sábado, 04 de mayo del 2024
 
Por Alfonso Villalva P.
Columna: Carta a un niño de hoy
Carta a un niño de hoy
2015-01-30 | 09:04:54
Muy tranquilo me siento de
saber que cuando tú tengas
edad suficiente, estaré pudriéndome junto
con los gusanos mutantes de algún panteón
de tu vecindad, que ya para entonces, estará
convertido en un flamante condominio de
interés social en el que quepan cinco mil
apartamentos en siete metros cuadrados,
con familias que incorporen sus nueve hijos,
su respectiva dosis de suegras, sus televisores
digitales, de abuelitos semiabandonados, y el
resto de lo que les toque o quede de dignidad.
Y mi tranquilidad no obedece, te lo confieso,
a la impasividad de mi conciencia respecto
de lo que he construido para ti últimamente.
Francamente, me tiene muy sin cuidado lo
que tengas que decir de mí, y de mi madre, y
de mis muertos en general, porque ya para ese
momento, no estaré aquí para escucharlo, ya
habré pasado al mundo de la inconsciencia, y
probablemente, hasta de los deliquios.
Lo siento, verás, pero yo he aprovechado
los últimos amaneceres nítidos del horizonte,
desde mi auto con motor de combustión a
gasolina o la fábrica de algunos conocidos
que nunca tuvieron la intención de adoptar
medidas anti-contaminantes.
Tú sabrás comprender que siempre vale
más una pequeña ganancia adicional, una
jugosa cantidad extraordinaria, que un sacrificio
a las utilidades, merced a las ridiculeces
de la ecología, la preservación del ambiente,
la lucha contra el cambio climático.
Lo siento, siempre fue más barato para
ellos en sus fábricas, y para mí en el auto, comprar
una que otra conciencia auditora con la
morralla que sobraba en los bolsillos; habrás
de imaginar que los inspectores eran igual que
nosotros, que nunca hubieran pensado en ti,
y aún en ese remoto caso, hubieran siempre
cambiado tu bienestar por la liquidez que
les permitía tirarse a la playa con una güera
oxigenada un viernes por la noche, camuflajeados
por dos o hasta tres botellas de licor
adulterado o simplemente portar un reloj
de pulso dorado y atestado de piedrecillas
brillantes.
Verdaderamente me da pena tu caso, pero
tendrás que asumir que somos la generación
de las bombas inteligentes, la fragmentación
sanguinaria, la fracturación hidráulica y el
avasallamiento de las culturas estandarizando
paladares, gustos y modos de vivir. Habrás
de asimilar que aquí vale más un balance, un
abatimiento de costos, una economía de escala
que una cultura milenaria. ¿Qué esperabas?
¿Gastar en sistemas de disposición final de
desechos tóxicos, de restos biológicos?
Ya te enterarás cuando seas mayor: los
de la izquierda hacían slogans y lucha social
para apropiarse de la economía. Los defensores
de los indígenas cobraban por hora en
divisas fortalecidas, o en especie mediante el
acaparamiento de alguna región que tuviera
bandera de reserva de biósfera pero que en el
fondo, tuviera subsuelos repletos de uranio o
gas natural.
Los de la derecha insistían en eliminar el
control de natalidad, aún cuando ya para ese
momento, rebasábamos los siete mil millones
de habitantes. Los del centro, solamente
defendían los negocios que tradicionalmente
habían podido regentear para mantener a sus
amantes, a sus dieciséis hijos, y a su familia
legítima.
Engendramos un monstruo que llamamos
democratización a chaleco, con modelos que
harían palidecer a Maquiavelo mismo, y que
además nos da la legitimación necesaria ante
las conciencias cada vez más frívolas de los
teleespectadores, para iniciar la estrategia
de control de los energéticos para el milenio
que inicia y que a ti te tocará vivir.
Perforación, refinación: ¿te suena familiar?
¿Te suena rentable? Sí, esta
es la era de la tecnología, de la perforación
del velo preventivo del paradigma, en
la que capitalizamos, para los más retorcidos
intereses, a los autores ancestrales, a las ideas
universales. Es la era en la que cambiamos
papel y tinta por transmisiones en directo y
publicidad capaz de cautivar más audiencia
que cualquier otra expresión de comunicación.
No me culpes a mí, niño. No trates de
cobrarme con morales trasnochadas tus carencias
de agua culpándome de mi estupidez,
porque antes de hacerlo debías entender que
por lo menos aquí, en tu país de origen, no
hubo nadie que impidiera el desperdicio para
no alterar a las masas que garantizaban voto,
control de presupuesto y cámara presidencial,
que era lo vital, chavo.
Habrías de asimilar que los desperdicios
los confinamos en el primer lugar que se nos
pega la gana, porque nunca hubo fomento a las
investigaciones científicas, ni mucho menos al
desarrollo tecnológico propio, por el proverbial
complejo de inferioridad, por la imbécil
convicción de mantener al pueblo ignorante
para seguir explotándolo cómodamente.
Perdóname niño si estamos desgraciando
tu futuro y la idea que tienes de tu futuro,
pero hemos sido presa de las circunstancias.
Lamento, verdaderamente, que tú no vayas a
tener el privilegio de meter los pies en un río
de agua cristalina, ni de consumir alimentos
que no estén genéticamente adulterados.
En verdad, me da pena tu caso, pero créeme,
te lo suplico, no nos juzgues tan duro;
verás, no somos idiotas indómitos, estúpidos
supinos. No, no; somos, simplemente, insisto,
víctimas de las circunstancias, enemigos de
la opresión, amigos del progreso, somos, solamente,
unos hijos de la… revolución.
Twitter: @avp_a
columnasv@hotmal.com


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