lunes, 29 de abril del 2024
 
Por Alfonso Villalva P.
Columna: Academia de talentos
Academia de talentos
2015-04-03 | 09:35:17
Cuando escuché su voz otra vez, sabía que nada bueno podría esperar. Acercó su boca pestilente a mi rostro, y muy de cerca me dijo, en voz baja, con tono siniestro: “espérate a que veas lo que voy a hacer con tu compañera, porque después sigues tú, chula, a menos que tú sí decidas ser una buena alumna de don Sebastián”.

Entonces me apretó las mejillas con fuerza, y frotó mis labios a su incipiente barba que raspaba como lija para madera, de esas color ladrillo que papá utilizaba los sábados para reparar muebles en la casa, mientras planeábamos mi futuro en la farándula.

Él me volteó la cara con violencia, y me obligó a mirarla a ella, a Lucy, tan indefensa en el otro extremo de la habitación, y cerré mis ojos, con tanta fuerza que sentí como las lágrimas fluyeron desde mi corazón.

Después, vinieron los alaridos, los golpes secos sobre la carne trémula, los te lo dije, los te lo advertí idiota, los bramidos del animal que se crecía al placer de infligir castigo.

De pronto, todo terminó. Solamente escuché los pasos del animal asqueroso que abandonaba el cuarto, y los sollozos incontrolables de mi compañera.

Antes de salir, el chacal, hizo una pausa en su camino, y nos aconsejó, con voz cariñosa, increíblemente hipócrita: “quieren saltar a la fama princesitas, pues lo primero que habrán de aprender es a obedecerme, no hay reflectores sin disciplina, sin dolor.

o puedo sacar lo mejor de ustedes, lo que ni siquiera sus padres podrían adivinar jamás que llevan por dentro, soy creador de estrellas, de fenómenos de televisión.

Giró sobre sus talones, azotó la puerta tras de sí, y escuchamos como llamaba a gritos a Nataly, y le instruía con sequedad exactamente lo que debía hacer, pues era hora de complacerle, con tantos corajes que nosotras le hacíamos pegar, lo menos que merecía era un apasionado tratamiento físico que destensara sus músculos, sus apretados tendones cervicales, y que mejor que la carne juvenil de su Nataly, la alumna más aventajada que nunca había dicho un sin embargo ante su violenta disciplina.

Entonces, ya encerrada de nuevo en la habitación, me acerqué a Lucy, y la abracé y comencé a llorar con ella sin poder terminar, sin poder controlar los espasmos que los berridos conjuntos producían en nuestras aún frágiles figuras. No te preocupes, manita –me dijo Lucy con resignación-, yo creo que él lo hace por nuestro bien, quizá tenga razón, quizá somos muy desordenadas y a nuestros padres les faltó darnos nuestras nalgadas a tiempo y uno que otro bofetón.

Después de toda esa conversación, los sollozos se habían extinguido, y ambas nos reincorporamos, cada una a su esquina, en cuclillas, a repetir en voz alta que debíamos cerrar el hocico para no engordar como marranas, con la idea fija en la cabeza del dolor que producía ese bate de beisbol en las costillas, precisamente a la hora de aprender a fondo la lección.

Con la idea fija de ser dueñas algún día de ese súper estelar en horario nocturno –prime time- que tanto prometió don Sebastián.


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