sábado, 04 de mayo del 2024
 
Por Alfonso Villalva P.
Columna: Que ya jamás seré
Que ya jamás seré
2015-01-23 | 09:56:33
así me tratan, imputan, y califican como si fuera
quien creen que soy y que jamás he sido” –clamó
así el interpelado, sin afán de cantinfleo, sino
simplemente atrapado en el pánico de saberse
el sujeto equivocado-. Ser el equivocado para
mal y para más mal, a veces. Para mal y para
peor, en casos extremos que comprometen no
solamente el ego, el orgullo o los tiernitos y
peregrinos sentimientos, sino acaso la libertad,
la vida misma.
No habrá, imagino yo, cuestiones mucho más
hostiles y desconcertantes en el negocio de vivir
la vida cotidianamente, así, en grupo, de manera
gregaria, pues, al margen del ostracismo
impuesto o auto impuesto, y del escarnio o del
bullying, u otros avatares naturales a la convivencia
grupal, que ser la persona equivocada
en cualquier circunstancia.
¿No era yo? ¡No soy yo! Desde las situaciones
más pueriles e insulsas como presentarse en una
fiesta a la que creíste ser invitado; creer ser el
elegido de una persona o un grupo que te ignora
al momento de la elección para desarrollar alguna
función u ocupar el cargo añorado; o soñar
con que la promoción laboral seguramente es
para ti hasta el instante anterior al desengaño.
¿Has entrado intempestivamente a algún
sitio donde al verte todos guardan silencio, o se
carcajean al unísono sin razón aparente? O que
me dices de leer las febriles premisas de amor de
tal o cual persona, acusando recibo prematura
y equivocadamente, para confirmar después
que el destinatario de los febriles y prometidos
arrumacos tiene nombre y apellidos distintos
a los tuyos.
Ser la persona equivocada puede traer decepciones,
tristezas, depresión o enojo. Puede
acarrear rabia hacia los sujetos implicados en
la situación o, con cierta dosis de humor negro
estilo francés y equilibrada autocrítica, una
burla de ti mismo, una carcajada descomunal
de ti mismo.
Pero fuera de las situaciones sociales sin
más consecuencias que las emocionales, ser la
persona equivocada, por ejemplo, en la imputación
de un delito, puede ser verdaderamente
devastador. Por homonimia, parecido físico,
ligereza e incompetencia del acusador, o franca y
artera mala leche de algún individuo que busca
desquite contigo, con la vida o con sus miserias.
Con voz, o generalmente sin ella. Te vuelves
a ver al espejo y te sigues viendo más guapito,
más jovencito, más lozano, pues, que el retrato
hablado que consta en esos folios cosidos con
hilo y aguja, con base en el cual, la presunta
víctima del delito en cuestión ha afirmado que
te identifica plenamente.
Pero ya no es una cuestión de cavilaciones
antropomórficas, sino la realidad lacerante,
desesperante, de encontrarte precisamente al
otro lado de la rejilla de prácticas, aterrizando
en la verdad que machaca que la pesadilla nunca
fue ficticia.
Imagina por un momento ser la persona
imputada por equivocación, recibir una sentencia
copiosa de años de prisión, de delitos
que ni siquiera imaginaste que existieran. Una
sentencia pletórica de calificativos de una conducta
abominable y punible que nunca tuviste,
hiciste ni pensaste.
Un cuerpo del delito integrado con base en
elementos que coinciden entre sí, menos con tu
realidad de persona de trabajo, de estudiante
promedio, de padre de familia que no encuentra
ya las palabras y argumentos que convenzan a
la esposa, pareja o concubina, de la tremenda
equivocación, de la falsedad de la realidad
judicial, de tu inocencia íntima.
Como restituir la imagen que uno o varios hijos
engendrados en la normalidad de tu tránsito
ciudadano por tu ciudad de costumbre, pierden
de ti, contigo, a pesar de ti. Como recuperar la
relación amorosa que te hacía sentir orgulloso
de quien eras. Como ser normal después de
haber sido presa (preso) de la injusticia mal
informada, de la coincidencia fenotípica de
tu cara con la de algún criminal. Después de
haber encarnado al proverbial chivo expiatorio.
Cómo regresar, después de las interminables
apelaciones y promociones del debido proceso,
de derechos humanos, de sacudir la verdad, a
una vida perdida en la duda, a un patrimonio
deshecho para sufragar la supervivencia en
la cárcel, a mirar cándidamente a una mujer
ya sin ojos inocentes, ya con cicatrices en el
corazón, el orgullo, ya con vicios presidiarios
inconfesables adquiridos como un mecanismo
para sobrevivir.
Y ya después, sí después, si la fortuna regresa
a tu existencia para resarcir, para tomar
revancha, un simple “Usted-perdone-señor”,
un “Mire-usted-lo-lamentamos”, y de regreso
a las calles a esa vida desasociada de la realidad
de un exconvicto, inocente, que hubo de cruzar
el averno más descarnado, por una maldita
equivocación que te hizo mierda.
“No soy yo el que dicen o piensan que soy y
aún así me tratan, imputan, y califican como si
fuera quien creen que soy y que jamás he sido”,
y quizá le faltó agregar al interpelado, “y que
ya jamás seré…”
Twitter: @avp_a
columnasv@hotmail.com


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