sábado, 04 de mayo del 2024
 
Por Jorge Zepeda Patterson
Columna: El dilema de Andrés Guardado
El dilema de Andrés Guardado
2015-07-29 | 10:05:50
No debe ser fácil desempeñar la tarea de
tirador de penaltis inexistentes a favor
de México. Algún pudor profesional debe
haber sentido Andrés Guardado al ejecutar
en detrimento de sus colegas costarricenses
y panameños, una sentencia de muerte
decretada de forma tan ostensiblemente
injusta y arbitraria, en la Copa Oro que se
disputa en Estados Unidos.
De hecho, el jugador mismo confesó
posteriormente que estuvo tentado a entregar
el balón al portero panameño al
momento de cobrar la pena máxima (y
nunca mejor aplicado el eufemismo: no hay
mayor pena para una víctima que aquella
que se perpetra de manera arbitraria y con
resultados mortales).
Algún conductor de la televisión incluso
señaló que si Guardado tenía una pizca de
dignidad debió haber hecho justamente
eso: fallar deliberadamente el penalti y
corregir la injusticia que había cometido
el árbitro.
Fácil decirlo. Bajo ese criterio ese conductor
tendría que haber renunciado a
su empleo de Televisa hace años; motivos
éticos tendría de sobra. En realidad no era
una decisión que correspondía a Guardado.
Él era el asignado para ejecutar el castigo
en nombre de todo el equipo, no el
suyo. Al echarse encima la eliminación
de México al fallar el penalti el jugador se
convertiría en un traidor imperdonable
a los ojos de todos aquellos que viven el
futbol como una religión o ven a la selección
nacional como una extensión de la Patria.
Por lo demás, el jugador dentro de la
cancha carece de la repetición que reitera
y congela el error arbitral hasta convertirlo
en una burla. Y en última instancia un
profesional siempre puede asumir que los
fallos del silbante y los abanderados forman
parte de las incidencias de un juego, de la
misma forma que un rebote caprichoso
de la pelota.
Si México fue eliminado del Mundial de
Brasil por un penalti inexistente marcado a
favor de Holanda, un año más tarde México
puede llegar a la final de un torneo menor
por la misma vía.
Bueno, eso es lo que se diría a sí mismo
Andrés Guardado. Pero ahora vaya
usted a decírselo a un panameño o a un
costarricense. Si ser ejecutor de los penaltis
mexicanos no es sencillo, mucho menos
lo es ser mexicano en Centroamérica en
estos momentos.
En las últimas semanas me ha tocado
recorrer la zona con motivo de la promoción
de mi novela (Milena o el fémur más bello
del mundo, editorial Planeta). Hace unos
días estuve en Guatemala, y antes en Costa
Rica y El Salvador.
La frustración que los mexicanos pudieron
experimentar ante Holanda es cosa
de niños frente a la animadversión que los
centroamericanos sienten por los abusos
de su “coloso del norte”.
De la misma forma que el paso de un ilegal
guatemalteco o salvadoreño por tierras
mexicanas es un tormento infinitamente
más infernal que el de un michoacano por
California. Las razones para el resentimiento
son muchas, y las del futbol pueden
parecer intrascendentes, pero nadie debe
subestimar la carga pasional y patriotera
que entraña este deporte.
Panamá había jugado mejor que México
por vez primera en su historia y estaba
a punto de eliminarlo en buena lid. Lo
impensable, la épica exultante a punto
de suceder, pero la intervención arbitral
lo impidió una y otra vez (una expulsión
forzada, dos penaltis inexistentes). De
nuevo la injusticia en contra del débil, el
abuso del poderoso.
No, ser mexicano no es cosa fácil y no
sólo para Guardado. Resulta bastante complicado
explicar que no somos un estado
fallido o una república bananera
Luego de la fuga de “El Chapo” o la desaparición
de 43 estudiantes en Ayotzinapa.
Hace veinte años México era percibido en
Latinoamérica como el país de la música,
la comida y las películas del cine de oro.
Había mucho de cliché en esa imagen, pero
era más inofensiva y pintoresca que otra
cosa. Ahora a donde vamos los mexicanos
somos acosados con preguntas sobre corrupción,
violencia extrema y narcotráfico.
El gobierno de Peña Nieto y sus excesos son
percibidos como epítome de la corrupción,
dicho en países que no son precisamente
sociedades prístinas. Y ahora, para colmo,
nos involucran con la corrupción deportiva.
Los mexicanos comenzamos a experimentar
con respecto a los asuntos públicos
una sensación de pena ajena. O peor aún,
propia. En unos días voy a Panamá, y sigo
pensando que Guardado no debió fallar el
penalti pero, ¿cómo se los explico?
@jorgezepedap


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