domingo, 28 de abril del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Plaza de almas
2015-01-27 | 09:17:52
Me topé el otro día con la vida. Tengo con ella
encuentros diarios, pero a veces no me doy
cuenta. Esta vez, sin embargo, se me presentó
de cuerpo presente. Y de alma. Diré cómo fue
eso, pero primero hablaré de los antecedentes.
Era yo reportero joven. Trabajaba en Saltillo,
mi ciudad, en un periódico que ya no existe, “El
Sol del Norte”. Iba todos los días a mi trabajo
en un cochecito de segunda, tercera o cuarta
mano. Jamás se me descomponía ese carrito,
hasta que un día se descompuso.
No recuerdo ahora cómo se llama la ineluctable
ley según la cual todas las cosas que
pueden descomponerse se descompondrán
tarde o temprano. Tuve que ir a mi trabajo, pues,
en autobús.
Unas esquinas después de haber subido yo
subió al camión una hermosísima muchacha.
En ese momento oí una voz: “Con ella te vas a
casar”. No la oí dentro de mí: la oí afuera; llenaba
todos los ámbitos del mundo. Me sorprendió
que nadie más que yo escuchara esas palabras,
pues resonaban en todo los ámbitos del mundo.
Cuando la bella chica descendió del autobús
bajé tras ella y le pregunté: “¿Me permites que
te acompañe?”. Ella, un poco desconcertada,
respondió: “Sí”. Le dije: “Pero que te acompañe
toda la vida”. La muchacha sonrió. Salimos los
siguientes días.
Una semana después de haberla conocido
le propuse matrimonio. Me aceptó -¿puedes
creerlo?-, y hace unos días mi esposa María
de la Luz y yo cumplimos 50 años de casados.
¿Lo puedes creer? Desde entonces habito en el
territorio llamado la felicidad.
Quise agradecer el venturoso azar que determinó
mi residencia en tan confortable sitio
a ese designio misterioso que algunos conocen
vagamente con el nombre de Dios, y le pedí
a mi mujer que conforme a nuestros usos y
costumbres encargara una misa de acción de
gracias en el Santuario de Guadalupe, el templo
donde nos casamos.
No sería una misa especial, con alfombra,
reclinatorios especiales, flores y música en el
coro; no. Sería la misa ordinaria, la de todos los
días, la de toda la gente. Asistimos con nuestros
hijos y nuestros nietos. Llenamos cuatro o cinco
bancas de la iglesia, pues en total somos 23,
contando yerno y nueras.
Bastantes somos, si se considera que todo
eso lo empezamos solamente dos. Estábamos
felices. Sonaron las 12 en el reloj del templo, y
apareció el sacerdote. En vez de ir al altar se
encaminó a la puerta de salida. Volví los ojos, y
vi un ataúd. Aquella misa iba a ser de difuntos.
“Qué pena” -se afligió mi esposa. “No te
apures -le dije-. Ellos en lo suyo; en lo nuestro
nosotros”. Entraron los dolientes acompañando
el féretro. Hombres apesarados y mujeres
llorosas formaban el cortejo. Me conmovieron
sus lágrimas y su tristeza.
No pude menos que comparar su pena con
nuestra alegría. Pensé que de los dos materiales
está hecha la vida. Empezó la misa. No conocía
yo al sacerdote, pero seguramente es hombre
sabio y generoso. Después supe su nombre: el
Padre Rafael Ledezma Barajas, Misionero del
Espíritu Santo.
Con tino delicado se dirigió a ambos grupos.
Sus palabras hicieron sentir consuelo a los
que sufrían, e inspiraron gratitud a los que nos
alegrábamos en nuestra dicha. Luego sucedió
algo hermoso. Terminó la celebración, y en el
atrio del templo quienes habíamos estado en la
misa nos abrazamos unos a otros.
Los dolientes nos felicitaban por nuestro
aniversario y nos deseaban muchos años más
de vida; nosotros les dábamos el pésame por su
pérdida y les decíamos que los acompañábamos
en su sentimiento. Sin conocernos, sin habernos
visto nunca, ellos compartían nuestra alegría
y nosotros su dolor.
Ha sido ése uno de los momento más bellos
que he vivido, de plenitud mayor. Percibí el latido
del corazón humano y la armonía perfecta de
la vida: alguna vez nosotros seremos los que
sufran, y otros los venturosos.
La vida y la muerte van siempre de la mano.
Son una misma cosa. Hay muerte para que pueda
continuar la vida. Así como damos gracias
por la vida deberíamos también agradecer la
muerte.
¿Cómo darle las gracias a una sin darle
igualmente las gracias a su hermana? En el
atrio de la iglesia vi cómo se abrazaban las dos,
y me pareció advertir entre ellas al dueño de la
vida y de la muerte... FIN.

os
que he vivido, de plenitud mayor. Percibí el latido
del corazón humano y la armonía perfecta de
la vida: alguna vez nosotros seremos los que
sufran, y otros los venturosos.
La vida y la muerte van siempre de la mano.
Son una misma cosa. Hay muerte para que pueda
continuar la vida. Así como damos gracias
por la vida deberíamos también agradecer la
muerte.
¿Cómo darle las gracias a una sin darle
igualmente las gracias a su hermana? En el
atrio de la iglesia vi cómo se abrazaban las dos,
y me pareció advertir entre ellas al dueño de la
vida y de la muerte... FIN.
MIRADOR
››armando
fuentes aguirre
¿Recuerdas, Terry, amado perro
mío, aquella vez que subimos la montaña
para ver si era cierto que en su altura
había brotado un manantial? Llegamos
a la cumbre y lo encontramos:
su agua clara salía como un milagro
entre las peñas, mojaba los pies de los
asombrados pinos y acariciaba a la
hierba y a las flores.
Tú y yo bebimos de ella, y descansamos.
El sol estaba en lo alto. Me dormí:
la fatiga del largo ascenso me venció.
Sentí de pronto que me tirabas de la
manga. Caía ya la tarde y me moviste
para despertarme. Debíamos bajar.
A media sierra nos llegó la noche.
Sentí miedo: en aquella oscuridad la
bajada era riesgosa, y el frío de la noche
en la montaña te puede congelar. Tú no
te detuviste; continuaste el descenso.
De trecho en trecho hacías una pausa
para que yo no me quedara atrás y me
perdiera. Tu instinto -más sabio que
todos mis saberes- nos llevó de regreso
hasta la casa.
Cuando llegamos pasaba ya la medianoche.
Mi esposa me esperaba, preocupada.
Cuando llegamos exclamó:
-¡Gracias a Dios!
-Y al Terry -dije yo.
Tú me miraste, y creí ver que sonreías.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››por afa
“...Muchos accidentes automovilísticos...”.
Suceden -ya lo sabrás
pues son bastante frecuentesmuchos
de esos accidentes
en el asiento de atrás.


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