domingo, 05 de mayo del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
¿Te acuerdas?
2015-04-21 | 09:40:18
Comenzaron a platicar hace 50 años y no
han terminado todavía. Casi siempre su
conversación empieza con las mismas palabras:
“¿Te acuerdas?”. Los sorbos a la taza
de café le van poniendo puntos suspensivos
al recuerdo de los pasados tiempos. Hablan.
Hablan de cuando eran novios, del día que
se casaron, de las penurias iniciales, de la
llegada de los hijos y los nietos. Y al final
siempre la misma reflexión: “¡Cómo se va la
vida!”. Yo me pregunto si en verdad se va, y
acabo por pensar que no.
La carne y la sangre de este hombre y esta
mujer seguirán viviendo en la sangre y la
carne de aquellos a quienes dieron vida. Y
son muchos. La nietada, como ellos dicen, es
muy grande. Los días que la familia se reúne
en la casa paterna -en la casa materna, más
bien-, aquello parece una ruidosa convención.
Y pensar que todo principió con aquella
pregunta que él le hizo con vacilante voz por
el temor de que lo rechazara: “¿Me permites
que te acompañe?”. Ella se lo permitió. Y se
lo sigue permitiendo cada día. Para él eso es
como un milagro, un regalo permanente de
la vida. ¡Su mujer es todavía tan bella!
La sonrisa con que cada mañana lo saluda
hace que en la casa brille el sol aunque afuera
esté lloviendo o tiriten las calles por el frío.
Hay en sus ojos la misma luz que tenía de
muchacha, y en su voz la misma música de
la juventud. Antes era muy bonita; ahora es
muy hermosa.
La mira él y no advierte en su rostro la
marca de los años, ni ve en su andar el peso
de la edad. Para él es la misma mujer de la
que se enamoró al verla por primera vez y de
la que sigue enamorado. No se explica por
qué le llegó ese prodigio. Él no era guapo,
ni tenía dinero, ni su familia era de buena
sociedad. Y sin embargo fue él quien recibió
el milagro, y no otro.
Un amigo que fue vecino de ella en aquel
tiempo le dice cada vez que se lo topa: “En el
barrio todos te odiábamos. Te llevaste a la
muchacha más bonita”.
El día que se casó con ella ha sido es el más
feliz de todos los días de su vida, y vaya que
ha vivido muchos. No se apena al decir que
fue un sueño. Ni siquiera lo sacó de su éxtasis
la travesura que le hizo aquel fotógrafo que
retrató la boda.
Cuando acabó la fiesta, cuando con su
novia subió feliz al coche en que harían el
viaje de luna de miel, le dijo al fotógrafo: “Me
haces un buen trabajo”. Respondió el hombre
con pícara sonrisa: “Tú también”.
Cuántas cosas han sucedido desde la
fecha en que emprendió el camino con su
compañera. Ha habido horas de reír y horas
de llorar. Han tenido días serenos y noches
de tormenta. Pero han gozado la felicidad y
han afrontado las penas tomados de la mano.
Cuando la dicha se comparte es más grande,
y cuando se comparte el sufrimiento es más
pequeño.
Ella bromea a veces acerca de su vida
juntos. El otro día le dijo él: “¿Te acuerdas
de que yo no quería comprar un televisor de
control remoto, porque era más caro que el
que no tenía control, y tú al fin me convenciste
de comprarlo?”. Ella le contestó, como recordando:
“Se ha batallado; se ha batallado”.
Y es cierto. Ella ha batallado con sus
pequeñas impertinencias de marido y con
sus grandes equivocaciones de hombre.
Para las pequeñeces ha tenido el don de la
paciencia; para los errores graves la sabiduría
del perdón.
Cuando les preguntan: “¿Cómo han durado
tanto?” responde su mujer: “Gracias a
Dios”. Y contesta él: “Gracias a ella”. El final
del camino ya está cerca. Su paso es ahora
lento. Ella batalla un poco para caminar,
pues le duele una rodilla. (“Esta pata no me
quiere”, dice).
Él tiene problemas de columna, y a veces
su respiración se vuelve fatigosa. Pero ninguno
de los dos tiene miedo de morir, así como
nunca tuvieron miedo de vivir.
Cuando hablan de la muerte lo hacen
con serenidad y sin temores. Tienen la certidumbre
de que su vida continuará en otras
vidas. Quizás es eso lo que lo que las religiones
llaman “vida eterna”. Y es que el amor que
los unió es eterno. De dos que se aman nace
una eternidad. En esa eternidad seguirán
platicando, como ahora. En esa eternidad
seguirán preguntándose uno al otro: “¿Te
acuerdas?”... FIN.

MIRADOR
››armando
fuentes aguirre
John Dee buscaba a Dios.
Ni él mismo sabía por qué, ni para
qué. Buscar un pan se explica. También
buscar una mujer.
Incluso puede explicarse eso de
buscar la piedra filosofal, que convierte
cualquier materia en oro.
Pero ¿buscar a Dios, a quien nadie
nunca ha visto y que no se sabe cómo
es?
Debo estar loco -reflexionaba Dee.
Buscó a Dios en los libros. No lo
halló. Lo buscó en la naturaleza. Ahí
tuvo un atisbo de él, pero tampoco en
ella pudo ver su rostro. Lo buscó en el
amor, y entonces lo miró más claramente:
en el amor estaba el reflejo de
la divinidad. Pero era sólo un reflejo.
Tampoco aquello era lo que buscaba.
Desesperaba ya el filósofo de
hallar a Dios cuando un día oyó estas
palabras. “Si me buscas me has
encontrado ya”.
Supo entonces que no necesitaba
ir a Dios. Dios mismo iría a su
encuentro. Cuando lo necesitara él
estaría ahí.
John Dee ya no busca más a Dios.
Lo espera. Sabe que llegará.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››por afa
“...La mujer de un difunto le llevó
teiboleras al velorio...”.
Quizá la viuda hizo el rito
con una esperanza rara:
que el muertito despertara
y se echara el ultimito.


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