos temas para entrar en materia y decirles que así como resulta condenable la desaparición forzada de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, también es lamentable que sea esa escuela un semillero de agitadores, provocadores y vándalos, de secuestradores de autobuses, de jóvenes que acelerados por sus mentores bloquean carreteras y toman casetas de cobro para quedarse con el dinero.
También es criticable que algunos grupos exigen que aparezcan con vida esos estudiantes, pero no en forma pacífica, sino saqueando comercios, quemando palacios municipales, paralizando escuelas, destrozando vehículos, dañando edificios públicos y propiedad ajena.
Esto genera riesgos, encono y dudas. ¿Hasta dónde buscan esos grupos justicia y hasta dónde buscan el caos para sacarle provecho?
¿Hasta dónde desean un cambio para mejorar y hasta dónde usan esa bandera como excusa para obtener ventajas, llevar agua a su molino y chantajear a las autoridades?
Solo les recuerdo que la mayoría de los líderes estudiantiles del 68 terminaron trabajando para el gobierno que tanto criticaban. Los intereses personales sustituyeron los supuestos ideales que esgrimían.
Por todo esto, la legítima exigencia de que aparezcan con vida los normalistas y se castigue ejemplarmente a los responsables de su desaparición, jamás se justificará afectando a la población que nada tiene que ver con el conflicto y ahora la hacen pagar los platos rotos.
No se puede pedir respeto a la Ley, violándola. No se puede exigir un alto a la violencia, siendo violentos.
No se debe permitir tampoco que los violentos impongan sus condiciones porque corremos el riesgo de volver a despertar al tigre del que hablaba don Porfirio, con todas las consecuencias, pérdidas y sufrimiento que esto provocaría.
Es urgente que todos impulsemos un cambio para mejorar, pero que sea de manera pacífica, ordenada, responsable y generosa.
¿No les parece?
Hasta el próximo sábado.


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