sábado, 04 de mayo del 2024
 
Por Uriel Flores Aguayo
Columna: La banalidad del mal
La banalidad del mal
2014-11-08 | 10:03:39
El crimen y desaparición de los
jóvenes estudiantes de Ayotzinapa
ha colocado a México ante
su espejo, teniendo que verse como
es sin maquillaje y pretensiones
modernas.
Este acontecimiento es tan
grande que no se puede eludir por
mucho que se intentara como, de
hecho, se quiso hacer en los primeros
días. Lo que vemos no nos
gusta, es feo: pobreza, desigualdad,
violencia y antidemocracia.
Por décadas esa realidad se ha
pintado de colores falsos, se ha
ocultado con escenografías o se
deja tal cual, pero se promueve la
aceptación resignada.
Creo que cada vez es más difícil
para las élites tapar el sol con un
dedo. La crisis de inseguridad,
potenciado por Ayotzinapa, se
ha transformado en una crisis
nacional.
Pueden hacer intentonas dilatorias,
pueden cooptar gente,
pueden acudir al viejo expediente
mediático de la confusión y,
por último, dejar pasar el tiempo
apostándole al olvido de una
sociedad que nunca olvida, pero
que se desmoviliza con relativa
facilidad; pueden hacer eso y más,
pero esta vez no les va a resultar
nada fácil, son muchos agravios
acumulados que no se resolverán
con disculpas o salidas fingidas
tipo pactos cupulares y de oropel.
El drama de los muchachos de
Ayotzinapa ha movilizado a amplios
sectores de la sociedad y ha
generado una ref lexión amplia y
profunda sobre nuestra terrible
realidad, donde destaca el impulso
libertario, ciudadano y democrático.
Estos crímenes son la gota que
derramaron el vaso en el ánimo
de los mexicanos, quienes han
expresado de muchas maneras
su hartazgo con la corrupción e
inutilidad de todos los niveles de
gobierno.
Dudo mucho que las condiciones
políticas sigan iguales, quieran
o no, lo sepan o no, muchos actores
políticos tendrán que rendir
cuentas y pasar al ostracismo, así
como sus prácticas y sus apuestas
sectarias y de autoconsumo.
La salida de Aguirre, la aprehensión
de Abarca, el repudio a
“los chuchos”, la pérdida prematura
de la gubernatura, la repentina
“humildad de Peña Nieto”, la
pésima imagen internacional del
gobierno, la exhibida ineptitud
del gabinete, entre otros efectos
políticos, son el ejemplo de que
algo puede pasar, que estamos
ante fenómenos sociales lejanos
al control oficial y que, les guste
o no, tendrán que hacer algo en
sentido reformista para medio
salvar la cara.
Obviamente intentarán un
control de daños, alargarán la
solución del problema y, con el
apoyo de la oposición palera y el
duopolio televisivo, harán hasta
lo imposible por pagar un costo
menor ante esta crisis.
Cité en el título de este artículo
una expresión de Hannah Arendt
porque creo que su ref lexión nos
puede ayudar a entender este espantoso
momento.
Ella abordó el holocausto analizando
el papel que jugaron ciertos
verdugos, quienes no pasaban, en
muchos casos, de ser simples burócratas
que cometieron atrocidades
escudándose en haber recibido
órdenes y cumplir con su deber.
Algo similar nos está pasando
con funcionarios públicos y los
sicarios, quienes hacen lo que les
mandan, aun atrocidades, porque
obedecen órdenes.
En esa línea de ideas el origen
de muchos de nuestros males radican
en quienes dan las órdenes,
tanto los gobernantes que omiten
obligaciones y se entregan a
los placeres como los capos que
sostienen negocios y controlan
territorios.
Un dato extra que hace muy
compleja nuestra circunstancia
es la corrupción, la debilidad de
la sociedad civil y la mezcla de
intereses entre el aparato estatal
y la delincuencia.
Una manera de desmontar las
estructuras verticales que asfixian
a la sociedad con violencia
es cortando y cambiando las cabezas,
dándoles un sentido democrático
y poniéndolas al servicio
de la ciudadanía; para tal efecto
se necesita vivir en pleno estado
de derecho, con elecciones libres
y absoluta libertad de expresión.
Solo en una sociedad sana, esto
es, alimentada, con trabajo, salud,
educación, plenas libertades y sin
vicios se podrá vivir sin violencia
y donde los mafiosos sean excepción.
Hacerlo es perfectamente posible,
tenemos reservas morales
y muchas cualidades, somos un
pueblo noble y valiente, además,
hay suficiente experiencia internacional
donde se ha demostrado
que, en circunstancias similares o
peores, otras naciones han visto el
final del túnel del horror.
Por el momento, solo de manera
parcial, en tanto logramos elecciones
libres, sería conveniente
que se formara un gabinete de
los mejores, se agilizara la entrada
de nuevas cadenas de TV, se
procediera contra los individuos
y grupos que lastiman el interés
general y se revisara la política
económica para generar mínimos
de bienestar en la población.
Recadito: Solo su soberbia no
les permite a “los chuchos” darse
cuenta de su desgracia.


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