sábado, 27 de abril del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Las reglas de la política
2015-04-16 | 08:54:21
El alcalde del pueblo fue al convento.
Le dijo a la madre superiora: “Vengo a
invitar a sus monjas a las fiestas patronales”.
Inquirió la reverenda, suspicaz:
“¿Pa’ tronales qué?”...
Doña Macalota le informó a su esposo:
“El coche tiene agua en el motor”.
Preguntó don Chinguetas: “¿Cómo lo
sabes?”. Respondió ella: “Porque no frené
y cayó en la alberca”...
El gato a la gatita: “¡Sería capaz de
morir por ti!”. La gatita al gato: “¿Cuántas
veces?”...
Babalucas encontró un buen asiento
en el avión, con excelente vista. Apenas
lo había ocupado llegó un hombre y le
dijo: “Ése es mi asiento”. Contestó el
badulaque: “No me importa. De aquí
no me muevo”. “Le digo que ése es mi
asiento -insistió el otro-. Soy el piloto”...
Se llamaba Epítome. Epítome Cuadrado.
Todos, sin embargo, le decían
don Pito. A él eso lo desazonaba mucho,
pues sus compañeros de oficina le hacían
bromas que ni siquiera entendía.
Le decía uno: “Don Pito: agarre usted
su lugar”, y todos soltaban la risa. Otro
lo invitaba con exagerada cortesía: “Don
Pito, siéntese por favor”, y el personal
entero, incluidas las secretarias, rompía
en estrepitosas carcajadas.
Don Epítome era poco dado a chocarrerías,
y no se explicaba el motivo
de tales algazaras. Esbozaba un gesto
que quería ser sonrisa pero que era en
verdad un lamentable rictus. ¡Ah, si don
Epítome hubiese conocido el Rigoletto
de Verdi les habría cantado a sus atormentadores
aquello de “Cortigiani, vil
razza dannata”!
Por desgracia sus conocimientos musicales
se limitaban a “La varsoviana” y al
vals “Ojos de juventud”. En un solo lugar
hallaba el señor Cuadrado consuelo a sus
pesares: en la casa de su amiga la señorita
Solicia Sinpitier. Ella no le decía Pito, sino
don Epítome, pese a que él la llamaba con
el hipocorístico Lichita.
La visitaba todos los jueves, de 5 a 7
de la tarde. Los dos bebían una copita
de vermú y entretenían el tiempo que
duraba la visita en honestas conversaciones
y escuchando discos del doctor
Ortiz Tirado. A veces él le proponía
adivinanzas que la señorita Sinpitier
nunca podía descifrar.
Le decía, por ejemplo, aquella de
“Agua pasa por mi casa.”, y respondía
ella: “¡El elefante!”. O le recitaba: “Lana
sube, lana baja”, y volvía ella a contestar:
“¡El elefante!”. Una tarde, luego de que
las bromas en la oficina habían sido más
pesadas que de costumbre, Don Epítome
llegó a la casa de Solicia y le preguntó
si no tenía algo un poquito más fuerte
que vermú.
Le indicó: “Cualquier cosa, Lichita,
menos tequila, pues esa rica y mexicanísima
bebida obra un efecto raro en mí:
apenas me tomo una copa tequilera surgen
en mí eróticos impulsos de libídine
que me incitan a lanzarme sobre la mujer
que tengo más cerca para hacerla objeto
de tocamientos lúbricos y luego cebar en
ella mi instinto de másculo verriondo”.
“¡Feliz coincidencia! -exclamó feliz la
señorita Sinpitier-. Precisamente tengo
en la alacena una botella de Sauza Hornitos
reposado”. “Pero, querida amiga.”
-quiso oponer don Epítome. “No hay pero
que valga, señor mío” -replicó traviesamente
la señorita Sinpitier. Y así diciendo
fue por el tequila de la prestigiada marca
mencionada ut supra y le sirvió al señor
Cuadrado medio vaso, de los grandes.
Don Epítome le dio un trago y de inmediato
se transformó, igual que Lon
Chaney en las películas del Hombre
Lobo. Se precipitó sobre Solicia y la
tumbó de espaldas en la otomana de la
sala. Y quién sabe qué habría sucedido
-lo imagino- si no es porque al recibirlo
en sus brazos exclamó ella con exaltado
acento: “¡Pito mío!”.
Eso hizo que de inmediato a don
Epítome se le cayera el ánimo, si me es
permitido el eufemismo. Lo que pudo
haber sido deliquio pasional se convirtió
en naufragio. Todo por el Pito, dicho sea
sin intención segunda.
De este largo relato derivo una enseñanza
que el señor Carreño recogió en
su utilísimo Manual de Urbanidad: aun
en los momentos de mayor intimidad
se deben observar las reglas del buen
trato social.
No es lo mismo decir: “¡Muévete, mamacita!”
que: “Moveos por favor, amiga
mía”. Recordémoslo siempre: sin respeto
no hay verdadero amor. Hay dos reglas
básicas para tener éxito en política. La
primera: nunca digas todo lo que sabes.
FIN.


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