viernes, 03 de mayo del 2024
 
Por Alfonso Villalva P.
Columna: A rajatabla
A rajatabla
2015-07-31 | 09:19:56
Te quisiera ver a los ojos, sostener tu mirada y
comunicarte a través de mis pupilas que siempre
te he amado, con toda el alma. Quisiera
fijar mis ojos en los tuyos en este instante,
ahora cuando siento como si los sentimientos
se volvieran un espasmo en el pecho que
comprime, dificulta respirar.
Te quisiera ver así, con profundidad, en este
momento de calma nocturna, cuando ya no
hay llamadas en el celular, cuando la gente se
guarece en sus casas del secuestro, el asalto,
el fracaso, la quiebra, el desamor. Cuando se
acaba el ajetreo en tu derredor.
Pero ya te ha vencido un sueño pacífico
y profundo. Tu respiración pausada. Puedo
contemplar tu abdomen que sube, y que baja,
al ritmo que marcan tus pulmones, igual que
cuando eras apenas un bebé, cuando tu pancita
suave y simpática sobresalía en tu contorno
acurrucado en el regazo de tu madre, o con tu
pequeño oso de peluche -tan sucio de veras-,
pero tan lleno de significación en tu brazo
izquierdo bien apretado al pecho.
Ahora mismo me viene a la mente una
tormenta de recuerdos conmovedores. Parece
una especie de película que se proyecta
vertiginosamente, que salta desde el día de tu
ingreso a la primaria, en que tanto lloraste, a
la mañana en la que me despertaste emocionada
con tu ficha de admisión a la carrera de
Arquitectura, tu sueño dorado.
Y recuerdo también cuando te llevamos
tu madre y yo al tormentoso recorrido por el
centro histórico, guiado por ese maestro de la
UNAM que, me parece, mencionó mil veces
las palabras capitel, pilastra, atrio y espadaña.
Puedo ver tus ojos de asombro ante el barroco
tardío, el neoclásico.
Y recuerdo nuestras noches de cuento, en
las que yo te leía cualquier cosa, y tu pegabas
tu mirada en mi rostro, mientras acariciabas
mi antebrazo y me decías que yo era el
mejor padre del mundo. De aquellas noches
en las que te asaltó una maldita pesadilla, y
llegaste corriendo junto a mi cama, con llantos
inconsolables y con miedos inescrutables a
dragones, perros bravos, monstruos y cualquier
otra cosa ominosa, y te abracé, hasta
que te quedaste dormida otra vez, con esa
paz tan tuya, tan sobrecogedora, tan natural
a una hija.
Y también recuerdo tu admiración hacia
mí, tu orgullo de ser mi hija, de llevar mi
apellido. Tus desplantes ante amigos, compañeros
y familiares, en los que ante la duda
o el debate, me citabas como fuente definitiva
de conocimiento y sabiduría, como autoridad
moral de rectitud, responsabilidad y buenas
maneras. Toda esa actitud en franco contraste
con tus formas cariñosas, con tu deseo de
darme compañía, con tus besos, con las noches
en las que me esperabas regresar de la oficina,
simplemente para no dormirte sin saludarme,
sin verme.
Y no sabes cuanto aprendí a querer tu
frescura, la pureza de tu espíritu, tus ganas
de vivir. Sí, y es precisamente allí, donde me
vuelvo a atorar, a preguntarme en qué momento
de esta vida que hemos compartido
tú y yo por diecinueve años, en qué momento,
decía, la estupidez extrema e inexcusable se
apoderó de mí, de mis ideas, de mis deberes.
En que momento me convertí en un guiñapo,
rehén de la ignorancia y la cobardía.
No sé cuando, pero sí sé qué sucedió, y me
ubiqué en la comodidad timorata de seguir
haciendo como que tú eras niña por siempre,
negando tu evolución, tu naturaleza, tu
sexualidad.
Al fin, siempre dije que sería una plática de
mujeres, con tu madre, desde luego, y tocar el
tema de la menstruación, las toallas sanitarias
y tal. La líbido ¡por Belcebú! ¡nunca eso! ya
sabes, lo normal en los padres mediocres y
machistas de por acá; uno se la reserva para sí
mismo, para los amigos con los que se bromea,
con los que se carcajea uno de chistes sexuales,
tan ajenos a nuestra realidad precisamente
cuando se trata de nuestras hijas, esas personas
extrañas a las que nuestra cultura priva
de los instintos más básicos, más naturales a
la humanidad.
Las hijas, esas personas a las que excluimos
en el mundo de los derechos a sentir, a amar, a
ser felices de forma integral. A quienes marginamos
con la falsa intención de nuestra moral
abyecta. Y sí, fue más cómodo así, lo confieso,
y seguiste siendo niña para siempre, y seguí
teniendo ese cuestionable gusto de seguirte
viendo pura –según pregonamos, como si la
pureza radicara en la insensibilidad-, juguetona,
pequeña, qué va.
Y ya ves, no sabes cuanto me arrepiento,
no sabes como me atormento mientras te veo
ahora respirando con tranquilidad, en ese
sueño pacífico que solamente deriva de un
respirador artificial, que solo se observa en una
hija, en cualquier circunstancia o situación,
incluso en la tuya, en esta sala de fase terminal
en la que te consumes como pajarito segundo
a segundo, ya desprovista por completo de
sistema inmunológico, mientras esperas
con paciencia que transcurran tus últimos
días, mientras afrontas tu final con valor,
ese valor que no tuvo el cobarde de tu padre
para pronunciar siquiera la palabra condón,
para hablar del tema, para proporcionar datos
precisos, científicos, para poner un puñado de
estadísticas en tus manos y ayudarte a decidir,
sin miramientos, sin eufemismos.
Y claro, puedo seguir siendo un imbécil y
culpar a quien quiera que se haya convertido en
tu pareja sexual, o puedo culpar a la sociedad
decadente en la que vivimos, al gobierno, a
Dios… ¡Sí! ¡Sí que puedo hacerlo! Pero tú y yo
lo sabemos, y no nos podemos engañar: para
ser hombre, muy hombre, debo confesar mi
inexcusable cobardía disfrazada de atavismos,
machismo, oscurantismo. Mi cobardía que se
convirtio en tu cadalzo, en tu lecho de muerte.
Mi cobardía que me hizo rehusar la oferta
a respetarte como ser humano, cancelando tu
derecho a sentir, a vivir, arrumbándote como
cosa por tu cualidad de mujer, aventándote
a una muerte temprana e inoportuna que
canceló también, a rajatabla, todos los sueños
que alguna vez quisiste cumplir.
Twitter @avillalva_
columnasv@hotmail.com


NOSOTROS

Periódico digital en tiempo real con información preferentemente del Estado de Veracruz México


NOSOTROS

Periódico digital en tiempo real con información preferentemente del Estado de Veracruz México