domingo, 05 de mayo del 2024
 
Por Coby
Columna: Ese, soy yo
‘Después del enojo... viene lo mejor’
2015-01-16 | 21:20:10

Día 24, un hombre entra a una tienda de autoservicio, después de realizar la inspección que parece de rutina entre pasillos y escoger lo que necesita para combatir el frío con todo tipo de alimentos, se enfila a la caja donde la señorita le hace la cuenta, le dice cuanto es y extiende la mano para recibir el dinero; él, saca un billete y prácticamente se lo avienta para que el papel donde posa Sor Juana Inés de la Cruz, se quede esperando a que la cajera la recoja, lo guarde en donde tiene el dinero y dé el cambio en la mano del señor.

En un cajero automático ubicado en una de las calles más transitadas de la zona conurbada, un trabajador de un periódico, maestro de distintos niveles de educación y eterno soñador optimista que día a día aterriza esos sueños a la realidad, se percata que hay una dama junto en otro cajero; este trabajador da las buenas tardes, de forma educada, sin que sea un susurro, puesto que no es biblioteca o cine o velorio, y recibe una escaneada del suelo al cielo de parte de la ‘vecina’ que luego voltea a seguir apretando los botones para que su transacción llegue lo más rápido posible. El trabajador del diario termina antes su transacción, da un “hasta luego, buena tarde” solo por cortesía tradicional o costumbrista sabiendo que la respuesta será la misma y así fue: silencio.

Una iglesia, domingo, 11:58 de la mañana, termina la ceremonia y a la salida lateral del edificio, sin obstaculizar, a un lado de las grandes puertas, en el segundo de cuatro escalones, un hombre con ropa sucia, roída y con mirada en busca de aquellas ajenas que bajen un poco la dirección ocular mientras toca el acordeón; a unos escasos metros, una niña descalza, trenzas y sonriente está a un lado de una de las puertas sin obstaculizar a nadie con una taza de plástico color rosa y que, para la mala suerte del par de aventureros diarios, está vacía. Como por arte de magia, sale intempestivamente el párroco con todo y su sotana; algunos pensarían que salió para despedir de mano a las personas y agradecerles la atención prestada pero no… salió a pegar de regaños al hombre con acordeón en mano que tuvo que cesar la melodía y de forma solemne, eclesiástica, categórica, lo corrió, no un peldaño más abajo, no a unos metros de distancia… lo corrió del lugar y si por él fuera, de la cuadra o ya entrados en el área, de la ciudad. Sus gritos, mirada y señalamientos confirmaban cada palabra que de su boca salía; misma boca que unos minutos antes, salían palabras de amor, solidaridad, pidiendo para sus adeptos, y que todos se quisieran unos a otros. El acordeonista se para, le llama a la pequeña y ambos abandonan el lugar a rumbo desconocido para nosotros, pero no para ellos.

Un camión urbano, jueves por la noche, el transporte con 31 asientos disponibles, va a una velocidad moderada, el día y el clima son factores para que el conductor no rete a sus homólogos de otras rutas o de la misma para las famosas y extremas carreras para quedarse con mayor número de pasaje mientras piensa que en vez de personas, tiene vacas o maniquíes; los 31 asientos ocupados; además, gente de pie de la mitad para atrás para ser exactos; hay una nueva parada y sube de escalón en escalón una señora arriba de 60 años, gafas, sonrisa al dar el dinero al conductor, pero eso sí, un paraguas en la mano derecha (que tenía bajo su brazo ya que con esa mano pagó y en la otra, dos bolsas del mandado, se sabe porque las dos bolsas tienen el logo de la tienda de autoservicio donde fue. Camina de forma cuidadosa, de asiento a asiento para aglomerarse con los demás porteños de pie. Lo increíble: no pierde la sonrisa; mientras tanto, ninguno de las 31 personas se levanta para darle su lugar, independientemente de las bolsas, ruta, velocidad, clima, edad, nadie hace nada y todos se sumen en su somnoliencia, música en audífonos, celulares o a propósito se pierden en la ventanilla para ver si el paisaje diario presenta algo nuevo o algo que aparte su atención y termine por asesinar la conciencia que le podría estar gritando al oído que se pare y dé su lugar. Como llegó, así se bajó la señora; la gente, en sus respectivas tareas.

Un café, domingo por la tarde, atiborrado de susurros donde la música hace competencia desleal con el sonido del viento en la parte exterior; adentro, mesas llenas de sonrisas, pláticas, risas, miradas perdidas en nombre del amor, melancolía en otros casos y casi al fondo cerca de la puerta, una mesa con cuatro jóvenes con nada más en la mesa que dos botellas de agua, sin tazas de café, sin ceniceros, sin plática, sin interacción, sin sueños compartidos para que, con la forma hablada, puedan aterrizar a la realidad lo más rápido posible; en vez de eso, sus manos están ocupados, sus miradas clavadas en el nuevo dominador del mundo tecnológico… el celular inteligente (sí, más que los usuarios en algunos casos); no hay ruido sólo el que se puede escapar de los audífonos de dos de ellos, de ahí en fuera, risas para el celular, miradas de melancolía y picardía al celular, las mejores conversaciones y testigos y cómplices de las actividades de cada uno, la depositan en el aparato tecnológico; ¿la cuenta? Será lo de las dos botellas, el Wi-Fi está incluido por supuesto, y no dejarán propina, solo un vano esfuerzo por jugar a ser parte de una sociedad.

Una sociedad donde todas estas y más mini relatos son cosa de todos los días, en cada esquina, en cada metro, en cada centímetro, en cada lugar envuelven más a los integrantes de un mundo que se resiste a ser dominado por la apatía pero eso ¿qué importa? Chivas está cerca de descender, América por buen camino al bicampeonato, los Tiburones con un inicio prometedor, la NFL llegando al éxtasis llamado Super Bowl y eso es lo que cuenta o debería importar ¿no?

Al final de cuentas, ¿para qué enojarse? la actividad deportiva que disfrutamos a control remoto o de forma directa, como cualquier otro tipo de entretenimiento son cada vez más ventanas y no realidades, las realidades son otras y a veces, mejor volteamos a ver a la ventana, por un instante parece que no todo está perdido...quiero pensar en eso amigo lector ¿me acompaña?

Ese, que espera que llegue el día de mañana para que cada vez haya menos experiencias como las anteriores y vive con una vela encendida, ese soy yo… ¿o no pues?


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