sábado, 04 de mayo del 2024
 
Por Alfonso Villalva P.
Columna: Mientras lo tienes
Mientras lo tienes
2014-12-26 | 09:48:09
Ella lo repetía, y a cada copa de vino que consumía,
alzaba aún más su chillona voz con su
sonsonete irreparable: su receta de bacalao,
equivocadamente identificada como Vizcaína,
era la mejor y provenía de generaciones en su
familia.
Ella es la tercera esposa de tu tío el fanfarrón,
quien celebraba la afirmación de su consorte
a risotadas, mientras vertía su consabida
sabiduría de banqueta en esa cena, como en
todas las cenas, de Navidad.
La afirmación de la excelencia del bacalao,
venía, como toda la parafernalia aparente de
los festejos de fin de año, con algunas fallas de
origen. Por ejemplo, tu sospechabas que era
probable que la receta de marras si fuese efectivamente
soberbia, pero, indudablemente, el
don que dios le hubiese dado en todo caso al
linaje de la tercera esposa de tu tío el fanfarrón
para poseer la receta, jamás vino acompañado
del talento que presuponía la ejecución, por lo
que no importaba cuan recio lo gritara, el plato
de bacalao que tenias delante era tan incomible
como las envolturas de todos esos regalos inútiles
e inservibles que muriendo a hierro habías
recibido, y matando a hierro habías entregado
durante las últimas semanas.
Claros te quedaban los hechos ya por la
mañana de resaca descomunal. Si. Pasaron
las fiestas y no tuviste déficit de abrazos y deseos
de felicidad, bienestar, que te llegaron por
todos los medios decibles. Desde la bondadosa
sonrisa de la señora que vende pan, hasta la
interminable retahíla de postales y gráficos
animados.
Parece que muy pocos se pueden abstraer o
auto controlar de repetir hasta la saciedad las
frases consabidas, como mantra, vaya, como
conjuro a la mala entraña de algunos, a la mala
suerte de muchos más.
Y no es que tu fueses la excepción, pues de
mantras navideños, pocos se salvan. Y confeccionaste
recaditos, y gastaste una buena parte
de tu efímera fortuna representada por el aguinaldo
en regalitos y detallitos, seguramente
inservibles e inútiles, pero que te llenarían más
de satisfacción a ti que a los receptores de los
mismos, en ese arrebato decembrino que genera
una especie de bálsamo, de atenuante falaz
a las intenciones poco exploradas y juradas a
principio de cada año, de ser mejores humanos,
y que con regalitos y mantras comercialmente
sancionados parecías encontrar una especie
de empate técnico que te justificaría una vez
más al verte al espejo.
Todo parecía de pronto como la receta del
bacalao de ella -la tercera esposa de tu tío el
fanfarrón-, impecable en la teoría pero dejando
mucho a deber precisamente en su materialización,
en su concreción terrenal.
Tantos abrazos y tu obsesionado con esa
necesidad de sentir cómo se calienta el corazón,
como alguna vez lo sentiste cuando aun
estaban llenitas esas sillas vacías de la cena
de navidad cuando la mesa se volvía pletórica
con los discursos emocionantes de papá, las
anécdotas admirables del abuelo, los chascarrillos
de abuelita.
Como cuando todavía vivía ella, enterita,
menudita, antes de sucumbir a esa enfermedad
maldita que la consumió desde que la diagnosticaron,
hasta el día que te dejo definitivamente
soltero, con un beso en los labios que
jamás olvidarás.
Quizá porque era la mañana, quizá por la
resaca sin curar, pero seguías esa tendencia
maniaca de pensar que algo faltaba, algo
maravilloso estaba por suceder. Esa absurda
obsesión que llevabas alojada entre pecho y
espalda por muchos años ya.
Pensaste nuevamente en ella, la tercera
esposa de tu tío el fanfarrón, y por un instante
atisbaste una alternativa. Quizá la respuesta
no te la daban las sillas vacías sino las que estaban
llenitas. Quizá la lección provenía de los
labios retacados de carmín de la tercera esposa
de tu tío el fanfarrón, a quien en tu sano juicio
jamás le hubieses atribuido la capacidad de
iluminar a otros, menos a un sabiondo como tú.
Claro, lo que buscabas en realidad lo tenías,
lo tenía ella, y quien sabe cuantos más alrededor
de esa mesa de Navidad. Lo que desesperadamente
ansiabas estaba allí en esa sonrisa
fugaz que cualquier día te regalaba una mujer,
en esa oportunidad de serle útil a alguien, en
esa ocasión de compartir con un amigo, en ese
momento en el que un esfuerzo de más, hizo
la diferencia.
¡Que imbécil! La felicidad nunca llegaría,
pues no existe como destino, sino simplemente
como proceso dialéctico de tu propio transitar
por el mundo material. La felicidad era esa
lealtad de un amigo, ese cuerpo de mujer, ese
detalle de solidaridad, esa sensibilidad por
otros; esa posibilidad de creer en ti y erguirte
para decir tu verdad.
Y te acordaste de ella cuando la amabas. Si,
de ella, antes de morir, cuando enfrentando la
muerte te regaló la mejor sonrisa sensual que
jamás imaginaste. Ante la muerte, sabiendo
que no había mañana, teniendo perdida la
guerra contra el cáncer. Sabiéndolo y enseñándote
con esa sonrisa a disfrutar lo que sí
tienes, mientras lo tienes.
Parece que lo hubieses olvidado en algún
sitio, que lo hubieses sepultado con el dolor y el
coraje de estar ante un mundo que no cesa de
generar caos y que mantiene esas sillas vacías
cada día de Navidad. Pero parece que inadvertidamente
recobraste esa verdad anoche, una
verdad revelada inconscientemente por la voz
nasal, chillona y estridente de ella, la tercera
esposa de tu tío el fanfarrón.


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