viernes, 03 de mayo del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Fertilidad en Los Mochis
2015-03-26 | 09:44:51
Recurro de nueva cuenta al libro “El declamador
sin maestro” a fin de saber qué expresión debe
tener el rostro para mostrar asombro. He aquí
la descripción: “Los ojos bien abiertos, lo mismo
que la boca; las cejas levantadas; la vista fija en
el punto donde, se supone, está el objeto o acto
que causa la impresión”. Pues bien: mírenme
mis cuatro lectores y advertirán en mí ese gesto:
el del asombro.
Sucede que hace mucho tiempo no iba a
Los Mochis, Sinaloa. ¡Qué sorpresa me llevé
al ver ahora esa ciudad! La encontré llena de
renovados atractivos: grandes tiendas; magnífica
plazas comerciales; variados centros
de entretenimiento; bellos sitios en los que se
conserva la traza y el estilo de esa ciudad al
mismo tiempo moderna y fiel a su raíz agrícola.
Fui a Los Mochis invitado por don Guillermo
Elizondo, creador del Grupo Ceres, empresa
que tanto bien ha hecho al campo mexicano con
sus productos y servicios, con sus tecnologías
de punta, como se dice ahora. Volé temprano
de Monterrey a Culiacán.
Desde que la nave aérea, como antes se decía
-se decía también “el pájaro de acero”, pero eso
se oye mal-, desde que el avión, digo, inició el
procedimiento de aterrizaje, vi los extensos
campos verdecidos con la promesa cierta de
las riquísimas cosechas que rinden las tierras
de Sinaloa, fecundadas por el agua de sus numerosos
ríos.
Con uno solo de ellos el extenso desierto
de mi natal Coahuila se volvería jardín. Voy a
hacer trámites a ver si nos prestan ese río. En
el aeropuerto me esperaba un amabilísimo
señor, José Luis Echeverría, quien me hizo una
pregunta que a esa hora de la mañana -aún no
eran las 9- fue como música de Mozart: “¿Ya
desayunó?”.
No tuve que contestar: un borborigmo respondió
por mí. (Nota de la redacción. La palabra
“borborigmo” quiere decir “ruido de tripas”). Me
preguntó Pepe qué me gustaría almorzar. Le
dije que algo muy típico de Culiacán. Me llevó a
una birriería, la de los Pérez, que me recordó los
nobles establecimientos de las Nueve Esquinas,
en Guadalajara.
Ahí di buena cuenta de los siguientes tacos:
uno de lengua, dos de sesos, uno de cachete y
otro de ojos. Las correspondientes tortillas
eran como soles, grandes y calientes. Mi esposa
me regañará cuando lea esto -no tuve el valor
de confesarle mi gastronómico desmán-, pero
yo digo lo que mi abuelo, a quien los médicos
le querían alargar la vida privándolo de sus
platillos favoritos.
Él rechazaba la prohibición y contestaba:
“Más vale un año de chiles rellenos que no dos
de atole blanco”. Emprendimos después el viaje
por carretera hacia Los Mochis. Todo el trayecto
fue otra vez de verdor, entre maizales, unos
ya en mazorca, otros en espiga, apenas recién
nacidos los demás.
¡Qué prodigio de fertilidad y de trabajo! En
el hotel escribí mi columna para el siguiente
día. Llegó la hora de comer, y con don José Luis
fui a una catedral del buen comer: El Farallón.
Mis cuatro lectores saben que la gula es mi
segundo pecado favorito, y en ese excelente
sitio se peca muy a gusto, con provecho para el
cuerpo y el espíritu. Un breve descanso y luego
a la conferencia.
Ahí el gustazo de encontrarme con Poncho
Salido, mi editor en Sinaloa, hombre cordial
y afable que en sus periódicos El Debate da
ejemplo diario de periodismo bueno. Saludé
igualmente a Pili, su gentil esposa, quien a
más de ser magnífica fotógrafa cuyos libros
enriquecen mi biblioteca lleva a cabo una labor
social y cultural generosa e incansable.
Di las gracias por su invitación a don Guillermo,
hombre del campo, hombre de bien,
creador de un programa de becas que pone
en el camino de la superación a numerosos
jóvenes sinaloenses. Mi estancia en Los Mochis
fue breve: al día siguiente debía perorar en la
Ciudad de México.
Traje conmigo, sin embargo, la felicidad de
mi encuentro con los amigos buenos; de los
manjares que gusté, gustosos ellos y gustoso
yo; del maravilloso público que me aplaudió
de pie, y de esa ciudad hermosa, Los Mochis,
a la que espero regresar una vez más, si acaso
lo merezco.
En el camino al aeropuerto me alegró ver un
amplio bulevar con el nombre de don Francisco
Labastida Ochoa, señor a quien respeto y admiro
por su calidad humana. Total, un banquete
de vida. Lo agradezco al autor de la vida. FIN

MIRADOR
››armando
fuentes aguirre
Estos dos pueblos son vecinos, y por
lo tanto enemigos.
Uno se llama San José; Santa María
el otro.
Los de San José llaman “maricas” a
los de Santa María. Los de Santa María
llaman “cornudos” a los de San José.
La fiesta mayor de Santa María se
celebra el 8 de diciembre. Ese día, pese
a la prohibición del párroco y el obispo,
sus habitantes ahorcan en la plaza una
imagen del castísimo esposo.
La fiesta patronal de San José es el 19
de marzo. Ese día sus habitantes rezan
el rosario. A pesar de la prohibición del
obispo y del párroco, al rezar las avemarías,
en vez de decir: “Santa María,
madre de Dios.” dicen: “San José, padre
de Dios, ruega por nosotros pecadores...”.
En Santa María y San José existe el
peor de todos los fanatismos: el religioso.
Si pudieran, sus habitantes se matarían
unos a otros.
Dios, que es tan bueno -Dios es amor-,
les diría si pudiera: “No existo”, para que
no se mataran en su nombre.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››por afa
“La primavera llegó ya”.
El Partido Verde, fiel
a su engañosa manera,
dirá que la primavera
se la debemos a él.


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