lunes, 06 de mayo del 2024
 
Por Gerardo Enríquez Aburto
Columna: Miscelánea Política
Yuribia, al fin resuelto
2014-12-30 | 20:59:16
La preparación de la cena de año nuevo en casa de mi padre iniciaba a las seis de a tarde y cenábamos un poco antes de las nueve de la noche. Papá, mi hermano Nino y yo, esperábamos el silbido de medianoche de la refinería de Petróleos Mexicanos para darnos el abrazo mientras el resto de la familia dormía.
Papá salía a trabajar un poco más tarde ese día primero del año y nunca lo perdonó. Sino solo dos meses antes de su muerte, después de trabajar sin descanso todos los días de la semana durante más de setenta años. El primer domingo que no trabajó se lo hice notar y lloró. Seguido de él, también lloré yo.
En el seno de una familia pobre de seis hijos, una tía, mamá y papá, no había muchas viandas que preparar. Solamente los sandwiches de pan bimbo con una tela de jamón, mayonesa y mostaza; algunas rodajas de jitomate y cebolla y chiles curtidos, que allá en Poza Rica llamábamos “chiles en vinagre”; un refresco de cola y una sidra copa de oro era todo y suficiente para brindar por un nuevo año. Siempre de esperanza, siempre de buenos deseos y siempre de armonía. Cuando menos ese día del año.
Papá decía que había que empezar el año limpio y trabajando. Por eso el día último se bañaba por la tarde, aunque habitualmente lo hacÍa por las mañanas y el primero de enero tomaba sus retratos –elementos fundamentales de su negocio-y su fajo de tarjetas de clientes, a los que cobraba puntualmente y pocos pagaban, menos aún el día en que la mayoría estaba desvelado o sin centavos para pagar al abonero.
Cuando salí de casa el ritual siguió siendo el mismo y el mismo fue por siempre, aunque yo ya no estuve más allí. Mi propio destino me marcó otro sendero y otra vida.
Pero todavía en el seno familiar, cuando preparatoriano, minutos después de las doce de la noche, pedía permiso a mis padres, ahora descansando en su yacija, para ir a la casa de eva, mi mejor amiga de siempre, que ahora goza del eterno descanso, para festejar en grupo de amigos la llegada del nuevo año.
-Ten cuidado pepe- me decía mi padre - no regreses sino hasta que haya salido el sol porque no quiero que andes en la madrugada en las calles. Hay muchos balazos – no se preocupe papá- respondía- me quedaré a dormir un rato en la casa de Eva- un beso en su mejilla, como al mejor amigo, y adiós.
Todos los fines de año de ese entonces que pasé en mi tierra, Poza Rica, los recuerdo de frío intenso y chipi-chipi; fina llovizna ésta, imparable por semanas, a lo largo del invierno.
A veces el fin de año era propicio para estrenar una camisa o un pantalón o unos zapatos, porque después del aguinaldo los clientes de papá se ponían al corriente en sus pagos y hacía nuevos clientes, que con el enganche para amarrar el negocio, aprovechaba para comprarnos lo más urgente y postergado en el año por falta de dinero. Mamá no pedía nada. Pocas cosas recuerdo que haya pedido. Ella sólo se conformaba con una olla de barro para los frijoles o un traste de peltre de los más baratos que pasaban vendiendo los marchantes callejeros.
El nuevo día llegaba y con él la rutina de siempre. Los pequeños esperábamos el Día de Reyes porque papá no era cliente de santa clos. Nunca lo aceptó. Solamente melchor, gaspar y baltazar nos traían – a los varones- pistolitas de agua o de dardos, bolsas llenas de canicas, un trompo o un balero, o un patín del diablo; una pelota para todos los juegos y dulces. No todo lo traían los reyes ese mismo año. Muy medidos era los reyes. Cada año nos dejaban una cosa y al año siguiente otra. Las muñequitas de sololoy y los juegos de té eran para mis hermanas.
Pasado el Día de Reyes ya no había abrazos ni felicitaciones de año nuevo entre la gente. Llegados los primeros días de febrero se volvía a clases y al nuevo grado, porque el año escolar había terminado el 20 de noviembre anterior e iniciaba entre el 2 y el 5 de febrero siguiente, y así hasta la llegada del nuevo diciembre donde la historia se repetía igual en la humilde casa de mi padre hasta que el murió y cuando cada hijo tomó su camino.
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