martes, 30 de abril del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
La economía ¿de quién?
2015-07-22 | 09:39:54
En la suite nupcial la recién casada le dijo
llena de emoción a su flamante maridito:
“¡Ha llegado el momento, Pitorro! ¡En
seguida te entregaré mi corazón!”. Respondió
el desposado: “Es cierto, Dulciflor:
llegó el momento. Pero te equivocas en lo
relativo a lo que me vas a entregar”.
Babalucas fue con un carpintero y le
pidió: “Necesito que me haga una caja de
madera de una pulgada cuadrada y 36
metros de largo”. El carpintero se sorprendió.
Dijo: “No entiendo. ¿Para qué quiere
una caja de esas dimensiones?”. Explicó
el tontorrón: “Es que un vecino mío se
mudó a otra ciudad. Me había prestado
su manguera, y ahora quiere que se la
devuelva”.
El encargado de hacer el censo llegó a
una granja y fue atendido por el pequeño
hijo del granjero. Preguntó el visitante:
“¿Cuántos son en la casa?”. “Somos cuatro
-respondió el niño-. Mi papá, mi mamá,
mi hermana y yo”.
Inquirió el del censo: “¿Dónde está tu
papá?”. Respondió el pequeño: “Seguramente
fue a pescar. No anda regando, y
sus botas de agua no están aquí”.
Preguntó de nuevo el hombre: “Y tu
madre ¿dónde está?”. Respondió el chiquillo:
“Seguramente fue al pueblo. No
les anda llevando forraje a las vacas, y no
veo la camioneta”.
Volvió a preguntar el del censo: “¿Y
dónde está tu hermana?”. Replicó el niño:
“Seguramente está con su novio en el
granero. Sólo hay dos cosas que le gustan,
y la tele está apagada”.
Según los voceros oficiales la economía
de México anda bien. Cuando oigo eso
me dan ganas de preguntar: la economía
¿de quién? Las cifras muestran que el
poder adquisitivo de los mexicanos ha
descendido considerablemente en el curso
de este sexenio. Tal se diría que cualquier
ama de casa conoce mejor la situación
actual que los economistas del gobierno.
Dígase lo que se diga el problema de la
pobreza se ha agravado. La emigración de
los habitantes del campo a las ciudades
aumenta cada día a pesar de los numerosos
y variados subsidios que se otorgan a
quienes viven en las zonas rurales.
Crece también el número de compatriotas
que aun con riesgo de su vida,
buscan cruzar ilegalmente la frontera
para ir a trabajar en los Estados Unidos.
Son raros los estados del país donde no
hay desempleo, o lo hay en menor medida
que en otras entidades. Coahuila, mi
estado natal, es uno de ellos. Se ha propiciado
la llegada de grandes inversiones
nacionales y extranjeros, y a consecuencia
de eso se han multiplicado los empleos.
En otras partes, sin embargo, las cosas
no andan tan bien. Aceptar esa realidad
es el primer paso para transformarla.
Una muchacha de las que se ganan
la vida con su cuerpo, fue invitada por
un oriental a acompañarlo a su hotel.
Llegados a la habitación, y luego de la
celebración del consabido trance, el oriental
se disculpó de pronto: “Voy al baño”.
Regresó a poco y repitió la acción. Dijo
en seguida: “Perdona, voy al baño otra
vez”. Así lo hizo. Regresó, y celebró el acto
por tercera vez. No pasó mucho tiempo
sin que volviera a decir: “Discúlpame; voy
nuevamente al baño”. Regresó a poco, en
efecto, y con vitalidad que asombró a la
muchacha repitió la acción.
En eso fue la chica la que sintió ganas
de ir al baño. Fue, y vio ahí a siete
orientales.
Un señor pálido y espiritado llegó con
el doctor Ken Hosanna y le dijo con voz
desfallecida: “Sufro un continuo dolor
de cabeza”. Preguntó el galeno: “¿Fuma
usted?”. “Nunca he fumado -respondió el
individuo, terminante-. Mi cuerpo es un
templo del espíritu: no puedo profanarlo
inhalando vil humo de cigarro”.
“Muy bien -dijo el facultativo-. ¿Bebe?”.
“¡Claro que no! -se indignó el hombre-.
¿Cómo me cree capaz de semejante falta
contra la templanza, que es una de las
cuatro virtudes cardinales?”. “Perdone
-se disculpó el médico, apenado-. ¿Ejerce
usted el sexo?”. “¡Nunca! -replicó el individuo
irguiéndose con aire de ofendido-. La
bestia de las dos espaldas, como muy bien
llamó Guillermo Shakespeare al ayuntamiento
carnal, es acción impúdica y
vitanda que rechazo con todas las fuerzas
de mi ser. Soy casto y honesto, señor mío”.
“Perfectamente -dijo en ese punto el
médico-. Entonces ya sé el motivo de su
dolor de cabeza”. “¿Cuál es? -preguntó con
inquietud el hombre. Respondió el doctor:
“Seguramente le aprieta la aureola”. FIN.


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