domingo, 05 de mayo del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Plaza de almas
2015-06-30 | 09:44:11
En este relato aparecen dos hombres.
Uno pertenece a la Historia, el otro
pertenece solamente a mi historia. Sin
embargo los dos tuvieron un destino
común. A fin de cuentas, pienso, el
destino de todos los hombres, grandes
o pequeños, es el mismo: la muerte, y a
todos nos aguarda otra forma de muerte
que se llama olvido. Pero antes de todo
eso está la vida.
Tomando en cuenta lo que habrá
después debemos gozarla, y vivirla en
tal manera que demos gozo a los demás
y seamos parte de su felicidad, no de su
tristeza. Lo demuestra el sucedido que
a continuación voy a narrar.
Si alguien quiere ponerle alguna
moraleja, allá él. Yo soy enemigo de las
moralejas, pues comprometen mucho.
Me limito por tanto a relatar la historia
tal como fue vivida. O imaginada. Es
lo mismo.
Ella no sabía por qué su esposo la
golpeaba tanto. Casi todos los días le
pegaba. Generalmente el maltrato consistía
en una bofetada o dos, pero otras
veces le daba con el puño hasta hacerla
sangrar, o la hacía caer al suelo y ahí la
pateaba. Ella no sabía por qué su esposo
la golpeaba.
Yo sí lo sé: aquel hombre golpeaba
a su mujer porque en el trabajo él recibía
golpes de los que no se dan con
las manos o los pies: humillaciones,
burlas, reprensiones inmerecidas, órdenes
irracionales que debía cumplir,
trabajo extra al que no se podía negar...
Por eso se desquitaba con su esposa:
la golpeaba como le habría gustado golpear
a su jefe, o a sus compañeros. Los
hijos se espantaban cuando veían a su
padre maltratar a la mamá. Corrían a
esconderse, y contenían el llanto, pues
también ellos recibían golpes si lloraban.
A nadie le contaban lo que en su casa
sucedía. La madre les había dicho que
eso nadie lo debía saber. Ella ocultaba
sus golpes, o los explicaba diciendo que
se había pegado contra una puerta.
En los libros hallaba algún consuelo.
Le gustaba leer sobre todo los de historia
universal. Su esposo no aprobaba esas
lecturas, y si la veía con un libro en las
manos se lo quitaba y lo arrojaba con furia
contra la pared. Leer no era cosa para
mujeres, le decía. Por eso ella leía nada
más cuando el esposo estaba ausente.
Así leyó, completa, la “Vida de Napoleón
Bonaparte” escrita por Ducruy.
La leyó y la releyó...
Un día el hombre cayó enfermo.
Varios días guardó cama, víctima de
una fuerte indisposición estomacal.
“Gastritis aguda” -dictaminó el doctor.
Recetó algunos medicamentos; le indicó
a su paciente que no comiera alimentos
irritantes, y le aconsejó beber leche,
mucha leche. Cedió el malestar, pero
se repitió poco después.
El hombre sentía fuertes dolores de
estómago, intensas náuseas repentinas.
“Gastritis crónica” -dijo el médico.
Volvió a recetar lo mismo, y otra vez
aconsejó al enfermo que bebiera leche,
mucha leche. Dos años le duró al individuo
aquel padecimiento. Al cabo de
ese tiempo falleció.
El doctor puso en el certificado de
defunción: “Gastropatología terminal”.
En el ataúd se veía consumido; tenía la
piel de un gris verdoso, ceniciento.
Con su muerte la esposa floreció. Fue
otra. Volvió a su trabajo de maestra.
Visitaba con frecuencia a su madre, a
sus hermanas, a sus amigas. Antes casi
no las veía, pues su marido no le daba
permiso de salir.
Los sábados iba con sus compañeras
de la escuela al cine. Sus hijos se casaron;
ella gozó la bienaventuranza de ser
abuela, y vivió contenta y feliz hasta su
muerte, muchos años después.
En el ataúd se veía como dormida,
con una sonrisa plácida en los labios.
Los hijos vendieron algunas de sus cosas,
pues no tenían dónde guardarlas.
Los libros fueron a dar a una librería
de viejo, y están ahora ahí, revueltos en
un estante con otros de diversa procedencia.
Entre esos libros está una “Vida
de Napoleón Bonaparte” escrita por
Ducruy.
El que compre tal obra hallará una
página donde se leen, subrayadas, estas
palabras: “Algunos historiadores
sostienen la tesis de que los ingleses
mataron lentamente a Napoleón usando
un veneno arsenical que su médico le
administraba en pequeñas dosis cada
día”. FIN.

MIRADOR
››armando
fuentes aguirre
Historias del señor equis y de su
trágica lucha contra La Burocracia.
El Funcionario del Estado hizo
llamar al señor equis y le dijo:
-Deberás pagar un nuevo Impuesto.
El señor equis se angustió. Pagaba
ya tantos Impuestos que apenas
le quedaba lo necesario para comer.
Prosiguió el Funcionario del
Estado:
-El nuevo Impuesto se llama
Impuesto por Comer. Lo pagarás
cada vez que comas algo.
El señor equis se echó a llorar.
-No lo tomes así -le dijo El Funcionario-.
Si alguien te ve pensará
que no eres feliz, y aquí la felicidad
es obligatoria. Por eso tampoco
deberás llorar si te digo que ya estamos
pensando en otro Impuesto,
consecuencia lógica del anterior.
El señor equis iba a llorar otra
vez, pero se contuvo.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››por afa
“.Investigarán en Nuevo León
actos de corrupción en el gobierno.”.
A mí me parece rara
la anterior declaración.
En verdad la corrupción
se mira bastante clara.


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