sábado, 04 de mayo del 2024
 
Por Alfonso Villalva P.
Columna: Años tiernitos
Años tiernitos
2014-12-19 | 09:55:54
Frenético. Sí. Con ese calificativo
te describía la tía Malvina en aquellos
años tiernitos pero revoltosos,
que se ubican entre la secundaria
y la preparatoria. Sí. Frenético,
porque no parabas entre deberes
escolares, partidos de fútbol y
basquet, la novia, los trabajos en
equipo, las interminables fiestas,
tocadas, reuniones y tertulias organizadas
a mansalva.
Con ese ritmo incesante que
aparentaba ser, de origen, apenas
natural a tu juventud, te acostumbraste
a acomodar los retazos de
tu vida que, al menos en tu cabeza,
una vez que los unieras se transformarían
en una historia que contar,
tu historia que contar.
Sin embargo, poco a poco y de
manera quizá imperceptible, los
retazos de tu vida dedicados a esos
momentos fugaces y sucesivos fueron
convirtiéndose en la verdadera
historia de lo que tú, quizá en una
reflexión profunda y pausada, pues
no quisieras, la verdad, ni contar.
Los sueños de movilidad se convirtieron
en interminables horas
de traslada de un sitio a otro en el
tráfico urbano, entre avión y avión.
Siempre en tránsito. Siempre acarreando
algo. Siempre ubicando
al destino, el tuyo, el que siempre
soñaste, en uno más, o la acumulación
de, pendientes, tareas y
estupideces que la vida moderna
demanda para vivir. Micro administración
de todo. Micro batallas
efímeras. Micro victorias pírricas.
Pero nunca una guerra de verdad.
Nunca una hazaña sin igual.
Y te dieron los veinticinco y los
treinta y treinta y cinco añotes, y
seguiste dedicando los tiempos
libres a la compra de la despensa,
a conseguir la maldita pieza del
calentador que por ningún sitio
aparecía, al taller mecánico, a la
verificación vehicular. A generar
todas las explicaciones plausibles
para justificar por qué nunca hiciste
aquel viaje a la selva Lacandona,
por qué tu guitarra quedó arrumbada
en un sótano cualquiera, por
qué las discusiones con tu pareja
nunca tomaron ese cariz filosófico
y profundo que tanto te hacía vibrar
en los primeros años.
Por qué no convertías en poesía
esos poderosos sentimientos que
te nacían cuando veías a los ojos
el retrato de esa mujer a la que
podrías convertir en patria. Porqué
las discusiones de los grandes
temas eran ahora el costo del huevo
fresco, el morbo del crimen, los baches
de las calles de la ciudad, la
vida íntima de las segundas tiples
que concursaban cantando en la
televisión.
Creías en la justicia como ninguno
y querías pertenecer a ella
tanto como ella perteneciera a ti.
Pero tu ritmo mecánico, rutinario
y frenético te dejó sin tiempo de
estudiarla más a fondo, de pelearla,
de personificarla por tu propia vida
y la de los demás.
Al cabo de los años te has dado
cuenta que todas tus opiniones obcecadas
con los derechos y la paz,
así como tus audaces e innovadoras
ideas de cambio, se consumieron
cuando mucho en las desquiciantes
madrugadas de copas con un puñado
de amigos que, al igual que
tú, dejaron la acción significativa
a un lado, a cambio de una agenda
llena de pendientes, traslados, cosas
por hacer. Llena de una maldita
normalidad.
Caray, si la tía Malvina viviera...
Seguramente diría, con sus
proverbiales formas grotescas
y desagradables, que tu ritmo
frenético demostró que estuviste
equivocado desde el principio.
Que tu vida se volvió un sistema
de mantenimiento y supervivencia
totalmente alejada de eso que peleabas
y discutías como un mundo
mejor. De eso que asegurabas te
encargarías de cambiar.
Estoy seguro que la tía Malvina
te restregaría en el hocico el hecho
de que ella tenía razón, que aquí
nada cambia porque nadie tiene el
tiempo ni las agallas para voltear
al lado; nadie tiene el espacio para
pensar realmente en el compañero
caído, nadie se salva, en fin, porque
todos estamos demasiado ocupados
en mantener nuestro ritmo
frenético que nos aleja suave y
cómodamente de la realidad, de
la verdad lacerante de saber que
todas esas ocupaciones no generaron
nada, pero nada de valor para
tener una vida diferente.
Diría la tía Malvina que nos orillaron,
nuestras frenéticas ocupaciones,
a convencernos a nosotros
mismos que con vociferar y hacer
mofa de nuestras desgracias, nuestros
verdugos, nuestros políticos
infames y aquellos que decidieron
tener algo más que la cotidianidad,
es suficiente para vengar nuestro
fracaso en esta misión de transitar
como terrícolas por aquí y por allí.
Lo sabes muy bien. Si viviera la
tía Malvina se burlaría de ti con
alevosía y placer. Te recordaría
cuando declarabas en aquellos
años tiernitos pero revoltosos, que
serías capaz de crear una condición
más propicia para vivir lo que
siempre quisiste vivir desde niño,
antes de convertirte en uno de esos
sosos e insípidos energúmenos
frenéticos.
Twitter: @avp_a
columnasv@hotmail.com


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