lunes, 29 de abril del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
La misma casta de políticos
2015-05-22 | 09:46:13
Evoquemos el triste caso del poeta que
retornó a su pueblo. Lo trajo de regreso
la nostalgia de un amor nunca olvzidado.
Entró en el solar nativo a paso lento: así
camina quien lleva en sí una carga de
recuerdos, y más si las aceras de la calle
están llenas de pozos.
Llegó a la plazuela del lugar y vio ahí a
un muchachillo que, sentado en una banca,
jugaba Candy Crush en un iPad de cuerda,
pues la modernidad no había llegado del
todo a esa alejada población.
Le preguntó al niño: “Dime, di, rubicundo
rapazuelo: ¿qué fue de Gwangolina, la
hermosa joven que moraba en esa casona
solariega en el antiguo templo parroquial;
aquella bella ninfa de frente nívea como
los volcanes de mi patria; ojos color de
cielo; mejillas róseas; labios purpurinos;
perlinos dientes; cuello de gacela; senos
iguales a copas de alabastro para beber
en ellos el dulce néctar del amor; cintura
cimbreante de palmera; grupa de potra
arábiga, ebúrneas piernas y diminutos
pies en cuya felpa rosa clavó el poeta su
enamorado corazón? Contesta, niño, dime:
¿qué fue de Gwangolina?”.
Respondió el chiquillo: “Se casó”. Y
clamó el bardo, desolado: “¡No mames,
cabrón!”. Tales palabras fueron las mismas
que profirió Lorenzo Córdova, consejero
presidente de ese oneroso e inútil arsenal
de carabinas de Ambrosio llamado Instituto
Nacional Electoral, feudo, trinchera y
bastión de los partidos, y tan alejado como
ellos de la ciudadanía y el bien comunitario.
No me extrañó nadita el discurso lleno
de términos lumpenproletariat del maldiciente
funcionario.
Pertenece él a la misma casta de políticos
que con sólo que se les rasque un poco la
leve capa de barniz que los recubre, dejan
ver la soberbia de aquellos que se sienten
por encima de los otros; la pobre condición
de quienes no han sacado de los libros más
que vanidades, y que a pesar de los grados
y títulos que ostentan siguen siendo ineducados
y carecen de esa cultura verdadera
que se manifiesta, aun inconscientemente,
en el trato y el habla.
No estoy proponiendo que esa gente
sujete sus acciones y palabras al Manual
del Perfecto Carreño. Sólo digo que de la
educación y las lecturas deriva un sentido
del bien que impide a quien lo tiene
degradar a sus semejantes, hacer mofa de
ellos o humillarlos aun en la conversación
privada.
Ese sentido parece haber estado ausente
de la peroración indigenista que se
le descubrió al señor Córdova, ahora tan
exhibido y cuestionado. Hay quienes dicen
que sus palabras fueron discriminadoras.
En mi opinión fueron más bien necias,
lo cual es aún peor. Por eso, por educación,
no pongo sello a este farragoso comentario
con las mismas palabras con que el bardo
que regresó a su pueblo recibió la infausta
noticia del desposorio de su amada.
Varias parejas de jóvenes casados fueron
con otros amigos a un antro o bar este
pasado jueves. El llamado “juebebes”, ya
se sabe, es el preludio de los refocilos del
fin de semana.
De pronto uno de los maridos observó
que su esposa se había ausentado de la
mesa, lo mismo que uno de sus amigos,
soltero él. Pensó que habrían ido al baño,
pero advirtió con inquietud que ambos
tardaban mucho en regresar.
Se levantó a buscarlos. No los vio. Se le
ocurrió ir afuera: quizá, cansados del humo
de cigarro que llenaba el antro, habían
salido a respirar el aire puro de la noche.
Habían salido, en efecto, pero no a respirar
el aire puro de la noche: los dos estaban en
el coche del amigo entregados, a juzgar
por el rítmico bamboleo del vehículo, a
practicar el consabido in and out.
Corrió hacia ellos, desalado. Lo vio venir
el amigo; hizo que la mujer descendiera
con prontitud del automóvil y arrancó a
toda velocidad para salvarse de la venganza
del esposo. “¡Maldito! -le gritó éste hecho
una furia-. ¿Te vas sin pagar tu parte de
la cuenta?”.
Luego se volvió hacia su mujer, que
estaba terminando de ponerse la breve
prenda que se había quitado para efectos de
la indebida coición. Le preguntó iracundo:
“¿Por qué hiciste eso, malaventurada?”.
“Perdóname, Camelino -gimió ella-. Es
que tu amigo me puso algo en la bebida”.
“¿Qué te puso?” -inquirió él, alarmado.
Respondió la muchacha: “Me puso, recargado
en la copa, un recadito que decía:
‘Te espero en el estacionamiento’”. FIN.

MIRADOR
››armando
fuentes aguirre
Un hombre alzó la vista al cielo
y la mantuvo ahí, porque quería ver
a Dios.
Llegó a su lado una mujer hermosa
y no la vio, porque quería ver
a Dios.
Llegó un pobre necesitado de su
ayuda y no lo vio, porque quería
ver a Dios.
Llegaron sus ancianos padres,
sus hermanos, y no los vio, porque
quería ver a Dios.
Llegó la vida con sus dolores y
sus alegrías y no la vio -no la vivió-,
porque quería ver a Dios.
Un día murió el hombre, y se
encontró en la presencia del Señor.
Le dijo el Padre:
-Yo estaba en la mujer, y no me
viste. Estaba en el pobre que te
necesitaba, y en tu familia, y en tu
hogar, y no me viste. Estaba en la
vida que no supiste vivir, y no me
viste. ¿Cuándo los hombres aprenderán
a verme?
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››por afa
“Investigarán al Partido Verde.”
Con una mueca taimada dijo un
crítico de brillo: “Voy doble contra
sencillo
a que nunca le harán nada”.


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