viernes, 03 de mayo del 2024
 
Por Fernando Vázquez Rigada
Columna: Tribunas vacías
Tribunas vacías
2015-08-03 | 10:57:59
Triste, la foto del presidente inaugurando
un estadio vacío.
La prueba de la plaza pública es la más
dura a la que pueda someterse un político.
Es inapelable. Multitudinaria. Despiadada
por ser, sobre todo, anónima. ¿Quiénes son
todos? Ninguno.
Al final, la plaza se traduce en termómetro:
espóntaneo pero exacto.
Es, también, un fiel representante del efecto
jauría de perros de pueblo. Sólo el primero
que ladra sabe porqué lo hace. Los otros, no.
Pero basta con uno que desgañite, que expulse
su rencor, que grite su desesperanza, para
que todos los demás se animen a lo mismo.
En México, hace mucho que los políticos
no se atreven a asistir a estadios, a la plaza
de toros, a enfrentar multitudes.
El último que salió muy bien librado fue
Adolfo López Mateos. En la inauguración
de las Olimpiadas, en 1968, abierta de tajo
la herida de los jóvenes masacrados en la
Plaza de las Tres Culturas, el expresidente
fue ovacionado. El ejecutivo en funciones,
Gustavo Díaz Ordaz, fue repudiado. Invitó, a
través de un edecán del EMP, a López Mateos
que fuera a su palco. Don Adolfo se negó.
Echeverría no fue a un estadio, pero se
atrevió a entrar a la Ciudad Universitaria y
salió huyendo, sangrando por una pedrada.
Miguel de la Madrid recibió la silbatina
multitudinaria en el Estadio Azteca en la
inauguración del Mundial 86.
Nadie ha vuelto.
Enrique Peña llega (casi) a la mitad de
su mandato con un desplome en su aprobación.
Un lamentable 36% le da Reforma en
su encuesta trimestral publicada el viernes.
Menos que Ernesto Zedillo tras el horror de
diciembre de 1995.
No es un solo hecho lo que ha perforado
la credibilidad presidencial. Son una cadena
de actos pero también de omisiones la que
lo explican.
Los actos: la lentitud en la respuesta a la
tragedia de Ayotzinapa, el lamentable manejo
en la crisis de la Casa Blanca, el fracaso previsible
de la ronda uno. La fuga de ‘El Chapo’
Guzmán. El peso que se dobla. El crecimiento
hiriente de la pobreza.
Las omisiones: su resistencia a la autocrítica
pública. Su negativa a remover secretarios.
La incapacidad, hasta ahora, de redefinir su
mapa de navegación.
La realidad se impone. Si no creen en las
encuestas, ahí están los estadios.
En el momento álgido de la crisis de
Ayotzinapa, el secretario de Gobernación
fue a Veracruz a inaugurar, en nombre del
presidente, los juegos Centroamericanos.
Sólo mencionar su presencia, la rechifla fue
descomunal. El orador nombró al presidente
y más se recrudeció el repudio.
No recuerdo una estampa más dramática,
triste, lamentable, como la del Presidente
inaugurando el nuevo estadio Femsa, en
Nuevo León, con la tribuna vacía. Ni las fotos
cuidaron al mandatario: toma abierta, que
deja ver a espaldas de los 4,5 asistentes un
imponente graderío azul sin un alma.
Inauguración a puerta cerrada: gobierno
que se bate en retirada, incapaz de articular
un nuevo discurso público. De ofrecer
cambios. De reemprender el reformismo. De
retomar la iniciativa.
En vez de no asistir a la inauguración, que
se cierren las puertas. Si la gente no quiere
verme, peor para la gente.
El emperador Nerón, al menos, tuvo la previsión
de contratar una legión de aplaudidores
para cuando tenía sus fastos artísticos. Aquí
ni eso. Nadie puede garantizar una ceremonia
tumultuaria respetable,respetuosa, al jefe
del ejecutivo.
Esa es la realidad, que debería calibrarse
a plenitud.
Hay dos formas de abordarla: seguirla
ignorando o medir puntualmente el temperamento
público.
La primera vía implica seguir acumulando
peso muerto y continuar el descenso.
La segunda, dar un golpe de timón, ajustar
el gabinete y aprovechar septiembre para
reposicionar a la administración.
Faltan tres años. Y eso es mucho tiempo.
Sobre todo si se elige la retirada y seguir dando
encendidos discursos a tribunas vacías.
@fvazquezr


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