martes, 30 de abril del 2024
 
Por Alfonso Villalva P.
Columna: Como lapa
Como lapa
2015-06-26 | 09:10:07
Nada tiene de especial un espejo, sobre todo
cuando no cuenta con estuche de carey, de piel
o plata, o al menos, el sello de manufactura de
algún emblemático diseñador. Nada puede
representar un maldito trozo de vidrio de
formas irregulares, rodeado por muescas
multiformes. Nada. Con menor razón cuando
solamente sirve para seguir contemplando
el reflejo de una cara de idiota, de imbécil;
demacrada, desteñida.
Una cara que asoma estúpidamente en
búsqueda de sentido, de coherencia; que quisiera,
de tanto asomar, que aparezca alguna
respuesta o, al menos, una cara menos hostil.
Rosalba lo comprende -con un sentido
racional escalofriante-, pero está desvinculada
de su absurdo y permanente apretón de
mano al trozo de espejo, que parece haber
conseguido una adherencia sobrenatural
a su piel.
Sin ninguna conciencia de su función
motriz, Rosalba Martínez Tapia flota en un
estupor irreal. Su cuerpo menudo cubierto
por un manto de piel blanca -prácticamente
transparente-, se desliza con languidez al
ritmo que marcan unos pies desorientados
que comienzan a andar por sí mismos.
Sin destino, sin reacciones conscientes,
desciende los peldaños en los que desemboca
la salida de la unidad de especialidades y
medicina interna, y camina lentamente en
un trance incomprensible hacia el centro de
Veracruz.
Sin apreciar las horas que transcurren
durante su deambular, su cuerpo exuda
desconsuelo, dolor, fracaso, impotencia. Su
cuerpo expulsa su rabia en grandes gotas de
sudor que reaccionan al bochorno del Puerto,
a la fiebre emocional.
Gotas ardientes que queman la piel
mientras recorren de extremo a extremo, su
feminidad marchita. Al doblar por la calle
Independencia, como un relámpago recuerda
su sonrisa, la de él: cálida, seductora.
Recuerda precisamente el día en que la
convenció -antes de ser diagnosticado-. Sí,
que establecieran un domicilio común para
vivir un romance permanente, que tomaran
el riesgo de compartir sus vidas frente a la
mar, usándola como testigo de su pasión
irrefrenable.
Recuerda Rosalba el día en que él le regaló
su primer colección de Neruda como prenda
al compromiso de entregarse a la intensidad
de vivir sin ataduras, sin paradigma.
Rosalba parece desfallecer, tropieza con
un globero sonriente en Los Portales, y se
recarga con la mano derecha en una columna
del antiguo Diligencias. Ella no lo nota, pero
los dedos comienzan a sangrar, las muescas
del espejo desfloran la suavidad de su piel,
como un signo representativo de su desgracia.
Los parroquianos la miran con desprecio,
la toman por junkie, por borracha, muy ajenos
al derrumbe de sus sentimientos, a la tragedia
de su alma.
Como puede, Rosalba Martínez Tapia yergue
sus veintisiete años y recupera la vertical.
Sus pies la conducen nuevamente, la guían, la
jalan, hasta que por primera vez en esa tarde,
sus ojos atisban la mar, esa vieja cómplice
que de lo único que le puede servir ahora es
como un recordatorio de su pequeñez ante
la muerte, de su inmovilidad ante las cosas
que no puede cambiar.
Con algunos esfuerzos, Rosalba trepa al
muro de balaustras que adorna el perímetro
del Malecón nuevo en el Puerto de Veracruz.
Vacila un poco, pero consigue mantener el
equilibrio y ofrece su rostro suave a la brisa
del norte que comienza a incrementar su
intensidad. Rosalba casi puede adivinar el
sabor salado del levante que reconforta, que
desahoga.
Hay muchas formas de morir..., y Rosalba
lo sabe. Él, su príncipe viajero, su caballero
audaz, su marino aventurero, tuvo la maldita
suerte de tropezarse con el bicho, impensable
en un atleta, en un jovial y emprendedor escultor
que en su efímera existencia no probó
el alcohol, no tocó las drogas, no acarició
siquiera la nicotina.
Pero la vida es así, y en un arranque de pasión
-sabrá Dios dónde y cuándo-, se entregó
a alguna mujer seropositiva. ¡Carajo!, no supo
ni quién, pero el bicho, como lapa se alojó en
la sangre. Progresivamente perdió peso. Un
día desmayó y Rosalba le llevó al médico.
Entonces vino el diagnóstico y comenzó una
muerte lenta, dolorosa.
Una agonía de meses que le amarró las
últimas semanas a esa cama de hospital de
mierda en la que se consumió para siempre.
Hay muchas formas de morir, dice Rosalba.
Se lo dice a la mar, con voz suave, casi
cariñosa, mientras acerca el espejo a su nariz
para comprobar su respiración, tal como
lo hizo con él -con ese mismo espejo- unas
horas antes; tal como lo hará durante cada
día de los últimos tres meses que el inmundo
contagio le permitirá vivir.
Twitter: @avillalva_
columnasv@hotmail.com


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