domingo, 28 de abril del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
El estado se vale de todo
2014-11-24 | 09:15:28
Capronio encendió un cigarro en el interior
de la farmacia. La encargada le dijo: “No
puede usted fumar aquí”. Alegó el incivil
sujeto: “Acabo de comprar los cigarros aquí
mismo”. Replicó la mujer: “También vendemos
condones, y no puede usted follar aquí”...
El señor Altehr estaba en el lecho de su
última agonía. Pasaba ya la medianoche, hacía
un frío terrible, soplaba un viento gélido
y caía una nevada intensa. Con voz débil el
enfermo le pidió a su esposa: “Llama a un
cura”. “¡Chollile! -se escandalizó la señora-.
¿Por qué quieres que llame a un cura? ¡Somos
judíos!”. “Precisamente -razonó el señor
Altehr-. En una noche como ésta no voy a
sacar de la cama a nuestro amado rabino”...
Don Martiriano, el abnegado esposo de
doña Jodoncia, fue a una despedida de soltero.
Llamó por el celular a su consorte y le dijo
con voz atribulada: “Pensé que la fiesta sería
sólo para hombres, pero hay aquí mujeres de
dudosa condición. ¿Qué puedo hacer?”. Le
respondió doña Jodoncia: “Si crees que puedes
hacer algo ven acá inmediatamente”...
Tuve amistoso trato con don Gilberto
Rincón Gallardo en los años finales de la
vida de ese gran luchador social. Me viene
a la memoria el relato que solía hacer, con
ironía no exenta de tristeza -o con tristeza
no exenta de ironía-, de las acusaciones que
en el 68 le hizo el Ministerio Público para
fundar el auto de formal prisión que lo llevó
a la cárcel.
Entre los diversos ilícitos que se le imputaron
-entre ellos aquel temible instrumento
de la represión que fue el delito de disolución
social-, estaba el de haber arrojado piedras,
según declaraciones de testigos fehacientes,
a la policía y sus vehículos.
No tomó en cuenta el fiscal persecutor que
desde su nacimiento don Gilberto estaba impedido
de los brazos. Con la grave limitación
que padecía era imposible que pudiera lanzar
piedras. En la narración de este ameritado
mexicano tuve una evidencia más de los
extremos a que puede llegar el aparato del
Estado para reprimir o castigar a quienes se
le oponen.
Los excesos de ese Leviatán pueden ser
mayores que los de cualquiera de los individuos
que forman su cuerpo, según el expresivo
dibujo en la carátula del libro que hizo famoso
a Hobbes.
Durante las recientes manifestaciones
motivadas por la desaparición de los jóvenes
de Ayotzinapa hemos visto acciones de violencia
injustificada por parte de los llamados
“anarcos” y de otros individuos del mismo jaez.
Contra esos actos los mexicanos hemos
pedido la aplicación recta de la ley, pues no
se debe permitir que se instauren en la vida
comunitaria los males que derivan de la
intención de establecer el caos, de revolver
el río para ganancia de ocultos pescadores.
(Permítanme un minutito, por favor. Voy a
anotar en mi cuaderno esa última frase -la del
río y los ocultos pescadores- a fin de usarla en
algún concurso de oratoria).
Al aplicar la ley, sin embargo, el Estado no
debe cometer abusos, pues entonces él mismo
se aparta de la ley, y lo que ha de ser legalidad
se vuelve represión. Por ningún motivo el
régimen actual debe incurrir en demasías al
tipificar los delitos atribuidos a los manifestantes
o al imponerles las correspondientes
penas.

Hay en la sociedad -en toda la sociedaduna
gran indignación por los sucesos recientemente
acontecidos, y por las evidencias de
corrupción generalizada. Si no quiere que
aumente esa crispación social el Gobierno
debe imponer el orden jurídico, pero apegándose
estrictamente a él.
En su triunfalismo la administración actual
ha hecho menosprecio de la legalidad.
No puede darse ya el lujo de desdeñarla. El
costo de apartarse de la ley sería grandísimo.
Le dijo el paciente al cirujano: “Estoy muy
nervioso, doctor. Es mi primera operación”.
“Entiendo su nerviosismo -respondió el
galeno-. Yo estoy tan nervioso como usted.
También es mi primera operación”...
Don Poseidón, granjero de edad madura
ya, le contó a su vecino que su toro semental
había perdido el ímpetu amoroso. Llamó al
doctor Herrioto, el veterinario del pueblo,
y éste le untó al animal un ungüento en los
testes, dídimos o compañones, lo cual hizo
que el toro cobrara de inmediato un ímpetu
extraordinario, y diera buena cuenta de seis
vacas seguidas.
Preguntó el vecino: “¿Qué ungüento es
ése?”. Contestó don Poseidón: “No sé cómo
se llama, pero se siente calientito”. FIN

MIRADOR
››Armando
Fuentes Aguirre
El último texto que escribió Malbéne
para la revista Lumen presenta
extrañas resonancias líricas. Dice el
controvertido teólogo:
“...Quién sabe si al pisar la tierra
estaremos pisando polvo de la Vía
Láctea, y quién sabe si al llegar a la
Vía Láctea encontraremos polvo de la
tierra. Descubriremos entonces que
todo está en todo; que todo está en el
Todo...”.
Garrigou-Lagrange comentó este
artículo en los siguientes términos:
“No sé si esto es teología o es poesía,
pero en todo caso diré que quizá la
poesía es una forma de teología, y que
a lo mejor la teología es una forma de
la poesía”.
En efecto, es difícil a veces aprehender
cabalmente el sentido de las
palabras de Malbéne. Sin embargo
siempre está en ellas la intuición del
Misterio. El hecho de sentirlo junto
con él es suficiente recompensa para
el lector del lovaniense.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››Por Afa
“...Muy pocos creyeron las palabras
de la primera dama...”.
No falta quien ahora cita
una frase popular:
“Calladita, sin hablar,
se vería más bonita”


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