domingo, 28 de abril del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
No hay que perder la esperanza
2014-11-26 | 10:09:52
En el lecho conyugal el marido se le acercó ››rafael arias hernández
a su esposa con clara intención erótica. Ella
le dijo, terminante: “Esta noche no. Debo
levantarme a las 6 de la mañana, pues tengo
mucha ropa que lavar”. Replicó el sujeto: “Si
para esa hora no he terminado te prometo
dejarte en paz”...
Don Astasio llegó a su casa después de
acabar su jornada de 8 horas como tenedor
de libros. Colgó en el perchero del corredor
su saco, su sombrero y la bufanda que usaba
aun en los días de calor canicular, y luego se
dirigió a su alcoba a fin de recostarse un poco
y descansar antes de la hora de la cena.
Ahí encontró a su esposa en pecaminosa
conjunción con el muchacho repartidor de
pizzas. Fue el mitrado marido al chifonier
donde guardaba la libreta en la cual solía
anotar palabras de gran peso para decirlas
a su mujer en tales ocasiones. Regresó y le
dijo la última que había anotado para el caso:
“¡Galocha!”.
Sin dejar de hacer lo que estaba haciendo
preguntó muy interesada doña Facilisa (así se
llama la señora): “¿Qué significa esa palabra?”.
Contestó don Astasio: “El vocablo se aplica a
quien es de mala vida”. “Yo no lo soy -replicó
ella-. Como ves, me doy muy buena vida, pues a
mi edad no siempre se pueden disfrutar ciertos
placeres de los cuales yo gozo todavía”.
Le dijo don Astasio: “Deberías tener reportación”.
“¡Ah! -se alegró la señora-. ¡Otra
palabra para aumentar mi vocabulario! ¿Qué
quiere decir ese término?”. “Sirve para indicar
moderación -explicó el marido-, mesura en la
conducta”. “Yo la tengo -afirmó doña Facilisa-.
Este joven te podrá decir que soy muy moderada.
Nunca le exijo más de lo estrictamente
necesario”.
“Es cierto, caballero -declaró el mozalbete-.
La señora jamás me pide cosas que no pueda yo
cumplir”. Dijo don Astasio: “No entremos en
detalles irrelevantes”. Le reprochó su esposa:
“Tú empezaste”. Meneó el marido la cabeza en
gesto de disgusto y salió de la habitación sin
decir una palabra más.
Con su esposa era imposible discutir.
Siempre hallaba la forma de demostrar que
tenía la razón. Por primera vez se preguntó
don Astasio si valía la pena seguir anotando
en su libreta palabras denostosas...
Permítanme mis cuatro lectores decir una
frase rimbombante: en estos días de sombra
los mexicanos no podemos renunciar a la esperanza.
Ahora que el país parece estar desmoronándose
debemos conservar la confianza
en México y en nosotros mismos.
Sabemos ya los daños tan grandes que la
corrupción, la ilegalidad y el abuso del poder
pueden causar. De esto que está sucediendo
saldrán muchas cosas malas -algunas ya han
salido-, pero saldrán también cosas muy buenas.
El rumbo por el que íbamos, hemos aprendido,
era equivocado. Hay que enmendarlo.
No sé lo que sucederá en los días o los
meses próximos, pero sí sé que a raíz de todo
esto México cambiará. Nosotros también
tendremos que cambiar. Y debemos hacer
que cambie igualmente esa casta que quiere
seguir sin cambios, la de los malos políticos
que han llevado al país al extremo en que lo
vemos ahora. No desesperemos.
Pongamos en práctica las tres virtudes teologales
en las que creían nuestros antepasados:
la fe, la esperanza y el amor. En este caso se
trata de fe en nosotros mismos, de esperanza
en el futuro y de amor a México. Si perdemos
esas virtudes nos perderemos...
En la fiesta un señor habló mal de cierta
universidad para mujeres. Dijo con desdén:
“Ahí lo único que aprenden las alumnas es a
follar”. Uno de los presentes se indignó. “¡Señor
mío! -le reclamó al sujeto-. ¡Mi esposa estudió
en esa universidad!”. “La conozco -replicó,
calmoso, el otro-. Y estoy seguro de que la
reprobaron”...
A don Languidio, senescente caballero, ya
no se le arridaba el atributo de la generación.
Oyó hablar de cierta uróloga que tenía un
tratamiento para curar esa debilidad, y fue a
consultarla. La doctora, mujer joven y guapa,
procedió a examinarlo en forma táctil. Le puso
la mano en el pecho y le pidió: “Diga 33”. Don
Languidio dijo: “33”.
Le puso la mano en la espalda. “Diga 33”. Y
dijo don Languidio: “33”. En seguida le puso
la mano en el abdomen: “Diga 33”. Repitió
don Languidio: “33”. A continuación la bella
doctora le puso la mano en la parte afectada
y le pidió de nuevo: “Diga 33”. Empezó, moroso,
don Languidio: “Una... Dos... Tres...
Cuatro...”... FIN.


MIRADOR
››Armando
Fuentes Aguirre
Me da tristeza ver este nogal del huerto.
Es el más viejo de todos. Su grueso
tronco da idea de su edad. Don Abundio
me dice con toda seriedad: “Ha de
tener 5 mil años”.
Me apena este nogal porque todavía
da nueces, pero nadie las recoge ya.
Son pequeñas y duras, muy distintas
de las que dan los árboles jóvenes. Creo
que hasta las ardillas las desdeñan.
Debe ser triste eso de que nadie
aprecie lo que das. Por eso cuando
no hay nadie cerca yo recojo algunas
nueces del nogal grande y me las llevo.
Sé que es absurdo eso, pero todos los
días hago cosas absurdas, de modo que
una más no importa.
No sé si el nogal me vea recoger sus
nueces. Seguramente no. Me gustaría
saber, sin embargo, que no se pierden
los frutos que doy yo. No tengo, claro,
5 mil años, pero ya tengo muchos.
Quizá los mismos del nogal. Sabré que
alguien recoge mis frutos, aunque sean
pequeños y desdeñables, y me alegraré.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››Por Afa
“...Siguen las protestas...”.
Con preocupación, con gran
inquietud por el momento
que vive el país, presiento
que ya no terminarán.


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