sábado, 04 de mayo del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Miedo, el condón de la vida
2015-02-26 | 10:06:03
Me alegraron mucho los Óscares obtenidos por
González Iñárritu y Lubezki. Son el más pleno
reconocimiento al talento de dos grandes cineastas
mexicanos que han llegado ya a la madurez de su
arte. Fueron estupendas las palabras del director
de Birdman al recibir el galardón.
Aprovechó a la perfección su tiempo e hizo dos
demandas importantes para los mexicanos; una
en relación con su país, la de un mejor gobierno; la
otra relativa a la nación vecina, la de un trato mejor
a los migrantes. Su voz la escuchó el mundo, y fue
voz de verdad y de justicia.
Algo más dijo en entrevista posterior: aquello de
que el miedo es el condón de la vida, y que debemos
quitárnoslo si queremos vivir cabalmente. Eso
me encantó. En efecto, es natural tenerle miedo
al miedo, pero hemos de esforzarnos en vencerlo.
Siempre que la vida nos llame acudamos a su
llamado. ¿Que hay que cantar? ¡Cantemos! Dios
ama a los que cantan bien, y nos perdona a los que
cantamos mal. ¿Que hay que bailar? ¡Bailemos!
Bailar es lo mejor que un hombre y una mujer
pueden hacer con los zapatos puestos.
A la hora de comer comamos, y bebamos a la hora
de beber. Amemos, sobre todo, pues cualquier cosa
que hagamos sin amor será un triste desperdicio.
Vivamos plenamente, absolutamente, unánimemente.
Quitémosle el condón a nuestra vida, como
sugiere Iñárritu.
Algunas veces nos morderá la crítica vidriosa
de las personas que a sí mismas se dan el título de
serias, pero les responderemos con una sonrisa -una
carcajada sería falta de caridad-, y las dejaremos
con su solemnidad a cuestas.
En los tiempos de sombra que atraviesa México
los premios que recibieron esos artistas mexicanos
han sido motivo de alegría en todo el país, y también
en El Moquetito, Tamaulipas. Hago mío ese gozo,
uno más de los muchos que he hecho míos, y envío a
Iñárritu y Lubezki un sonoroso aplauso, tributado
además con las dos manos para mayor efecto...
El padre Arsilio tenía en su casa un loro, regalo
que le hicieron las Madres de la Reverberación. El
tal perico era admirable. Sabía cantar el Alabado
grande, y poseía un extenso repertorio de piadosísimas
jaculatorias. Rezaba con devoción trisagios,
octavarios y novenas.
Entonaba trozos selectos de canto gregoriano
con registro nasardo de chantre o sacristán, e imitaba
la voz de las viejitas en los antiguos cantos
populares: “Perdón, oh Dios mío”, “Viva la Virgen,
muera el pecado”; “Altísimo Señor”. Sucedió que
llegó al pueblo un vendedor de veladoras, y fue a
la casa parroquial a ofrecer su mercancía al padre
Arsilio.
El cotorro lo vio llegar y desplegó todo su catálogo
de himnos y rezos. El agente quedó prendado
del prodigioso pájaro. Le pidió al cura que se lo
vendiera, petición que el buen sacerdote rechazó.
No se dio por vencido el forastero. A mañana, tarde
y noche asediaba al padre con visitas y llamadas
telefónicas para insistir en que le vendiera el perico.
Cuando el buen sacerdote estaba oficiando misa
el vendedor le mostraba desde el fondo del templo
el índice curvado, como pico de loro, o aleteaba con
las manos a fin de recordarle el asunto del cotorro.
No haré larga la historia. Tan persistente fue el
asedio del tenaz sujeto que no pudo ya resistirlo
el padre Arsilio y terminó por venderle el perico.
Todo con tal de librarse de su acoso. Esa tarde
llegó a confesarse una muchacha. Dijo: “Acúsome,
padre, de que un hombre me persigue con intención
lasciva. Hasta ahora he logrado resistirlo. Para
fortalecerme leo cada día algunas páginas del
libro ‘Pureza y hermosura’, de Monseñor Tihamer
Toth, y por las noches digo las oraciones que San
Antonio recitaba a fin de librarse de malas
tentaciones.
Con ese auxilio espiritual he podido
vencer las demandas de libídine de mi
perseguidor. Espero que mi virtud saldrá
triunfante de sus traidoras asechanzas”.
Habló el padre Arsilio: “Te felicito, hija,
por mantener en alto el pendón impoluto
de tu castidad. Uniré mis oraciones a las
tuyas. Pero dime: ¿quién es el hombre que
te persigue con su concupiscencia?”.
Respondió la muchacha: “Es un vendedor
de veladoras”. Al oír eso el sacerdote
lanzó un hondo suspiro y dijo con acento
de pesar: “Hija mía: date por cogida”. FIN.


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