sábado, 04 de mayo del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Plaza de almas
2015-02-24 | 09:41:05
Esta historia sucedió, pero igual pudo no
haber sucedido. O no sucedió, pero igual
pudo haber sucedido. Todo empezó con una
coincidencia. En el fondo todas las historias
empiezan con una coincidencia.
“Coincidencia” es otro de los nombres que
recibe el azar, y el azar determina muchas historias.
Es el único determinismo que hay. Es
la verdadera fatalidad. Sucedió que en cierta
ciudad de cuyo nombre no debo acordarme
una chica soltera de buena sociedad quedó
embarazada.
Lo hizo antes de tiempo: unos 50 años
antes de tiempo. Quiero decir que quedó embarazada
cuando las chicas solteras de buena
sociedad no debían quedar embarazadas. Eso
era muy mal visto.
La que incurría en tamaño desacato a las
reglas del buen trato social era excluida de
ese trato. Sus padres se avergonzaban de ella;
sus hermanos la repudiaban; sus familiares
y amistades le retiraban la familiaridad y la
amistad.
Ya no podía ir a misa, y menos aún comulgar.
Se le condenaba a un ostracismo permanente.
Se volvía invisible. Por eso cuando una
chica así iba a tener un niño sin estar casada,
una de dos: o se le casaba apresuradamente
o se le escondía hasta que tuviera al niño.
Luego se ocultaba al niño, o se le hacía pasar
como nacido de la mamá de la muchacha.
Muchas niñas bien tenían como hermanito
menor a su hijo, y muchos hijos tenían como
mamá a su abuela.
Eso se explicaba diciendo que en la familia
había habido un santanazo. Se aludía a Santa
Ana que dio a luz a la Virgen ya en la edad
madura. En el caso que digo la coincidencia
consistió en que por esos días una criadita
joven y bonita llegó a servir en la casa de la
chica que se embarazó.
La embarazada fue enviada a la Ciudad
de México con una tía que accedió a hacerse
cargo de ella “mientras salía de su apuro”. A
quienes tenían relación con la familia se les
dijo que había ido a estudiar en un colegio
americano.
A la criadita se le ofreció dinero a cambio
de hacerse pasar como la futura madre. La
señora de la casa le hacía rellenos que iban
aumentando en tamaño según transcurría la
supuesta preñez. No era vergüenza que una
muchacha pobre tuviera un hijo sin estar
casada.
Eso se consideraba cosa natural, casi obligada.
“Ya ves cómo son ellos. La tenemos
aquí por caridad; pobrecilla, la corrieron de
su casa y no tiene a dónde ir”. “¡Qué buena
eres!”. “Ni lo digas; somos una familia cristiana”.
Llegado el tiempo del parto la chica de
buena sociedad dio a luz en un buen hospital;
secretamente se le trajo de regreso, y el niño
fue llevado al rancho de donde había venido
la criadita.
Se hizo una fiesta para dar la bienvenida
a la hija, que había terminado felizmente sus
estudios de inglés en “el otro lado”. En esa
fiesta la muchacha conoció a un galán. Meses
después se casó con él -de blanco- y aquí no
ha pasado nada. A veces pasan muchas cosas
y parece que no ha pasado nada.
Creo recordar que el día que estalló la Revolución
Francesa el rey Luis XVI escribió
en su diario la palabra “Rien”, que significa
“Nada”. Otras cosas sucedieron. No en Francia,
sino en mi historia, que es bastante menor
que la de Francia.
El niño fue creciendo en el rancho, como
rancherito. La muchacha -su madre- y su
marido no tuvieron hijos. Al parecer hubo
algunas complicaciones cuando aquel parto
de la chica, y no pudo ya volver a ser mamá.
Un día ella y su esposo perecieron en
un accidente de automóvil. Los padres de
la muchacha, desolados, fueron al rancho
por el niño, su nieto. Hubo gran sensación
en el caserío cuando un automóvil de lujo
llegó y unos señores muy finos se llevaron
al chiquillo.
Fin de la historia. Este relato tiene extraño
parecido con el que narra un escritor jesuita,
Luis Coloma, en un libro ya viejo que se llama
“Jeromín”. Ahí cuenta la vida de don Juan de
Austria, el vencedor de Lepanto, hijo natural
de Carlos Quinto y por lo tanto medio hermano
de Felipe Segundo.
Este don Juan creció en una aldea lejos de
la corte, como hijo de campesinos, hasta que
fue reconocido por su ilustre padre. Parece
cosa de película, pero así sucedió. Muchas
cosas de la vida se antojan cosa de película.
En la que he relatado hoy se ve que la vida
de los reyes y la vida de la gente común
se parecen mucho. En el fondo, sea vida de
emperador o vida de campesino, aquí no ha
pasado nada. “Rien”, en francés... FIN.

MIRADOR
››Armando
Fuentes Aguirre
Doña Rosa es la mujer de don Abundio
el del Potrero.
Debe acercarse ya a los 80. Cuando
alguien le pregunta cuántos años tiene
responde: “Los suficientes para no andar
preguntando cuántos años tienen los
demás”.
La tarde de ayer comí en su casa. Ahí
todo albea de limpio: el mantel de la
mesa; las colchas de hilo blanco de las
camas; las cortinas... Sonríe satisfecha
doña Rosa cuando le digo que su casa
parece una tacita de plata. “Favor que
nos hace, licenciado; a mí y a la casa”.
La vi lavar los platos de la comida. Lo
hace con esmero, cuidadosamente, como
si estuviera lavando almas, pero también
con energía, como si estuviera lavando
cuerpos. Cada plato queda brillante,
reluciente.
Eso de lavar platos es algo muy humilde.
Sin embargo esta mujer le da
grandeza.
La tarea de doña Rosa es importante.
Cuando termina su labor el mundo
está más limpio.
Y ¡hay tantos que lo ensucian!
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››Por AFA
“...González Iñáritu pidió un gobierno
mejor para México...”.
Según la última cuenta
-la hizo un sabio señor-,
habrá gobierno mejor
el año 3050.


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