lunes, 29 de abril del 2024
 
Por Francisco J. Ávila Camberos
Columna: Ayer, hoy y mañana
Ayer, hoy y mañana
2015-03-07 | 08:58:36
Durante muchos años el sistema mexicano, mal que bien funcionó. Esto fue hasta mediados de los años sesenta. Si bien en ese entonces la democracia era raquítica, al igual que la libertad de expresión, a gran parte de la población le tenían sin cuidado esos temas, porque había empleo, baja inflación y confianza total en el futuro del país. La economía crecía más rápido que la población. Al presidente de la República se le respetaba e incluso en algunos casos se le admiraba y quería. En las escuelas se enseñaba civismo e inculcaba el amor a la Patria y el respeto a nuestros mayores. Los maestros de escuela se distinguían por su pulcritud, conocimientos y educación. Los estudiantes nos sentíamos orgullosos de nuestra bandera, de nuestro himno y de nuestros héroes. La industria nacional empezaba a desarrollarse y ofrecía empleos cada vez mejor pagados. La economía del país mostraba dinamismo y fortaleza. Durante muchos años no hubo devaluación alguna, ni crisis económica. Las cuentas de ahorro pagaban el 4.5% de interés anual y los bonos del ahorro nacional duplicaban el dinero de los ahorradores en 10 años. El campo producía, los maestros enseñaban, los estudiantes de las escuelas públicas de entonces nos preocupábamos por aprender y prepararnos, porque sabíamos que era la única manera de salir adelante. En esa época, los delitos eran escasos. Los profesores rara vez faltaban a clases y si eso sucedía, otro maestro o el mismo director de la escuela se hacían cargo del grupo. En ese entonces, los secuestros y las extorsiones no existían. Las drogas ni siquiera se conocían entre los jóvenes. Había paz social, respeto por los mayores y una gran esperanza en el futuro. Era tal la seguridad, que en los días de calor los coches se dejaban en las calles con las ventanillas abiertas y las puertas de las casas no tenían rejas como ahora. Cada noche las familias sacaban sus sillas a la
banqueta para platicar y permanecer ahí hasta tarde con toda tranquilidad. Poco a poco emergía una clase media que empezaba a vivir mejor y a mandar a sus hijos a la universidad. En esa época, un automóvil económico, nuevo, costaba $18,000 pesos, el boleto del urbano treinta centavos, el ir de Veracruz a Xalapa en autobús de primera clase, costaba 9 pesos y el litro de la gasolina era más barata, 85 centavos. No existían gasolinazos. Seguramente algunos políticos de entonces también hacían de las suyas, pero no a los niveles de escándalo y corrupción que se dan ahora. La deuda de estados y municipios no existía. El robo de vehículos y bancos era desconocido en muchos estados. Las personas podían caminar en las calles hasta tarde, con bastante tranquilidad. No había ni la zozobra, ni el temor que hay ahora. Los asaltos en la carretera eran cosa desconocida. De repente, todo cambió. El sistema dejó de funcionar,porque la corrupción, el afán de enriquecimiento fácil, rápido y a costa de lo que fuera, así como la apatía ciudadana, la pérdida de valores y otros factores lo descompusieron. La clase de civismo desapareció de las aulas. El desorden se generalizó. Se hizo costumbre para los gobiernos gastar más de lo debido, cubriendo el faltante con préstamos cuyos intereses desfondaron las finanzas públicas y comprometieron a las generaciones futuras en el pago de una deuda que no contrajeron. Muchos políticos se convirtieron en multimillonarios de la noche a la mañana gracias al saqueo desmedido. Los bancos subieron los intereses que cobran y dejaron de pagarles intereses a los ahorradores. Los maestros de los estados más pobres del país dejaron de enseñar, quedando al garete los estudiantes y cobrándole al pueblo mexicano un sueldo que no desquitan. Se dedicaron a las manifestaciones, al secues
tro de autobuses, a vandalizar comercios y oficinas, a saquear camiones repartidores, a extorsionar al gobierno y a agredir a la policía. El respeto a las autoridades se perdió, debido en gran parte a que la ciudadanía descubrió que las promesas, planes, discursos y programas que planteaban, no tenían por objeto la solución de los problemas del país, ni buscaban el bienestar ciudadano, sino conservar el poder a toda costa para hacer de las suyas. La desilusión ciudadana se incrementó. La delincuencia creció y con ello la inseguridad. El amor a la patria, el respeto a nuestra bandera y al himno nacional se diluyeron. La economía del país empezó a dar tumbos. El empleo escaseó. Los gobiernos abusaron de los aumentos de impuestos, de los préstamos y de la paciencia ciudadana. La esperanza de lograr un cambio a través de una verdadera democracia se evaporó porque los partidos de oposición se corrompieron y prácticamente todos se convirtieron en agencias de colocaciones. Sin embargo, lo que desafortunadamente perdimos por apatía, podemos recuperarlo si nos unimos todos y nos ponemos a trabajar en serio y con ahínco por el bien de México. No es fácil, pero tampoco imposible. La unidad de los ciudadanos es un buen principio. El cumplimiento de nuestras obligaciones, el entusiasmo y el trabajo intenso son también parte de la cadena que se requiere para levantar entre todos al país que anhelamos, generando crecimiento, empleo, justicia social y bienestar. No dudo en que esa sea la fórmula idónea. Solo hay que aplicarla de inmediato con la participación de todos. Para esto necesitamos buenos líderes y buenos ciudadanos. También mejores políticos y mejores diputados. Este año hay elecciones. Recordémoslo. Hay que ir a votar responsablemente y con criterio.
Hasta la próxima semana


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