lunes, 29 de abril del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Desaparecidos
2014-11-12 | 09:47:22
Tres elementos sustanciales forman hoy
esta columna: un par de cuentecillos léperos,
una nostálgica memoria y una dolida
y pesarosa reflexión. He aquí los chascarrillos
iniciales.
Don Cornulio llegó a su casa antes de
lo acostumbrado y halló a su esposa en
la cama sin más ropa que un moño azul
de muselina, nerviosa -la señora, no la
muselina- y presa de singular agitación.
Sospechando algo fue hacia el clóset y lo
abrió.
En su interior estaba un individuo que
al ver a don Cornulio le dijo con severidad:
“Caballero: le ruego que cierre inmediatamente
esta puerta, pues de otro modo no
podré garantizar el tratamiento contra las
polillas que su esposa me encargó”...
Se casó un muchacho. Su madre le
alquiló un frac, una camisa con su correspondiente
corbata de moño y unos zapatos
de charol. El dueño de los efectos le encargó
especialmente los zapatos, pues -le dijomuchas
veces la persona que los alquilaba
se olvidaba de devolverlos.
El día de la boda, concluidos el banquete
nupcial y el correspondiente baile, los novios
se dispusieron a retirarse. Al ver que
ya se iban la mamá, a voz en cuello, le gritó
a su hijo desde el otro lado del salón: “¡No
se te olvide quitarte también los zapatos!”...
Sigue ahora el nostálgico recuerdo,
saudosa evocación de tiempos idos. “En
nombre de Dios te pido que me digas si
eres de este mundo o del otro”. Tales eran
las palabras, sacramentales y solemnes,
que se debían decir en presencia de un
aparecido. Mi generación todavía creyó
en “los espantos”, vale decir en espectros
y fantasmas.
Gocé de niño el dulce terror de las narraciones
contadas por las criadas en el
umbral de la puerta de la casa, cuando la
noche había caído ya y salíamos a la calle
a escuchar aquellos antiguos cuentos de
misterio en las recoletas calles de mi ciudad,
Saltillo.
Oíamos también esas historias en las
vacaciones pasadas en el rancho: junto al
fogón de las cocinas campesinas los viejos
daban voz a cosas que juraban “por ésta”
haber mirado, o que a su vez oyeron de
labios de sus antepasados.
Hoy ya pocos saben lo que significa la
palabra “relación”. Ese vocablo servía para
designar un tesoro enterrado por alguien
cuya alma en pena volvía al mundo a expiar
sus pecados, pues mientras el tal tesoro no
fuese encontrado su ánima debía vagar
eternamente, y sólo descansaría con el
hallazgo de “la relación”.
Ésta consistía casi siempre en monedas
de oro guardadas en un cofre o una olla. El
mortal a quien el alma en pena se mostraba
debía ser alguien sin ambición, dispuesto
a compartir su riqueza con el prójimo. Si
la buscaba con intención avara hallaba las
monedas convertidas en trozos de carbón,
en polvo o en ceniza.
La palabra “relación” aludía a la historia
de aquel tesoro y de la desastrada muerte
de aquel que lo ocultó, pero por extraña
metamorfosis el término pasó a significar
el tesoro mismo: “¿Cuál es el origen de la
fortuna de Fulano?”. “Se halló una relación”.
Hay frases hechas que la gente se siente
obligada a repetir. Cuando los albañiles
Desaparecidos
mirador
››armando fuentes
aguirre
“¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo!”.
Así gritaba aquel pastor.
Sus compañeros corrían desalados a
dar protección a sus ovejas, pero el lobo
no venía: el pastor mentiroso los había
engañado.
Y así una y otra vez:
“¡Qué viene el lobo!”.
Y el lobo no venía.
Una tarde llegó a la majada un hombre
de la ciudad. Vestía ropa de lujo y
viajaba en automóvil caro. Preguntó por
el pastor, y lo llevaron ante él. Le dijo:
-He sabido que eres muy mentiroso,
que engañas siempre a los demás, que
nunca dices la verdad.
El pastor tembló al oír esas palabras.
Seguramente aquel señor venía a castigarlo.
Pero entonces le dijo el visitante:
-¿No te interesaría venir conmigo a la
ciudad? Soy propietario de un partido,
y veo en ti muchas cualidades para la
política.
¡Hasta mañana!...
manganitas
››por afa
“Subirá el huevo”.
La noticia no me espanta,
pues de hecho ha subido ya:
con la cosa como está
los traemos en la garganta.
hacían un trabajo en casa de alguien, el
dueño les preguntaba siempre con obligada
sonrisa: “¿No han hallado la relación?”. “No,
patrón -respondía “el maistro” con la misma
sonrisa consabida-. Todavía no aparece”. “Si
la encuentran avísenme”.
En nuestros días ya no hay “espantos”. Y
qué bueno, pues si uno se me apareciera me
asustaría bastante. Le espetaría, eso sí, la
fórmula que cuando niño aprendí para esos
casos: “En nombre de Dios te pido que me
digas si eres de este mundo o del otro”. Si el
“bulto” me respondiera que era del otro, santo
y bueno. El problema sería que me dijera: “Soy
de éste”.
Y es que los espantos de este mundo son
más peligrosos que los del más allá. Contra
ellos no hay la defensa que también me enseñaron
mis mayores: bastaba recitar la santa
oración llamada “Las Siete Verdades” para
que el aparecido de ultratumba se desapareciera
como humo que se va.
Por eso pongo
ahora la dolida,
pesarosa
ref lexión final.
Ahora ya no
hay historias de
aparecidos. Hay
solamente historias
de desaparecidos.
FIN.


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