sábado, 04 de mayo del 2024
 
Por Catón
Columna: De Política y Cosas Peores
Plaza de almas
2015-03-24 | 10:15:48
Este hombre es escritor. Se llama Gustave
Flaubert. Ha escrito una novela cuyo título
es “Madame Bovary”. Su libro llegará a
ser muy famoso. Trata de una mujer de
nombre Emma que vive en un pequeño
pueblo de provincia. Está casada con un
médico cuyo carácter, metódico y poco
imaginativo, contrasta con el de su mujer,
frívola y fantasiosa.
Ella se aburre. Al parecer el autor de
aquella obra piensa que una mujer que se
aburre es peligrosa para sí misma y para los
demás, sobre todo para su marido. Del tedio
de Emma, sentimiento al parecer inocuo,
el escritor toma el hilo que la conducirá
ineluctablemente a la tragedia.
El doctor Bovary lleva a su mujer a una
ciudad más grande, para que cambie de
clima. Ahí Emma conoce a otro hombre y
se hace su amante. No diré que en eso hacía
consistir ella el cambio de clima -decir tal
cosa sería irreverencia ante la obra maestra-,
pero sí diré que el amasiato terminó desdichadamente,
lo cual no equivale a decir
que el amasiato desdichadamente terminó.


La mujer cae enferma, de desilusión
quizá, y aunque sana gracias a los solícitos
cuidados de su esposo muy pronto vuelve a
aburrirse nuevamente, como lo prueba el
hecho de que se consigue otro amante. A lo
mejor si Emma Bovary hubiese vivido en
este tiempo se habría puesto a jugar Candy
Crush en su tableta.
De ese modo no se habría aburrido, y
eso la habría alejado del adulterio. Alguien
deberá investigar la aportación que hace
ese juego a la moral del mundo, aporte seguramente
mayor que el de los predicadores.
La cosa termina mal para la señora
Bovary. Su nuevo amante se le aleja por
el temor que le provocan los arranques de
Emma; ella está hundida hasta el hermoso
cuello en deudas motivadas por la forma
desordenada en que gasta el dinero de su
esposo.
Total que, como dice el dicho, a la infeliz
se le cierra el mundo, y no halla otra salida
que el suicidio. Se envenena con arsénico.
La novela, ya se ve, es realista, muy realista.
En cierta ocasión Flaubert charlaba en el
café con un amigo acerca de la actualidad
política y social de Francia. Interrumpió
de pronto la conversación y dijo: “Pero volvamos
a la realidad.

Hablemos de Madame Bovary”.
Yo sé de otro escritor que llegó hace
ños a un pequeño pueblo en el interior
e la república. Era de mediana edad, algo
gordete; usaba amplio bigote y, aunque
alvo, lucía una breve melena que le curía el cuello
por atrás. Llevaba consigo un ejemplar de
la novela de Flaubert. Vivía

En ese pueblo una muchacha, hija
De un granjero, casada con el Dueño de La única farmacia que había en el
lugar.
A esa joven no le gustaba la vida que
evaba. Le parecía que era poco para ella.
oñaba con ir a la capital; quería bailar en
quellos sitios que le habían dicho, tan aleres,
conocer gente interesante.

El escritor que digo no la
conocía.
Sin embargo al ir pasando por la calleja
onde ella vivía experimentó de pronto
na rara sensación y dijo en su interior:
uraría que he estado antes aquí”. Al día
guiente el forastero tomó el autobús para volver a la ciudad. Su viaje coincidió con el
que hicieron el farmacéutico y su esposa.
El escritor y la muchacha ni siquiera
se vieron. Él iba pensando en sus cosas;
ella en las suyas. Por su parte el marido no
pensaba nada: iba dormido. ¿En qué iba
pensando el escritor? Pensaba en la extraña
sensación de déjà-vu que tuvo al pasar por
aquella calleja donde jamás había estado.
¿En qué iba pensando la muchacha? En
la vida que llevaría en aquella gran ciudad
donde seguramente no se aburriría nunca,
donde quizá -pensó con inquietud sabrosa-
conocería a un hombre que se enamoraría
de ella con un amor apasionado, no con el
metódico amor de su marido, amor de una
vez a la semana.
En eso el vehículo llegó a la central. Bajaron de él los
pasajeros. El escritor
dejó olvidada ahí la novela que llevaba.

Al ir a descender del autobús la esposa del farmacéutico vio sobre el asiento el
libro.

Leyó el título de la portada: “Madame
Bovary”, Y una extraña sensación
La hizo estremecerse
levemente. Pensó: “Juraría que he
estado antes aquí”.
FIN.




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