lunes, 29 de abril del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
A la voluntad de los partidos
2015-05-18 | 09:54:08
Florilí, muchacha ingenua y candorosa,
le preguntó en la alberca a su instructor
de natación: “¿De veras me hundiré si me
sacas el dedo de ahí?”.
El doctor Ken Hosanna le indicó a su
paciente, un hombre que padecía insomnio:
“Si quiere dormir bien no debe llevar
sus problemas a la cama”. “Imposible,
doctor -replicó el tipo-. Mi mujer se niega
absolutamente a dormir sola”.
No creo que haya país en el planeta
donde la democracia salga tan cara como
en México. Y ni siquiera es plena la democracia
que tenemos los mexicanos, sino
sujeta en todo a la voluntad de los partidos.
Son ellos los que señorean la vida política
de la nación, no los ciudadanos.
A nosotros sólo nos toca trabajar para
mantener a una casta parasitaria de políticos
que reciben mucho y a cambio dan
muy poco, o nada. Se necesita en México
un cambio radical que sin sacrificio de la
libertad haga que la buena administración
prive sobre la politiquería; que nos quite
la carga de la profusa burocracia electoral
que padecemos; que haga disminuir el
número de diputados y senadores, y que
obligue a los partidos a poner el bien comunitario
por encima de sus mezquinos
intereses.
Actualmente los políticos nos tienen
aherrojados. Nos obligan a ver y escuchar
a todas horas su estúpida y machacona
propaganda, y tienen de continuo la mano
metida en nuestros bolsillos para sacar
de ellos las exorbitantes prerrogativas
que perciben.
Necesitamos que el INE vuelva a ser
un órgano de los ciudadanos, y no un
instrumento dócil de esos partidos prepotentes
que nos oprimen y cuyas continuas
exacciones padecemos. Y ya no digo
más, porque ignoro qué quiere decir eso
de “exacciones”, y me pongo muy nervioso
cuando no sé lo que significa una palabra.
Doña Virtudes era mujer de vida
acrisolada. Señora muy devota, oía dos
misas diarias y se confesaba diez veces por
semana. Hacía triduos, septenarios, y más
novenas que las que había en la Liga de
Beisbol Municipal. Su prima Nalgarina,
en cambio, llevaba una vida licenciosa:
bebía como cosaco, juraba como poseída,
y follaba con diferentes hombres las
mismas veces por semana que su prima
hacía confesión de sus pecados.
Vivía, en fin, una existencia encanallada.
(Quizá por eso la invitaron a dirigir
en su distrito el Partido Ver-D, invitación
que rechazó, dijo, porque temía desprestigiarse).
Sucedió que la prima Nalgarina enfermó
de gravedad y se puso a las puertas de
la muerte. No sé cuántas sean esas puertas,
pero siempre hay una que se abre cuando
llega el día. Doña Virtudes pensó que de
seguro su prima se condenaría, y la exhortó
a volver al seno de la religión.
“¿A cuál de los dos?” -preguntó ella,
burlona. “No es tiempo éste para chocarrerías
-la amonestó, severa, la piadosa
dama-. Estás a punto de comparecer ante
el Supremo Juez y debes disponerte para
ello. Te traeré un sacerdote a fin de que
te reconcilie de modo que puedas llegar
con el alma limpia como una patena a la
presencia de quien te dio la vida y que
ahora, en su designio inescrutable, te pide
que se la regreses”.
“¡Joder! -exclamó con enojo Nalgarina-.
¡Y tanto que la necesito! Pero en fin, venga
ese santo varón y escuche la relación de
mis pecados, si es que dispone de un año
entero para oírlos”.
Acudió el padre Arsilio a la cabecera de
la enferma y recogió su confesión, pues a la
vista de la muerte la antigua pecadora se
arrepintió sinceramente y pidió perdón de
sus culpas. Muy a tiempo lo hizo: apenas
el sacerdote le dio la absolución Nalgarina
entregó el alma a quien es dueño de todas.
Sus últimas palabras, si bien no dignas
de inscribirse en bronce eterno o mármol
duradero, y ni siquiera en plastilina verde,
fueron sin embargo muy expresivas. Dijo:
“¡Ah chingao!”. Y se peló, si me es permitida
esa locución de pueblo.
Al día siguiente doña Virtudes fue a
hablar con el buen padre Arsilio. Le preguntó
con inquietud: “¿Cree usted, señor
cura, que Nalgarina se haya salvado?”.
“Está en el Cielo ya, hija mía -la consoló
el sacerdote-. Aunque ciertamente pecó
mucho, un punto de penitencia le abrió la
puerta de la bienaventuranza eterna”. Entonces
fue doña Virtudes la que exclamó:
“¡Joder! ¡Haberlo sabido antes! ¡De todo
lo que me perdí!”. FIN


NOSOTROS

Periódico digital en tiempo real con información preferentemente del Estado de Veracruz México


NOSOTROS

Periódico digital en tiempo real con información preferentemente del Estado de Veracruz México