lunes, 29 de abril del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Alud de renuncias
2014-11-19 | 11:28:05
No demos ningún crédito al rumor según
el cual la Madre Teresa de Calcuta
fue casada.
Quienes propalan esa versión, seguramente
apócrifa, cuentan que un hombre
anciano, pobre y solitario, halló una
lámpara de forma extraña. La frotó para
limpiarla, y de la lámpara salió un genio
de oriente que le dijo: “Gracias, amo. Me
has liberado de mi prisión eterna.
Pídeme tres deseos; te los concederé”.
Pidió el hombre: “Hazme joven y guapo”.
¡Wham! El anciano se encontró de
pronto convertido en un apuesto galán
en flor de edad.
Enunció su segundo deseo: “Quiero
mucho dinero”. ¡Whoz! Se vio rodeado
al punto por montones de billetes y
enormes pilas de monedas de oro. “Mi
tercer deseo -dijo entonces el tipo, feliz-,
es casarme con la mejor mujer del mundo”.
Vuelvo a decirlo: no demos ningún
crédito al rumor según el cual la Madre
Teresa de Calcuta fue casada.
Aviso de importancia. Al final de este
artículo -por cierto indefinido- viene un
relato sicalíptico del peor gusto que es
dable imaginar. Doña Tebaida Tridua,
presidenta ad vitam interina de la Pía
Sociedad de Sociedades Pías, puso en él
los ojos, y eso bastó para que le salieran
en las posaderas escútulas de pórrigo
lupinoso, o sea tiña.
Tan lamentable suceso aconteció a
principios del pasado mes de octubre, y
es fecha que la ilustre dama todavía no
se puede sentar sin proferir un gemido
lastimero que conmueve hasta a los más
duros corazones. Desaconsejo, entonces,
la lectura de esa vitanda historietilla. Si
alguien la lee lo hará bajo su propio riesgo.
El pasmo de estos días ha causado
un alud de peticiones de renuncias. Hay
quienes piden la de Peña Nieto; otros
exigen la salida de tal o cual secretario,
y aun del Gabinete en pleno; aquéllos demandan
que el gobernador Fulano haga
entrega de su cargo y se vaya a vivir en
algún remoto sitio del planeta, Timbuctú
por ejemplo.
A mí esas solicitudes de renuncia
me hacen pensar en el estrépito de los
atabales a cuyo fragor nuestros antepasados
indios entraban en batalla: hacían
mucho ruido, pero a la hora de combatir
no servían para nada. Hoy por hoy a todos
nos conviene mantener la calma, y
abstenernos de hacer aportaciones a la
confusión general.
Particularmente infortunada me pareció
la moción que hizo Cuauhtémoc
Cárdenas en el sentido de que Carlos
Navarrete entregue su dimisión como
presidente nacional del PRD. Injusta
sobremanera es esa petición; sorprende
que la haga quien en otras ocasiones ha
mostrado mesura, prudencia y discreción,
quizá no necesariamente en ese
orden, pero sí las tres virtudes.
Los problemas que enfrenta el nuevo
dirigente perredista son heredados;
resulta absurdo culparlo en tan corto
tiempo de la situación actual del PRD.
Al ingeniero Cárdenas se le considera -y
con razón- líder moral de ese partido. La
iniciativa que presentó no cuadra con su
calidad de tal.
Las mamás de Pepito y Rosilita
pusieron en la bañera, encueraditos, a
sus pequeños hijos. Rosilita vio cierta
parte de Pepito y le dijo: “Qué cosa tan
interesante tienes ahí. ¿Me permites
tocarla?”. “¡Ah no! -exclamó Pepito con
alarma al tiempo que se cubría con las
manitas la entrepierna-. ¡Ya quebraste
la tuya, y ahora quieres quebrar también
la mía!”...
He aquí ahora el insolente cuento que
arriba se anunció. Su lectura es desaconsejable,
motivo por el cual las personas de
naturaleza delicada deben apartar de él
los ojos en este mismo instante.
Don Chinguetas iba por una carretera
en su gran Packard de 8 cilindros.
Lo acompañaba solamente su hija, muchacha
casadera, pues doña Macalota,
la mujer de don Chinguetas, había preferido
quedarse en casa a ver el capítulo
final de su telenovela, “Amor vendido”.
En eso un grupo de maleantes los
obligó a detenerse y los despojó de todo
lo que llevaban: dinero, tarjetas, relojes,
celulares, todo. Consumada que fue esa
ruin acción los asaltantes subieron en el
Packard y se lo llevaron también.
Don Chinguetas y su hija se quedaron
a la orilla de la carretera sin saber qué
hacer. “Al menos-suspiró la muchachapude
salvar mi anillo de promesa”. Le
preguntó su padre: “¿Cómo hiciste para
que no te lo vieran?”.
Respondió ella: “Me lo puse entre
las pompas”. Exclamó, pesaroso, don
Chinguetas: “¡Qué lástima que no vino
tu mamá! ¡Habríamos podido salvar
también el Packard!”. FIN.


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