domingo, 02 de junio del 2024
 
Por Manuel del Ángel Rocha
Columna: Acontracorriente
Buena chamba
2015-05-12 | 10:05:00
Un viernes de tantos, de aquellos que después de
cumplir la semana laboral en el Distrito Federal,
abordaba el autobús que me regresaba a Río
Blanco, a mi casa, donde radicaba mi familia, que
la veía sábados y domingos, para el lunes por la
madrugada, emprender de nuevo la vuelta al DF.
Esto ocurrió durante quince años, o más,
ya no recuerdo. Mi trabajo en la fábrica de ejes
de tracción para camiones de diez toneladas en
adelante, era bien pagado.
Estaba en el área de embarques, que surtía de
esta pieza a las ensambladoras de tractocamiones
que estaban en Saltillo, Cuautitlán y Puebla.
Era una buena chamba, tenía todas las prestaciones
de ley, además un excelente reparto de
utilidades, por tratarse de una rama de la industria
metalmecánica, pero también de un mercado muy
posicionado del transporte nacional, responsable
del traslado de productos y mercancías de las
costas de Pacífico y del Golfo de México, al centro
y viceversa.
También cada dos meses se enviaban algo así
como cinco contenedores a Estados Unidos y
Canadá. De la cantidad no estoy seguro, porque yo
estaba en envíos nacionales, y a otros compañeros
les correspondía la remisión al extranjero.
En aquel viernes me tocó de compañero de
asiento un joven de aspecto informal, gafas de
pasta, pelo enmarañado, saco ‘esport’ y pantalón
casual, de mediana calidad, comprado con los
trajes de marca que vestían los altos directivos
de la empresa, que observábamos, cuando se
metían al comedor de los obreros, y compartían
con nosotros el pan y la sal, aunque claro, ellos
en sus respectivas mesas.
El joven de entre veintisiete a treinta años,
suelto, rápido de plática y claro en sus comentarios,
me reveló que había ido al Distrito Federal
a entrevistas personales y ha entregar currículos
porque estaba en busca trabajo, y de rebote me
preguntó que a que me dedicaba, le platique donde
me ocupaba, el lugar, el horario y el sueldo, -no
es posible, me interrumpió-, desde que salí de la
Maestría, llevo once meses buscando un trabajo,
al menos uno, y con la mitad de su salario. -Titulándome
de la Maestría no he parado de buscar y
rebuscar, y ni con recomendaciones de políticos-.
Y me disertó sobre el concepto que se tenía
donde la educación era el mecanismo por excelencia
para la movilidad social ascendente, -pero
vea ahora, el acceso al mercado laboral, ya no
solo esta condicionado por nuestro origen social,
sino también por el nivel de competencia, y de la
institución superior de la que egresamos-.
Ello tiene que ver claramente con el ingreso
económico de los jefes de familia, porque si sus
remuneraciones son de uno o dos salarios mínimos,
estamos condenados, ya no a ingresar a la
universidad, sino ni a la preparatoria.
Sin nuestro potencial, el país en las últimas
tres décadas ha profundizado la problemática
económica, en cuanto a la desigualdad, a la distribución
de la riqueza, y al aumento de la pobreza
entre la población.
De verdad -continuó-, es incomprensible como
se ha descuidado a los sectores social, educativo
y cultural, ámbitos que bien atendidos, significan
un impulso elemental para que nosotros los
jóvenes, nos integremos con fuerza y dinamismo
al mercado laboral.
Además de ser factores de una ciudadanía
participativa. Pero vea, se ha fortalecido un presupuesto
militarista, un presupuesto de contención
laboral, donde se convoca a universitarios para
que sean policías -dígame usted-, si con mas
tropas, no hay más delincuencia, mas represión,
y en consecuencia mas violación a los derechos
humanos.
Y de verdad es incomprensible, ver que a pesar
de las grandes expectativas y aspiraciones de los
jóvenes por estudiar, y obtener un buen trabajo
que conlleve a un cambio y mejoramiento en la
calidad de vida, no hay vías para realizarlas, ni aun
a los universitarios con posgrados terminados.
El trabajo debe ser revalorado como parte central
de la vida en sociedad. Para Baruch Spinoza,
un pensador humanista (no del partido), el trabajo
es la condición que nos hace verdaderamente
humanos. Es la característica que nos distingue
de otras especies.
Mientras no se priorice la cultura, la educación
y la justicia social, para formar una juventud
productiva, participativa y democrática, habrá
miles de jóvenes que le digan que si a las salidas
fáciles, como su ingreso a la economía informal, a
la delincuencia organizada, o la prostitución, pero
también se multiplicaran las personas egoístas,
individualistas, que como simples consumistas de
un sistema mercantilista, encarnarán la destrucción
de un tejido social que necesita urgentemente
de la fuerza de toda la sociedad.
Ya para llegar a nuestro destino, el universitario
y su vehemencia me hacen un exhorto –tiene
usted una buena chamba, cuídela, pero no deje
al sector gremial y social, que muchos nos hacen
falta en estos días-.


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