domingo, 05 de mayo del 2024
 
Por Alfonso Villalva P.
Columna: Carnes y huesos
Carnes y huesos
2015-05-15 | 08:38:53
Es probable que si Usted, querido profesor,
supiera lo que en estos tiempos pasa por mi
mente y la de mis condiscípulos escolapios,
no dudaría en echar mano de la regla de madera
–la proverbial de treinta centímetros de
longitud- y caernos a soplamocos a discreción,
a mansalva, quizá.
La letra con sangre entra, diría Usted
quizá, con esa mirada escalofriante de
obstinación por lo ético, por lo racional y lo
escrupulosamente correcto; esa mirada que
en muchas ocasiones me heló la espina dorsal
al entender su determinación por usar los
medios de su época, rudos y estrictos, para
hacernos comprender a todos sus alumnos
que las neuronas bien utilizadas, garantizan
bienestar, progreso y satisfacción.
No lo puedo evitar, pues aún cuando tiene
todo el sentido del mundo aferrarse a Kant,
Hegel o Russeau; a Zavala, Reyes o Cabrera;
a Gutiérrez Nájera, Neruda o Paz y el resto
de aquellos personajes que forman la corte
celestial del verdadero conocimiento, digo, a
pesar de ello, querido profesor, la vida práctica
les ha vuelto la espalda a todos ellos y a Usted
en particular, y ha enarbolado como valores
de éxito y satisfacción, la frivolidad fincada
en la modernidad, el culebrón lacrimógeno
protagonizado por jovencitas rebosantes
de silicona y apuestos galanes que ignoran
soezmente cualquier técnica de las artes histriónicas;
la vejación amarillista y el lucro con
el dolor humano transmitido en directo, en
horario estelar.
En eso nos hemos convertido, querido
profesor. Comprenderá, quizá mejor que nadie,
que los valores se mezclan y confunden,
pues a pesar de que lo razonable, parece una
cuestión incontestable, también existe esa
angustia de perderse el derecho a pertenecer
al grupo, esa ansiedad al contemplar el ejemplo
paterno que se eterniza entre la derrota,
la trampa, la violación a los reglamentos, la
ventaja artera y el golpe de estado en su micro
universo laboral, como único mecanismo de
supervivencia.
Quizá le extrañe, querido profesor, que
le vuelva a escribir precisamente a Usted,
después de tanto tiempo. Sobre todo por estar
estas líneas al margen del cartabón fantástico
y consumista del festejo del quince de mayo
en el que de manera por demás denigrante, le
damos a Usted, como contraprestación a su
entrega a la educación, -a nuestra educacióncajas
de papel higiénico, botellas de aguardiente,
instrumentos de cocina de desecho,
o hasta cajas de condones de mala calidad.
Precisamente ahora, con todo este revuelo
político, cuando se avecina el día de la
elección, y nuestro juicio crítico –ese al que
Usted ha apelado tantas veces, ante tantas
generaciones de alumnos-, se encuentra obnubilado
ante la frívola expectativa de escuchar
la acusación más lacerante, en esta Nación
tan vituperada pero tan generosa para acoger
a quien sea, aún a costo de ser impunemente
insultada.
En estos tiempos, repito. Le vuelvo a escribir
a Usted, querido profesor, y Usted sabrá
perdonar, pero le escribo dándole un revés de
enseñanza con la escasa herramienta que me
da la lógica aplastante como de un niño de
diez años. Y le digo que no. No. Lo que Usted
nos ha tratado de enseñar ya no puede tener
vigencia en este entorno en el que vivimos.
No señor profesor, su época ya pasó.
Lo de hoy es la mentira remachada hasta
que se convierte en duda aniquiladora, es la
manipulación, es la aceptación del fracaso
de la lucha contra la ignorancia, contra la
miseria, contra un destino aparentemente
irrenunciable que nos obliga a todos los
mexicanos a permanecer en el lumpen del
progreso.
Mire a su alrededor ¡carajo! La gente se
arrebata las migajas insultantes de quien
no ofrece soluciones estructurales y de largo
plazo. Mire por favor como menosprecian
nuestra inteligencia arengando respecto de
desarrollo sustentable, viabilidad económica,
responsabilidad social, cuando a leguas se ve
que son muy ajenos a sus contenidos.
Mire como nos han neutralizado con eslogans
tan absurdos que apelan a la esperanza, a
la limpieza de las manos, a la figura enervante
de una niña recibiendo despensas ¿Usted
cree verdaderamente, profesor, que vamos a
tomar los libros para encabezar una batalla
perdida desde el inicio en pos de la verdad, del
conocimiento, de la preparación técnica, del
dominio del castellano, de la independencia
de nuestras instituciones y de la dignidad?
Yo sé que Usted lleva muchos años en los
que enseña con vocación a toda prueba, con
el orgullo que lo legitima como auténtico
normalista, de pata negra, verá, calzado en
zapatos de segunda mano cuyas huellas de
uso se patentizan en las suelas agujeradas.
Usted, que lo mismo se materializa y se
repite en una escuela rural de los Altos de
Chiapas, que en aquellas otras que se bañan
en la miseria y la brisa del mar de Jalisco,
Baja California, o en aquellas otras, urbanas,
rodeadas sin cuartel por una masa amorfa de
concreto y asfalto en malas condiciones que
se disputan el dudoso orgullo de ser escuela
primaria oficial.
Yo se que Usted nunca ha bajado la guardia,
a pesar de haber tenido que intercambiar
dignidad por la incertidumbre del alimento
diario, al no prestarse a las maniobras de los
líderes sindicales, al tener que cerrar el puño
y batirse como hombre en la banqueta, con
los agitadores que lo satanizan por oponerse
a las pintas, las marchas, los plantones y las
acciones centradas en el ocultamiento de las
complicidades, en el arrebato de las parcelas
de poder.
Yo se que Usted siempre ha sido de una sola
pieza, y que gracias a Usted, que se presenta
en las carnes y huesos de tantos queridos profesores
que han logrado despertar la chispa
y la ambición de progreso en los niños éste
país mantiene aún el salvoconducto que le
impide alcanzar la psicosis, que le permite
ver los ojos morenos de la enseña nacional y
contemplar en ella, el alma de esta patria cuya
grandeza se puede percibir ante la feroz acción
de su águila devorando a la serpiente; ante su
imagen recortada en el horizonte, hondeando
con gallardía, ferocidad y consuelo maternal.
Por eso le escribo otra vez, querido profesor,
y por último le digo que tiene razón, que
no podemos seguir así, que las ambiciones
adultas y mezquinas de hoy, efectivamente,
sólo están traicionando a todos los que no
tienen a la mano la posibilidad de defender su
futuro de la feroz estulticia que hoy pretende,
ser llamada normalidad.
Twitter: @avillalva_
columnasv@hotmail.com


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